La vigilia celebrada durante la noche del 5 de agosto en el Parque Tejo de Lisboa junto al Papa Francisco fue uno de los últimos y más multitudinarios eventos de la JMJ de Portugal.  Como el Vía Crucis, contó con una orquesta, coro y coreografías. También testimonios e historias que ilustraron la fe y oración del millón y medio de fieles presentes.

Una de ellas fue relatada en primera persona por Marta, una joven de 18 años de Cabo Delgado (Mozambique) que vivió sus primeros años de adolescencia perseguida por el terror causado por insurgentes musulmanes en la región, en una guerra que tras cinco años, parece no ver su final.

Criada en una familia "sencilla y pobre", huérfana de padre desde los siete años, Marta concluyó su infancia apegada a su fe, participando en el día a día de la parroquia y las catequesis para recibir la confirmación.

Aunque con dificultades, ella y su familia vivían con cierta estabilidad en la región Planalto do Povo Maconde. Habían oído hablar de los ataques terroristas cerca de la localidad, pero nunca imaginaron que podrían afectarles personalmente.

Algo que cambió la mañana del 7 de abril de 2021, cuando atacaron el pueblo en el que vivía.

"Huimos con toda nuestra familia al bosque. Nos escondimos cuatro días. Cuando supimos que se habían ido, volvimos a casa. Pasamos el día en casa y de noche volvimos a dormir al bosque. Rezábamos mucho pidiendo a Dios que nos librara de todo mal, que nos diera fuerzas para superar aquel momento difícil y que no ocurriera lo peor en las casas de la gente", relata.

Cuando todo pareció haber terminado, ella y su familia volvieron a su hogar. El tiempo atenuó el miedo y juntos volvieron a hacer "vida normal".

Pero el 31 de octubre, los islamistas regresaron con más violencia que en el primer ataque.

La familia trató de repetir su huida al bosque, caminando "sin comida, agua ni saber que hacer". "Estábamos hambrientos", recuerda.  

Pero entonces no tuvieron tanta suerte: "Los terroristas nos encontraron".

Asustados, comenzaron una frenética huida entre los disparos de los islamistas hasta que llegaron a Nampula, donde fueron acogidos por algunos familiares.

"Rezábamos mucho, nunca perdimos la fe. Pedí a Dios que nos ayudará, que eliminara todo el mal del mundo y que las personas que estaban causando esto cambiaran de vida. En medio de todo el sufrimiento nunca hemos perdido la fe y la esperanza de que un día vamos a reconstruir de nuevo nuestra vida", concluyó.