Ha sido, junto a Eduardo Verástegui, uno de los productores de dos hitos del cine provida como Bella y Crescendo, y también de La verdad sobre Soraya M., interpretada por Jim Caviezel y que desnuda la situación de inferioridad de las mujeres allí donde se instaura la sharia. Jason Jones ha hecho de lo suyo, el cine, un instrumento al servicio del derecho a la vida en cualquiera de sus formas, recientemente reveló en Intercollegiate Review por qué y cómo nació esta vocación que es también una misión.
 

"Fue dos días antes de cumplir 17 años, un sábado por la mañana, al día siguiente de jugar un partido de fútbol, así que estaba cansado y dolorido. El olor del desayuno subía por las escaleras, y también lo hacía alguien que abrió la puerta mientras yo estaba aún medio dormido. Era mi novia. Sonreí, por supuesto, pero adiviné en su cara que no era eso lo que requería el momento. Pasaba algo serio. Al cabo de unos largos segundos, me miró y me dijo: ´Estoy embarazada´. Eso terminó de despertarme".

Jason empieza así el relato del primer momento que dio un giro total a su vida. Y sigue: "Nos sentamos, dos adolescentes como éramos, en la cama. Mi habitación era aún la de un chico, con posters de fútbol, zapatillas deportivas y guantes de béisbol tirados por el suelo. Pero ahí me encontraba yo, sentado junto a mi novia en estado. De golpe comprendí que había perdido el derecho a ser sólo un chico. Mi novia iba a un colegio católico femenino y pensaba ya en la universidad, mientras que yo soñaba con un equipo de fútbol universitario y en una carrera en la liga profesional. Ambos teníamos un plan para nuestras vidas y en un momento se había hecho pedazos".

Jason y su chica estuvieron pensando cómo cuidarían de la nueva vida que habían engendrado: "Parecía algo completamente natural e, incomprensiblemente, incluso estimulante. Nuestra vida adulta iba a comenzar mucho antes de lo previsto, pero así lo asumimos. Decidimos que yo dejaría los estudios para ingresar en la Armada (un amigo mío acababa de hacer lo mismo), y que ella mantendría el secreto con ropa amplia y suplementos vitamínicos hasta que yo volviese de la capacitación, tras lo cual viviríamos juntos y yo cuidaría de los tres".


Y fue lo que hizo. Acudió a la oficina de reclutamiento, firmó los papeles una vez conseguido el permiso de su madre y del director del instituto, algo que, dice, ambos hicieron con gusto, ella porque tenía otros cuatro hijos y él porque era el peor de los 565 alumnos del centro.

Jason no iba a la iglesia en aquel tiempo. Explica que lo intentó una vez, pero era superior a sus fuerzas. Incluso le pidió a sus sargentos que le pusiesen a limpiar lo que fuese mientras los demás iban al templo. Incluso su moral le permitía lo siguiente: descubrió que los sargentos tenían una nevera donde guardaban helado, así que mientras los demás estaban en misa, él robaba algunos helados, y cuando los demás reclutas volvían del templo se los cambiaba por servicios como limpiarle las botas o hacerle la cama.

Así pasaron las semanas de capacitación hasta que dejó de ser un recluta y, ya como soldado, estaba a punto de volver a casa: "Tampoco olvidaré ese día. Era domingo y yo estaba a mis cosas mientras los demás estaban en la  iglesia. Entonces un amigo vino corriendo: ´Jones, tu novia está al teléfono y está llorando´, le dijo".

Jason fue corriendo a la cabina y cogió el aparato: "Estaba llorando como nunca había oído llorar a una mujer. Nunca. Lo único que puedo decir para explicarlo es que era su alma la que lloraba. Y no dejaba de decir: ´Lo siento, lo siento, lo siento. No fui yo...´. Luego se puso su padre: ´Jason, sé vuestro secreto, y vuestro secreto se ha ido. Ha abortado´".

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Jason había abandonado su puesto para ir al teléfono, y justo tras esas palabras apareció por detrás un sargento que le cogió el micrófono y lo colgó. Él reaccionó golpeándole, hasta que les separó otro sargento, mientras el joven lloraba: "¡Él ha matado a mi hijo! ¡Él ha matado a mi hijo!". Le llevaron al despacho del capitán, a quien pidió que llamase a la Policía. El oficial pareció entender lo que pasaba por el corazón del soldado, y cuando supo lo que había pasado le costó decirle: "¿Para qué voy a llamar a la Policía? El aborto es legal".

"¿Queréis creer que yo no lo sabía?", explica Jason: "Pero aunque era un soldado de segunda que ganaba trescientos dólares al mes, sí sabía una cosa, que la vida humana comienza con la concepción, y que mi hijo era un ser humano". Su capitán, cree, debía ser cristiano y provida, porque le comprendió, le explicó la sentencia Roe vs Wade que legalizó el aborto en Estados Unidos en 1973 y le dio monedas para que llamase tranquilo desde otro teléfono a su novia.

"Tenía un nudo en el estómago y el corazón roto, porque ese niño me había empujado a seguir adelante cada día de la agotadora capacitación. Pero lo que realmente me golpeaba, lo que me parecía absolutamente incomprensible, es que lo que le había pasado a mi hija (porque era una niña, a quien ya habían dado nombre) fuese perfectamente legal. Era algo de locos", recuerda. Y como la chica no dejaba de llorar y él no sabía muy bien qué decir, le hizo una promesa: "Te prometo que aunque a nadie le importe el aborto, y aunque me ocupe el resto de mi vida, por nuestra hija Jessica acabaré con el aborto".

Y lo cumplió, aunque hoy reconoce que la pretensión de hacerlo solo era propia de los 17 años. Su primer destino fue en Hawai, y en cuanto se instaló empezó a ir casa por casa, a puerta fría, a intentar convencer a quienes se la abriesen del horror que supone que el aborto sea legal: "Muchos me miraban como a un loco, pero algunos me servían una taza de café con hielo y charlábamos. Algunos me estampaban la puerta en las narices, pero la mayoría coincidía conmigo en que el aborto era un crimen horrible que tenía que ser impedido".


Se hizo tan famoso en la pequeña comunidad, que un grupo provida fue al cuartel para contactar con él. Uno de sus mandos le interpeló, y cuando Jason le explicó su causa, le pidió que un objetivo tan ambicioso requería un plan, y que lo hiciese. El joven soldado lo redactó y se lo presentó. El militar lo leyó y le dijo: "Es un buen plan. Llévalo a cabo. Llévalo a cabo el resto de tu vida y puede que alcances tu objetivo".

"Cuando abandoné la Armada, empecé a ponerlo en práctica, y he estado trabajando en ese plan desde entonces", desvela Jason: "Todo lo que hago en todos los ámbitos de mi vida está guiado por el objetivo fundamental que definí  a los 17 años al perder a mi hija Jessica: promover la dignidad incomparable de la persona".


Fue a la universidad, se vinculó a un grupo de estudiantes provida, también a jóvenes republicanos, y siendo "todavía ateo", se topó con el sólido poder de la cultura de la muerte en el campus, que veían a los provida "como gente que quiere impedir a los demás la diversión": "¡Comparado con la universidad, ser ahora provida en Hollywood es fácil!", advierte.

Jason invita a los jóvenes a no callar, porque "por cada persona que se une a un grupo provida, hay al menos cien, o incluso mil, que en silencio está de acuerdo". De hecho, recuerda, desde 2012 las encuestas de Gallup dan mayoría a los provida sobre los proaborto, por primera vez desde 1995, y con un claro 50-41, nueve puntos de diferencia.

Jason, ahora católico, cuenta cómo ha encontrado inspiración para su lucha contra el aborto en la de Juan Pablo II contra el comunismo, y augura que el 1989 de la abolición está próximo a llegar: "El despertar costará trabajo y llevará tiempo, pero ya no hay quien lo detenga", a pesar de que el mandato abortista de Barack Obama amenaza con cerrar cualquier institución, religiosa o civil, que no se pliegue a la cultura de la muerte.

"Pero", concluye, "si dedicamos nuestra vida a ello todos juntos, lograremos que nuestra cultura sea una cultura de la vida, y la veremos protegida desde el vientre de la madre, primero, y sus brazos, después, hasta la ancianidad".