En pleno monte de las Bienaventuranzas y junto al Mar de Galilea se sitúa el Seminario internacional Redemptoris Mater, donde desde la universalidad de la Iglesia con 34 seminaristas de 14 nacionalidades, se preparan para ser misioneros en Tierra Santa, precisamente donde empezó todo. Aunque su misión también les lleva a las tierras del islam: Jordania, Siria, Bahrein, Emiratos Árabes y quién sabe si algún día a Arabia Saudí.

Uno de estos jóvenes dispuestos a dar la vida en la misión ya desde antes de ser ordenado es Javier Martínez, un joven español de 27 años natural de Zaragoza. Este es su octavo año y si todo va bien el próximo curso será ordenado diácono.


En todos estos años uno de los puntos importantes ha sido el aprendizaje tanto del árabe, para hablar con los cristianos de esta zona y con los propios musulmanes, así como el hebreo. Pero además, para conocer bien la tierra a la que dedicará su vida ha estado dos años en en zonas muy diferentes entre sí, una localidad turística israelí y un pueblo en la musulmana Jordania, como parte de su formación. Esta experiencia misionera es un requisito para ser ordenado.

Javier cuenta a Religión en Libertad la historia de su vocación y su sí a Dios para ser enviado ya sea a Israel o a países de mayoría islámica. “Quizás hubiera sido más fácil y más lógico estar en España pero los pensamientos de Dios no son los míos. Yo estoy dispuesto a ir donde sea”, asegura.


Imagen del seminario, con las celdas rodeando la capilla de Adoración Perpetua y al fondo el Mar de Galilea

Para él es una auténtica experiencia vivir mezclado con árabes cristianos, musulmanes, hebreos y tantos extranjeros que pasan por esta tierra. Incluso el propio seminario, que depende del Camino Neocatecumenal, ayuda a esto pues además de los católicos de rito latino de todo el mundo hay candidatos tanto maronitas como greco-melquitas.


Sobre la experiencia de vivir en una tierra con árabes musulmanes, cristianos y judíos, Javier confiesa que “me siento llamado a amar a todos, conociéndolos. Hacemos cursos del Corán para conocerlos mejor y estudiamos el hebreo, el judaísmo y sus fiestas, también. Pero sobre todo estamos con los árabes cristianos anunciando que la salvación para todo hombre sea cristiano, judío o musulmán es Cristo”.

Estos dos años de “itinerancia”, de experiencia misionera y pastoral, que ha experimentado en este tiempo de seminario le han ayudado a conocer mejor la tierra en la que está. En un primer momento estuvo un año en Eilat, la ciudad turística israelí situada en el Mar Rojo. Llevaba años estudiando árabe, estando con ellos y yendo dos días por semana a parroquias para convivir con estos cristianos. De repente llegaba a un lugar donde había pocos cristianos nativos: “me mandaron a una parroquias en la que los católicos eran filipinos, sudaneses, eritreos…”. Estas personas en la mayoría de los casos se habían visto obligadas a emigrar, muchas en situaciones muy difíciles.


“Trabajaban muchísimo, había mujeres filipinas e indias que sólo tenían dos horas libres a la semana y estas dos horas las utilizaban para ir a la iglesia a rezar, recibir una Palabra para toda la semana que les consolaba y ayudaba a seguir adelante”.


Los seminaristas junto al arzobispo Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén

Ver estas situaciones, asegura este seminarista español, “me ayudaban a ver que la misión es importante, que hay que estar ahí pues era una pequeñísima parroquia en la que durante la semana  apenas había gente pero era necesario que estuviera allí por estas personas”.


Esta situación era muy diferente a la que vivió durante su otro año de itinerancia en Jordania, en un pueblo cristiano rodeado de musulmanes. Eran 250 familias cristianas, 200 de rito latino y 50 greco-católicas. Un lugar también, explica este seminarista, con sus dificultades ante el mundo islámico que les rodea.

En este tiempo vio conversiones y la vuelta a la fe de cristianos que la habían abandonado. “En este pueblo jordano un joven estaba en la droga y vivía prácticamente en una pocilga como consecuencia de su adicción. Íbamos a verle, a estar con él y a través de la misión cambió completamente su vida. Es ahora otra persona”, relata.

Esto se produce también porque Dios llama a personas para que realicen esta misión por lo que “me veo toda la vida aquí porque lo lleva Dios, no yo. Esto es lo que me da la alegría, evangelizar, encomendando mi vida a Él”.


Los seminaristas viven de dos en dos pequeñas habitaciones 


El seminario está enclavado en un lugar bellísimo. Como si se trata de un monasterio, los seminaristas viven en unas celdas que hacen una forma de U. En medio hay una capilla de Adoración Perpetua, en la que hacen turnos durante día y noche mientras que de fondo aparece imponente el mar en el que Cristo hizo milagros y predicó.

Es por ello que la adoración y la oración ocupan un lugar central en el Seminario. Se levantan a las 6.30 y van a la capilla donde hacen una lectura continuada de la Biblia. Luego rezan la oración de laúdes y ya entonces desayunan antes de empezar las clases.  La Eucaristía, las labores pastorales y el estudio quedan para la tarde.

No esconde que en estos años ha tenido dudas, y también tentaciones. “Al final es un problema de fe, a veces quieres adecuar la misión a tu forma de ver las cosas, otras veces es el miedo pero al final el Señor da una respuesta: Él ha pasado primero y entonces con Él puedo todo. Y esto es lo que he experimentado en este tiempo”.


Javier proviene de una familia católica del Camino Neocatecumenal con seis hijos, de la que él es el tercero. Nunca se le había pasado por la cabeza ser sacerdote cuando vivía en Zaragoza. Él quería casarse, tener una familia, un buen trabajo y una vida cómoda.

Pero hubo un día en el que llegó a la conclusión de que “la Iglesia no me daba nada” y durante años la abandonó para vivir su vida. “Trabajaba para pagarme una academia para ser bombero, tenía mi novia, mis amigos”, recuerda este joven. Sin embargo, había algo que le extrañaba: “Aunque realmente hacía todo lo que quería, no estaba satisfecho y me preguntaba: ‘¿qué me falta?’”.



Habló con sus padres y también con sus catequistas del Camino Neocatecumenal. Le propusieron hacer una experiencia en la Domus Galileae como voluntario, un centro internacional de acogida de peregrinos en Tierra Santa y en el que se encuentra el seminario en el que más tarde recalaría.


Pero como había lista de espera le mandaron con un sacerdote en Navarra. “Fui allí  y una cosa me dejó un sello pues después de años fui a confesarme. Ahí vi que esto no era un cuento, que lo que me hacía sufrir era vivir lejos de Dios y de su amor".

Este fue “el principio del signo de la llamada”. Esta experiencia le remitía una y otra vez a un pensamiento: "Si a través de este presbitero he experimentado este amor, si alguien a través de mí puede experimentar que Dios le ama, que puede ser feliz con la vida que tiene, entonces quiero hacer la voluntad de Dios".


Una semana más tarde le llegaba el turno para ir a la Domus Galileae y el conocer los santos lugares fue otro de los puntos fuertes para descubrir su vocación.

En Tierra Santa, un sacerdote le dio una palabra. “Me proclamó el Evangelio en el que María está a los pies de Jesús y Marta sirviendo. María había elegido la mejor parte. Justo después en la capilla de adoración perpetua que había en el seminario que luego sería su hogar abrí la Biblia al azar y me salió de nuevo, al igual que al día siguiente. Dios me llamaba a ponerme a sus pies”.

Supo que Dios le llamaba al sacerdocio y la providencia quiso que además fuera enviado a este seminario de Tierra Santa en el que precisamente descubrió su llamada. Ahora con su ardor evangelizador espera ser ordenado para llevar esta Buena Nueva a Israel y a los países musulmanes del entorno y quien sabe si a Arabia.

Agradecimientos a la Oficina de Turismo de Israel y al Seminario Internacional Redemptoris Mater de Galilea