Siempre es interesante leer cómo los conversos llegan, avanzando a trompicones, a Roma. Seguramente, uno de estos extraños relatos actuales es el de Una Kroll, cuya autobiografia Bread not Stones (Pan, no piedras, ndt) ha sido publicada recientemente por Christian Alternative.

La autora recibió bastante publicidad en el pasado como feminista cristiana franca y activa. Fue ordenada al sacerdocio en la Iglesia Anglicana y fue una de las primeras sacerdotisas de la Iglesia [anglicana] de Gales.

El título de su libro está tomado de un incidente que tuvo lugar durante el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra de 1978. Cuando sus miembros, en esa ocasión, rechazaron la propuesta de preparar a las mujeres para la ordenación, Una Kroll gritó desde la galería: “¡Os pedimos pan y vosotros nos dais una piedra!”

Esto puede sonar como un inicio poco prometedor para una conversión a la Iglesia Católica, que permite sólo el sacerdocio a los hombres.

Pero toda la vida de Kroll ha estado marcada por cambios dramáticos, pérdidas, trastornos y crisis espirituales, en medio de una larga y dolorosa búsqueda de la verdad espiritual.

Nacida en 1924, su padre abandonó a la familia cuando ella era muy joven. Educada por su madre sola, sufrió mucha pobreza hasta que ganó una beca para estudiar Medicina en Cambridge en 1944. Pasó el examen para la especialidad en 1951 y pensaba especializarse en neurocirugía cuando, de manera impulsiva, en 1953 se convirtió en una monja misionera y enfermera en la Iglesia Anglicana.

Fue enviada a trabajar en Liberia, donde fue muy difícil para ella combinar la medicina y la vida religiosa, y cayó enferma. Escoltada de vuelta al Reino Unido por Leopold Kroll, el monje que estaba a la cabeza de su orden religiosa, se enamoraron y tuvieron que abandonar sus respectivas comunidades. Se casaron en 1957.

Compaginó treinta años de feliz matrimonio y cuatro hijos con su trabajo como médico de familia y su formación como diaconisa anglicana. Tras la muerte de su marido, acaecida en 1987, Una Kroll volvió a ser monja y eligió vivir una vida "solitaria" con votos.

En 1997, con 71 años, fue ordenada [al sacerdocio anglicano] en la Iglesia de Gales, volviendo a Inglaterra en 2003. Durante cinco años vivió en Bury, cerca de su hijo, donde continuó su vida de eremita anglicana, pero empezó a sentir dificultades con las prácticas discriminatorias de la Iglesia de Inglaterra de la época en relación al ministerio de las mujeres.


Entonces llegó el inexplicable giro en la historia. En 2008, profundamente infeliz en la Iglesia de Inglaterra y luchando con las dudas sobre su fe, hizo un breve retiro en un monasterio cisterciense.

Dedicó su tiempo a estar sola en “la amplia y austera iglesia”, donde escribe que “un día sintió allí una Energía vibrante que la inundó".

La describió como “Amor Creador Incondicional”. Impulsada por este amor que “no tenía lógica”, Una Kroll se descubrió a sí misma buscándolo “dentro de la institución más autocrática: la Iglesia Católica”.

Sus amigas feministas anglicanas dijeron que era una “decisión perversa” y la propia Una Kroll admitió que siempre había declarado: “Nunca me uniré a la Iglesia Católica por su estructura jerárquica, su sistema de gobierno que excluye a la mayoría de los laicos de la toma de decisiones y por su actitud hacia las mujeres y los homosexuales”.


Seis años más tarde reconoce “lo esencial que ha sido para mí [la conversión]”. Lo explica así: “No ha sido hasta que he estado encerrada” en la Iglesia Católica – haciendo imposible para mi llevar adelante mi ministerio público de sacerdotisa en la Iglesia de Inglaterra – "que he entendido que la reclusión dentro de este anclaje no hecho por mi podía llevarme, en última instancia, a la libertad”.

Y descubrió que podía aspirar al misterio del amor incondicional “sin insistir que mis opiniones eran las correctas y las de los demás equivocadas”.

Hoy Kroll se describe a sí misma como “una prisionera de la esperanza…que confía en lo que ellos no saben que está allí, pero que también actúa en esta creencia”.

Y la presencia real de Cristo en la Eucaristía “me ayuda a reconocer esa misma Presencia en la creación”.

Su autobiografia es una historia valiente y humilde; es también testimonio del misterioso trabajo de la Gracia en el alma individual. Sin embargo, el libro carece de cualquier mención a los trabajos de los santos que tal vez la han ayudado a superar sus perjuicios contra la Iglesia, como los escritos de Newman (y su apoyo a la vocación de los laicos) o los escritos místicos de Santa Teresa de Ávila. Y quizás, si hubiera conocido a Nuestra Señora en una etapa más temprana de su búsqueda espiritual, su visión sobre la ordenación de las mujeres hubiera sido diferente.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)