Un milagro de nuestras manos, y  otro... y otro... ¿Que es una quimera? ¿Que soy voluntarista, creyente acérrimo de la voluntad? ¡Sigue leyendo, que te lo explico!

La vida nos da problemas, no para hundirnos, sino para que los superemos, y superándolos, nos superemos nosotros: ahí está la clave. Un problema del presente puede encerrarse a sí mismo en la perpetua queja sobre un pasado glorioso y la eterna espera de un futuro mejor; o bien puede provocarnos el revulsivo necesario para coger las riendas del caballo desbocado para enderezarlo y cambiar las cosas. Una misma afrenta, por tanto, puede encajarse de muchas maneras, pero siempre se reduce a estas dos.

Debemos ponernos manos a la obra para hacernos a nosotros mismos dejando hacer a Dios. Por este orden: primero, seguir a Dios; luego, lucha sin cuartel. Ciñéndonos, desde un principio, a lo que Dios nos pide, eso es, a Dios mismo, y no intentar crearnos un dios a nuestra medida. Eso sí es la quimera, porque te diré, de entrada, que a Dios nadie lo somete ni domina. Ese intentarlo nos lleva por un camino azaroso que sí es voluntarista (aunque no te guste reconocerlo), de manera que acabamos viendo un dios en todas las cosas, y nosotros acabamos haciéndonos esclavos de todas las cosas.

¡Qué sorpresa! Aquella vez que tenía un aspecto descuidado de mi vida, al ver que no solo no se arreglaba nada de nada, sino que aún se complicaba más todo, en un momento de sana rebelión e inspirado por testigos santos de mi alrededor y buenas lecturas, puse mis manos a la obra yendo a por todas, con toda la carne en el asador, ¡y se obró el milagro! Aquel aspecto olvidado de mi vida se arregló radicalmente. Pero no solo eso. Con sus sinergias junto a otros aspectos de mi vida, de las demás personas y del entorno físico, nuevos o ya en marcha, cambió rotundamente el devenir de mi existencia. Mejoró tanto, que transformó mi vida. ¡Sí, sí! ¡Cambió mi vida! ¡Así, casi como de la noche a la mañana! ¡Soy un hombre nuevo!

Tras mi descubrimiento, me sentí tentado de vanagloriarme, pero mi ángel de la guarda me sopló que no era yo quien había obrado el milagro, sino Dios que había obrado en mí, por mis manos. Pues Él es el Creador y yo solo soy su creatura. Y le di gracias a Dios, Padre y Señor Mío. ¡Gracias, Dios mío, por darme la vida y ayudarme a vivirla!

Ya ves. A partir de ahora, tu día a día cambiará, porque tus momentos serán momentos de vida. Muriendo a ti, vivirás. Ahora ya sabes que tu vida, en su mayor parte, depende exclusivamente de ti. Según cómo la mires, ella te mirará. La suerte no está echada, sino que la echas tú. No pierdas más el tiempo en disquisiciones: ¡ponte a obrar milagros!