¡Cuántos Cristos rotos van por este mundo, y a cuántos de ellos los rompemos con nuestras indiferencias, nuestra falta de amor, nuestro desinterés, nuestra falta de aprecio…!

Hay por estos mundos un libro de reflexión que seguramente conoces, Mi Cristo roto. Posiblemente al leerlo has experimentado muchos buenos deseos, pero seguro que nunca has pensado en este Cristo como en aquel que tienes mas cerca y en el que, como en ti, vive Cristo.

Las charlas cuaresmales del padre Ramón Cué en Televisión Española fueron recogidas en un disco que llevaba en portada el mismo crucifijo utilizado en la portada de las primeras ediciones de la obra.

No nos damos cuenta de que ese tiempo que dedicamos a hacer mas felices a los demás, ayudándolos y compartiendo sus tristezas y alegrías, son minutos que nos acercan a Cristo y que por medio de nuestras acciones más simples reparan todas esos daños que Le infligimos.

Una sonrisa, atender a una persona, un gesto de amor, acompañar al que esta solo… acciones simples que, si se hacen con amor, no suponen grandes esfuerzos y sí suponen grandes alegrías a quien las recibe; y, de forma mas egoísta, también a quien las da.

Es siempre bueno llevar en nuestro corazón un Cristo roto, sin un brazo, sin pies, arañado por el tiempo… ello nos recordará que nosotros podemos, por medio de nuestras acciones, reparar ese Cristo y hacernos reparar en algo más importante: el amor que debemos todos manifestarnos unos a otros, haciendo de este mundo una antesala del cielo y reconvirtiéndolo en el paraíso perdido. Ese paraíso que debemos de buscar dentro de nuestro corazón estando tranquilos con nosotros mismos y con los demás.

El paraíso perdido se encuentra más cerca de lo que creemos: está en hacer felices a los que nos rodean ayudándolos como nos gusta ser ayudados, de una forma sencilla y sin esperar nada a cambio.

Ignacio Segura Madico es vicepresidente de Fidaca (Federación Internacional de Asociaciones Católicas de Ciegos).