Cada año, entre 5 y 7 millones de personas acuden a visitar la basílica del Pilar de Zaragoza. Es uno de los monumentos más visitados de España, donde fieles y turistas acuden a venerar el lugar donde la Virgen María se apareció por primera vez en vida  al apóstol Santiago. Pero no es el único atractivo del monumento. En el mismo también se encuentran dos bombas que se lanzaron contra la basílica el 3 de agosto de 1936 durante la Guerra Civil… y que no estallaron. Ahora, Compromís exige explicaciones sobre por qué no se retiran cumpliendo con la ley de Memoria Histórica: la respuesta de la Iglesia ha sido firme y definitiva.

La polémica ha estallado nuevamente -las bombas ya se intentaron quitar sin éxito en 2005- después de que el senador de Compromís, Carles Mulet,  solicitase información sobre las medidas adoptadas por el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza para "la retirada de símbolos que estarían incumpliendo la ley de Memoria Democrática", en referencia a los artefactos y una inscripción en el interior del templo.

A juicio de esta formación, las bombas deben ser retiradas "por ser ingrediente de la propaganda nacional católica en el inicio de la Guerra Civil".

Rechazo parcial del Cabildo: las bombas se quedan, la inscripción no

La respuesta por parte de las autoridades religiosas del templo ha sido tajante. En declaraciones prestadas a Hoy Aragón, fuentes cercanas al Cabildo Metropolitano expresaron su rechazo a retirar unos símbolos que "no hacen referencia a bandas, ni a enfrentamientos, ni a represión ni a dictadura".

En su opinión, los artefactos se tratan de un elemento histórico más, como cualquier otro, "que da sentido a los agujeros que se produjeron en su caída [en el templo]" . 

Las fuentes del Cabildo aseguraron tener de su lado a las autoridades civiles, afirmando que coinciden con ellas en que las bombas "no vulneran la ley" ni tampoco el texto situado bajo las mismas, que es "tan solo una fecha".

El senador de Compromís, Carles Mulet, considera que las bombas de la basílica del Pilar son un "ingrediente de la propaganda nacional católica en el inicio de la Guerra Civil". 

La determinación del Cabildo no ha sido la misma con una inscripción situada a uno de los lados del coro del templo, por "hacer referencia al enfrentamiento".

La inscripción dice así: "Tras la guerra de liberación de la patria y obtenida felizmente la victoria, los fieles cristianos de toda España, agradeciendo a la bienaventurada Virgen María del Pilar al haber escuchado sus votos, la visitan como peregrinos con filial amor y piadosa penitencia".

En este último caso, las mismas autoridades del templo admiten estar estudiando como retirar parte de la misma.

El origen de las bombas: ¿un milagro?

Las bombas situadas en la basílica mariana formaron parte de los ataques a templos religiosos sucedidos durante la Guerra Civil.

En la madrugada del 3 de agosto,  un avión de ejército republicano lanzó sobre la plaza del Pilar cuatro bombas, dos de las cuales cayeron en el interior del templo, dañando no solo su estructura sino también la cúpula y la pintura de Goya situada frente a la Santa Capilla.

Lo asombroso es que ninguna de las dos estalló, lo que se atribuyó por la población y los fieles a un milagro de la Virgen del Pilar.

Tomás Burillo, comerciante de una tienda situada en la Plaza del Pilar fue el testigo principal de cómo caían las bombas aquella madrugada. El Heraldo recogió así sus declaraciones:  

Fue en una madrugada de la Guerra Civil, claro, como ya sabrá usted. La familia velábamos a causa de una enfermedad de mi señora. A mí me pareció un avión y me asomé a la ventana. Vi volar el avión una y otra vez alrededor del Pilar. Comprendí de qué se trataba y estuve a punto de disparar sobre él con un arma larga que entonces poseía. Pero temí equivocarme.

Don Tomás Burillo no disparó, pero aguzó el oído y recuerda que escuchó el zumbido de «algo» al caer. Ese zumbido le puso inmediatamente en guardia y bajó a la plaza a comprobarlo.

Me acompañaron una hermana y un hermano. Y vimos la bomba.

Yo bajé en seguida esta cuerda que tenía preparada para cierta diligencia. El capitán nos advirtió a todos del peligro que corríamos, sobre todo en el momento de quitar la espoleta de la bomba. Pero allí permanecimos junto a él, hasta que fue arrastrada, muy despacio, después de haber conseguido ponerla sobre un almohadón que traía el coche.

Hasta que lograron reducirla a la inocuidad. Después, don Tomás Burillo recogió su cuerda, la enrolló parsimoniosamente y como si no hubiera pasado nada.