Enferma de tuberculosis desde los 15 años de edad, durante mucho tiempo Tilde Manzotti (1915-1939) no pudo comprender el sentido de ese sufrimiento. Con la fe debililitada, hasta casi perderla, encuentra la Orden de Predicadores, se convierte en terciaria y se abandona a Jesús crucificado. Descubre que en el vía crucis se encuentra la alegría y se participa en la obra de salvación. Ermes Dovico ha contado su historia en La Nuova Bussola Quotidiana:

Tilde, el vía crucis que da forma al Amor

"...no debes sufrir por mí, porque he encontrado la felicidad. Esa Tilde que recordabas en tu [carta], soñando despierta, ha encontrado su camino a través del dolor. Puedo y debo decir que no encontré el camino, pero el Señor me lo mostró de forma tan brillante, tan luminosa, que, aunque tuviera el corazón ciego, habría visto la luz".

Es el 4 de marzo de 1939 y Tilde Manzotti escribe a su amiga Saffo Sassi, preocupada por su salud. Tilde tiene casi 24 años y padece tuberculosis desde los 15 años. Pero en los últimos meses su estado ha empeorado considerablemente, causando conmoción entre familiares, amigos y religiosos.

Sin embargo, Tilde muestra una alegría tan grande que a veces es incapaz de expresarla con palabras, a pesar de su educación y de la elegancia -no rebuscada, sino natural- de su escritura que se desprende de sus cartas y de su diario. Son textos que relatan un convincente viaje espiritual que llevó a Tilde de una crisis de fe a un rápido e intenso ascenso hacia Dios.

"Sabes cuánto sufrí el año pasado", le escribe, en la misma carta, a Saffo, "porque sabes bien que una naturaleza ardiente como la mía quiere y desea lo que las criaturas no pueden dar. He soñado, he creído en un paraíso que no era sino un infierno". Tilde se había engañado al creer que el deseo se satisfacía solo a través de las criaturas y encontró la respuesta en lo que llamaría, simplemente, "Amor". El de Jesús crucificado, el único capaz de saciar la sed de infinito que Dios ha impreso en nuestras almas.

Una fe rescatada por el dolor

Nacida en Reggio Emilia el 28 de mayo de 1915, Tilde fue la primera de los siete hijos de un matrimonio de fuertes raíces cristianas. Su madre, Giuseppa, era ama de casa y su padre, Primo, maestro. Siguiendo sus pasos, Tilde también se graduó en magisterio a pesar de su tuberculosis. Pero sus intentos de continuar sus estudios en la universidad se vieron frustrados por los recurrentes dolores físicos que la llevaron al borde de la desesperación.

Tilde Manzotti, en su infancia, cuando empezó a padecer la tuberculosis.

Fue en esta etapa de su vida, entre 1936 y 1937, cuando la fe de la joven se tambaleó, quizá debido a malas lecturas y desengaños amorosos. Cuando la familia Manzotti se trasladó a Florencia en noviembre de 1937, comenzó su segunda experiencia universitaria. También esta se vería interrumpida por la enfermedad, pero fue en la ciudad de Dante donde Tilde entró en contacto con la Orden de Predicadores al inscribirse en la FUCI [Federación Universitaria Católica Italiana]: fue una etapa fundamental en su trayectoria. Ella misma acabó siendo terciaria dominica.

"Madre" e "hijo"

En junio de 1938 su estado empeoró: para beneficiarse del aire de la montaña, se trasladó durante un par de meses a un convento dominico en los Apeninos, en Covigliaio. Aquí disfrutó del ambiente de recogimiento y oración. Y conoció a una persona que fue decisiva para volver a la fe y profundizar en ella: el hermano Antonio Lupi, un dominico tres años menor que ella, que día tras día la ayudó a encontrar las respuestas que buscaba y el sentido de sus sufrimientos. Sufrimientos que debió ofrecer a Dios en unión con los de su Hijo, que murió en la cruz para salvarnos. Gracias a este encuentro, Tilde maduró el deseo, nunca realizado, de hacerse monja. Su misión, en el año y poco más en que se consumió rápidamente su vida terrenal, iba a ser otra. Como se refleja en sus escritos.

Si fray Antonio Lupi inicia a Tilde en el camino del abandono confiado en Dios, Tilde se convierte ("después de Nuestra Señora y Santa Teresa del Niño Jesús", según palabras del religioso) en una verdadera madre espiritual para fray Antonio y su vocación sacerdotal, una relación materno-filial que es evidente incluso en los términos utilizados (él, entre otras cosas, la llamará varias veces "mamá", ella "hijo", en un contexto general que lejos de ser cursi manifiesta una expresión de virtudes heroicas).

Sus intercambios de correspondencia, junto con una confianza fraternal, dan testimonio de una admirable unión entre las dos almas, hasta el punto de querer sufrir juntas para mayor gloria de Dios. "Tengo una necesidad absoluta de vivir con la certeza de ser parte de todos tus sufrimientos, incluso los más pequeños. Recuerda que desde el año pasado hemos dicho juntos al Señor que queríamos trabajar juntos por Él y por las almas: por tanto, debemos tener en común todo, sobre todo los sufrimientos", escribía, por ejemplo, el hermano Antonio a Tilde el 28 de julio de 1939.

Un deseo recíproco, aunque Tilde le indica al dominico que está llamado a un "martirio" de otra naturaleza, es decir, más a las pruebas espirituales que a las físicas. Y ella, por otra parte, ofrecería muchos de sus sufrimientos por la santificación de los sacerdotes.

Subir al Calvario

Mientras tanto, en el otoño de 1938, el hermano Antonio presentó a Tilde a un hermano sacerdote, el padre Stefano Lenzetti (1905-1954), que se convirtió en su confesor. Bajo la dirección espiritual del padre Stefano -que no pocas veces tuvo que frenar los impulsos de la joven, decidida a seguir a Jesús y a María en todo-, Tilde emitió una serie de votos privados, como el de víctima de inmolación por amor y sacrificio, el de abandono y el de obediencia a su director.

El entonces arzobispo de Fiesole, Luciano Giovannetti, abrió en 1995 la causa diocesana para la beatificación de Tilde Manzotti. Se cerró en 1999 y se envió a Roma, para su examen por la Congregación para las Causas de los Santos.

En su Diario no omite relatar la aridez, los asaltos del Maligno y las rebeliones que tuvo que afrontar incluso en los últimos meses de su vida; sin embargo, su sed de infinito, que la hacía desear a Dios por encima de todo, siempre salió victoriosa. Encuentra su paz en la oración ante el Sagrario, sufre cuando no puede recibir la Eucaristía o cuando recibe a Jesús pero sin fruto aparente, se duele de sus pecados pasados y de los que siguen ofendiendo al Señor, medita en Sus dolores y en los de Su Madre.

El 2 de enero de 1939, llena de gratitud, le pide a la Virgen una gracia: "¡Ave María! Hermosa madrecita, realmente quiero que me des un hermoso regalo. Quiero sufrir, por la Pasión de Jesús, tanto como tú has sufrido. ¡Si supieras cuánto te quiero, pensando en el dolor que has sufrido! [...] ¡Oh, madre, ver a un hijo en la cruz! ¿No podemos bajarlo de la cruz y estrecharlo contra nuestro corazón, para que nadie lo haga sufrir más?".

Y el 11 de marzo siguiente: "¡Ave María! Et dolor meus in conspectu meo semper (Sal 38,18). Lo meditaba esta mañana durante la Santa Misa: el altar era el Calvario y Tú, Dios adorado, te dejaste desgarrar por un dolor inmenso por mí". La luz de la fe ilumina lo que Tilde no entendía en su primera juventud, pero ahora sabe que el dolor, si descansa en Él, genera amor. Y salva. Así, el 11 de marzo, después de su enésima declaración a Jesús ("Te amo"), escribe: "Hoy te he pedido, y el padre Stefano te ha pedido por mí, que me concedas la gracia de estar crucificada contigo".

Tendrá que pasar siete meses más enferma antes de reunirse con el Esposo. Era el 3 de octubre de 1939, la fiesta litúrgica (como en el Vetus Ordo) de Santa Teresa del Niño Jesús, de la que era muy devota. Dos meses antes, el 3 de agosto, en el último pensamiento anotado en su diario, Tilde había escrito: "¡Ave María! ¿Cuándo, Jesús, caerá para mí la oscuridad sobre el mundo y estaré a solas contigo?". Hoy es una Sierva de Dios y su causa de beatificación está en marcha.

Traducción de Elena Faccia Serrano.