El 4 de febrero fue el cuarto aniversario de la muerte del escritor lombardo Eugenio Corti quien, en virtud de su apasionada obra de evangelización, fue también definido como “el cantor del Reino”.


Eugenio Corti (1921-2014) nació y murió en Besana in Brianza (Lombardía, Italia).

Corti, nacido en 1921, intuyó desde joven su vocación literaria. Una vocación que tomó forma y se enriqueció gracias a las experiencias que la vida le puso delante, y que el escritor supo (y aceptó) aprovechar: por encima de todas ellas, el contacto con la cruda realidad de la guerra y la experiencia, en los límites de la supervivencia, de los 28 días pasados “en un saco” durante la retirada de Rusia en 1943, posteriormente narrados en I più non ritornano [La mayoría no regresan]  (1947). Pero una vocación madurada también en la cotidianeidad de una fe sencilla, vivida en familia y desarrollada gracias a una capacidad, ciertamente no común, de lectura y de análisis de la historia pasada y contemporánea.

Ambos factores emergen en la que se podría definir como “la novela de la vida” de Corti: El caballo rojo, publicada en mayo de 1983 por Edizioni Ares [en España, por Ciudadela] y que costó al escritor once años enteros de trabajo casi ininterrumpido (con excepción de su compromiso en el referéndum de 1974 sobre el divorcio). Una obra que enseguida fue definida como “un caso literario” y que, en sus 1084 páginas, subdivididas en tres grandes secciones ("El caballo rojo", "El caballo pálido" y "El árbol de la vida") narra los acontecimientos históricos que se suceden en Italia y en el mundo entre 1940 y 1974, y al mismo tiempo nutre al lector con interesantes reflexiones teológicas y teleológicas.

Y es tal vez precisamente esa característica la que hace que, a distancia de treinta y cinco años, El caballo rojo continúe apasionando e implicando a quienes, incluso muy jóvenes, tienen la audacia (plenamente recompensada) de sumergirse en la lectura: que en el centro de todo está, en efecto, Cristo, “el Camino, la Verdad y la Vida” y Maestro del alma humana. Mirando la vida de Eugenio Corti, no sorprende su capacidad para leer todo a la luz de la fe. Para él, la existencia adquiría sentido solo si se consumía por el Reino de Dios (en línea con la segunda petición del Padrenuestro, que reza: “Venga a nosotros tu Reino”) y en él la esfera pragmática y la espiritual caminaban al unísono. Una característica que hoy es cada vez más raro encontrar en las personas.

Sin embargo, no fue siempre fue así: durante la Edad Media (una época histórica muy amada por el escritor lombardo y hacia la cual alimentaba, citando al historiador Jacques Le Goff, “una cierta nostalgia”) hubo un clara centralidad de la religión en la mentalidad colectiva. La fe informaba la vida diaria de la gente y precisamente en virtud de todo ello el cristianismo llegó a una maduración plena, dando lugar a la llamada Res Publica Christiana. Por tanto, lejos de ser “siglos oscuros”, como parte de la moderna historiografía querría hacernos creer, en la visión de Corti –en algunos aspectos idealizada– el Medioevo fue un periodo fuertemente positivo, caracterizado por la proliferación de santos, por una concepción positiva de las figuras femeninas (“fuentes de vida física, espiritual, poética y de cualquier otro género”, como afirma la biógrafa oficial de Corti, Paola Scaglione) y por el aprecio a las virtudes del honor y del sentido del deber que guiaban a los caballeros medievales, pero también por un floreciente desarrollo desde el punto de vista cultural y artístico; y eso por el hecho –explica el mismo Corti– de que “la aportación del cristianismo constituye para el hombre de cultura un enriquecimiento incomparable”.

A ese momento cumbre de desarrollo del humanismo cristiano siguió, a partir del Renacimiento, un proceso de “descristianización” en el cual todavía hoy estamos plenamente inmersos y del cual pagamos las consecuencias. Una deriva que Corti denunció con valentía (con escritos publicados en varias cabeceras entre 1970 y 2000, luego reunidos en Il fumo nel tempio [El humo en el templo, alusión a la célebre frase de Pablo VI: "El humo de Satanás ha entrado en el templo por una rendija"]) y a la cual el escritor respondía haciendo un llamamiento a todos los católicos: cada vez es más necesario que quien ha recibido el don de la Fe se comprometa en primera persona para dar testimonio, pública y artísticamente, de la Belleza de una vida vivida en Cristo, y decida comprometerse para restaurar, retomando lo que apenas quedó esbozado, una nueva Res Publica Christiana.

Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.