Vivimos en una sociedad en la que prácticamente todos los días son el Día de Algo. Y así hace unos días era el Día Internacional de la Familia, al que mi periódico local La Rioja dio bastante importancia, considerándola como una institución que se ha transformado radicalmente en las últimas décadas con menos matrimonios, más rupturas y menor natalidad. Añadía que los hogares riojanos unipersonales, monoparentales y de parejas sin hijos casi duplican a los de la familia tradicional. El número de matrimonios civiles fue de 785 en el 2016, frente a 345 católicos y 3 de otras religiones. Otro dato muy importante es que el número de rupturas es de dos cada tres matrimonios. El periodista califica así estos datos sobre la familia: “Ni mejor, ni peor, solo diferente”.
 
En cambio a mí, me han parecido unos datos horripilantes, aunque más o menos contaba con ellos. Y es que el volver la espalda a Dios, como lo ha hecho buena parte de nuestra sociedad, pasa factura. ¡Cuánta gente me he encontrado que le gustaría formar una familia, pero se han dedicado a seguir sus instintos y se han encontrado que han llegado a una edad en la que ya se les ha pasado el momento de formarla! Porque lo curioso del caso es que la familia sigue siendo en las encuestas una de las instituciones más valoradas.
 
Como dijo Pío XI contra los nazis en su encíclica Mit brennender Sorge: “34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: 'No hay Dios', se encamina a la corrupción moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sí sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo”.
 
Y es que la familia es la institución natural más antigua que existe, pues los seres humanos de todos los tiempos han nacido, crecido y desarrollado habitualmente en el seno de una familia, que es la que mejor les puede aportar la satisfacción a las dos necesidades básicas del ser humano, es decir comida y afecto.
 
Pero la familia cristiana va más allá. Todos estamos llamados a la santidad, pero Jesucristo ha querido que el matrimonio sea también un sacramento, es decir uno de los lugares privilegiados de encuentro entre Dios y el hombre. En el matrimonio cristiano, Dios, creador e inventor del amor, está presente y contribuye con su gracia, que los esposos reciben en el sacramento, a que éstos se amen y que descubran la familia como íntima comunidad de vida y amor, abierta a nuevas vidas y auténtica Iglesia doméstica. Por ello la Iglesia ha concedido siempre gran importancia a la familia cristiana.
 
Pero esto no gusta a Satanás. Su plan de destrucción de la Humanidad requiere necesariamente la destrucción del matrimonio, de la familia, e incluso de la maternidad y de la religión. Su objetivo especial sería la familia cristiana, siendo el instrumento a emplear la ideología de género, pero este proceso no se puede realizar repentinamente, sino que exige cambios paulatinos y discretos, a fin que la gente vea como normal, aquello que no deja de ser una atrocidad, aunque para ello sea necesario ocultar la realidad. Se trata de terminar con los valores morales.
 
Jesús nos dice que para defendernos del demonio y sus secuaces nos enviará el Espíritu de la Verdad. Hoy, ante esta situación, necesitamos de la asistencia especial del Espíritu Santo que ponga la luz de la Verdad en medio de las tinieblas del error, a fin que este Abogado nos defienda del encantamiento de tantos sofismas con los que se pretende acabar con los valores no sólo cristianos, sino también humanos. Y recordemos que las armas de los cristianos son la oración, los sacramentos y hacer el bien; y en éste y en otros muchos asuntos, el procurar ir bien documentado.