El libro se refiere únicamente a Francia, pero cuando uno le echa un vistazo aunque sea de urgencia, se da cuenta que sus referencias y conclusiones podrían aplicarse perfectamente a España, porque la situación española no es nada diferente a la francesa, si no más descarada si cabe. La autora del libro duda si el presidente de la República gala es masón o no, aunque ofrece algunos datos inquietantes, pero aquí no cabe duda alguna que ZP pertenece a la congregación del triángulo, grado 33 en una logia encubierta de Centroeuropa, según han revelado algunos libros publicados recientemente, como el titulado «La Trama Masónica» (Styria, Barcelona, 2006) obra del profesor de la Facultad Teológica del Norte de España (Burgos), padre Manuel Guerra, el mayor especialista español en sectas, masonería incluida.
 
Como lo que viene de fuera, especialmente de Francia, es aquí palabra sagrada, el libro de Sophie Coignard podría ser de gran interés para los lectores españoles, simplemente por aquello que dice el dicho: «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». Pero en España el peligro masónico se toma poco en serio, como si un baño narcotizante hubiese adormecido a la sociedad española, empezando por los círculos directamente amenazados por la ofensiva laicista, antirreligiosa y abortista que empuja la masonería no solamente española. No he oído a ningún obispo ni a ningún dirigente seglar católico cualificado, hablar claro sobre este tema, sino como mucho dando rodeos y circunloquios, empleando eufemismos y medias palabras para no agarrar al toro por los cuernos. Que nadie se engañe, y menos que nadie los principales responsables de la Iglesia católica española y universal. La tremenda ofensiva, por un lado laicista, para borrar al catolicismo del espacio público, y por otro abortista y anticonceptista, tiene su apoyo principal en los círculos masónicos, tanto nacionales como internacionales, empezando por la propia ONU y sus agencias de «planificación familiar», verdaderas madrigueras de «hermanos». Están obsesionados, o eso fingen, con el cambio climático, el calentamiento de la atmósfera por gases de origen antropogénico, «la economía sostenible» (hay quien sepa eso qué puñetas es), las teorías catastrofistas de Malthus, la tesis de que somos demasiados en este mundo, que al ritmo de crecimiento que registra el planeta vamos directos a una catástrofe total, de ahí que haya que limitar o reducir a toda costa y por cualquier procedimiento la natalidad en todas partes, para que, los que queden, puedan vivir plácidamente a sus anchas. Teorías absurdas, indemostrables, criminales, que están causando verdaderos estragos al menos en la sociedad occidental que ha perdido por completo el Norte. Pues bien, detrás de esas iniciativas y sosteniéndolas con todas sus fuerzas, están los masones, aunque en España no se pueda hablar de ellos por aquello de la «conspiración judeo-masónica» que repetía Franco. Vale, de acuerdo, pero como pienso haber dicho en alguna ocasión anterior, esto de la masonería en España es como las meigas gallegas: nadie cree en ellas, pero «haberlas haylas», y además están en el puente de mando de la nave en la que estamos todos embarcados, quieran verlo o no las cabezas rectoras eclesiales y los católicos tan bienpensantes como acollonados, que diría Ansón. Por favor, «que no digan que soy de derechas». ¡Valientes necios!