Xu Guangqi fue un astrónomo, matemático, traductor y político chino, en proceso de beatificación, reconocido ya por la Iglesia como siervo de Dios. 

Un libro que se acaba de presentar en Italia sobre su vida, titulado Un cristiano en la corte de los Ming, puede acercarlo a mucha gente, dentro y fuera de China.

En el país asiático se le considera uno de los “Tres Pilares del Catolicismo Chino”. Para la Enciclopedia Británica, es el converso chino más importante antes del siglo XX.


Nació Xu Guangqi en Sanghái el 24 de abril de 1562 en el seno de una familia relativamente pobre, que se sustentaba gracias a una pequeña granja.

Pese a las dificultades económicas que atravesaba su padre, Xu Sicheng, sus deudos pudieron enviarle al colegio a la edad de 6 años. A los 19 recibió el título equivalente al bachillerato, y ya no obtuvo titulaciones más altas hasta la treintena. No obstante, cultivó el estudio a lo largo de toda su vida.

Pronto entró a trabajar como burócrata al servicio de la corte de los Ming, la dinastía que comandaba entonces el imperio chino. Desarrolló con éxito una carrera política que le llevó a desempeñar puestos de alta responsabilidad. De hecho, a su muerte ocupaba el puesto de Ayudante del Primer Ministro de la corte imperial y Ministro de Cultura y Educación.

Una de las primeras pasiones intelectuales de Guangqi fueron las matemáticas. En aquellos años el estudio de las matemáticas en China había entrado en declive. Los relevantes avances que los chinos habían emprendido en el campo del álgebra en épocas anteriores yacían arrumbados en el olvido.

Guangqi se convenció de que esta decadencia respondía a una desidia académica y científica, lo que le llevó a ser un feroz crítico de la sociedad china.


Cuando tenía 39 años se cruzó en su camino la persona que le habría de cambiar la vida. Se trata del jesuita italiano Mateo Ricci, que consiguió llegar a Pekín en 1601 para impartir clases de matemáticas a la élite educativa.

Uno de los objetivos de Ricci como profesor era inculcar las ideas matemáticas que había aprendido en Roma de su maestro Cristóbal Clavio, también jesuita. Xu Guangqi fue uno de sus principales alumnos. (Bajo estas líneas, un grabado que representa a Mateo Ricci, a la izquierda, vestido de sabio confuciano, y a Xu Guangqi).



La influencia de Ricci sobre Guangqi fue tan decisiva que este decidió bautizarse solo dos años más tarde, en 1603. Como católico adquirió el nombre de Paul Siu. La estrecha colaboración entre Ricci y Guangqi se desarrolló en una doble vertiente: la evangelizadora y la académica. 

En el terreno evangelizador, una clave del éxito de los jesuitas en China fue su esfuerzo por inculturar la fe, por integrarla en la cultura china. 

El Papa Juan Pablo II explicaba así el mérito de Mateo Ricci en esta línea: "Elaboró la terminología china de la teología y la liturgia católica, creando así las condiciones para dar a conocer a Cristo y encarnar su mensaje evangélico y la Iglesia en el marco de la cultura china". Guangqi fue una de las piedras vivas para esta inculturación del Cristianismo en China.


En el campo académico, Guanqi se convirtió en el primer nativo en publicar traducciones de libros europeos al chino. Mano a mano con Ricci, tradujo obras de matemáticas, hidráulicas, geografía… La traducción más conocida que llevaron a cabo en comandita fue la de los seis primeros libros de los Elementos de Euclides, en 1607.

Una de las dificultades principales para los divulgadores era que sus enseñanzas resultaban muy extrañas para los estudiantes chinos, que habían recibido una formación en la materia radicalmente distinta. En este choque cultural Xu Guangqi también se prestó entusiasta a servir de puente.

De hecho, él era consciente de que el desarrollo técnico chino era muy inferior a la cultura occidental, en particular en las ciencias matemáticas.

Llegó a predecir que pronto todos los estudiantes chinos utilizarían los Elementos de Euclides, lo cual se cumplió.


Otra de las pasiones de Xu Guangqi era la astronomía, y también en este campo desempeñó un papel trascendental. Él era partidario de reformar el calendario que regía en China para adoptar el occidental. En este debate también encontró un aliado esencial en Mateo Ricci, quien consideraba que esta reforma podría ser una gran “prueba” del poder del Cristianismo. (Bajo estas líneas, una Introducción a la Astronomía traducida por Xu Guanqi y editada por Li Zhizao).



El impulso a favor de esta reforma se vio favorecido cuando Ricci predijo con bastante exactitud un eclipse acontecido el 15 de diciembre de 1610, unos meses después de que él mismo muriera. Se predijo otro eclipse para el año 1629 y el gobierno chino convocó un concurso para ver quién podía determinar con mayor precisión la fecha del suceso.

Se presentaron tres candidatos: la escuela tradicional china Da Tong, la escuela de calendario islámico y la escuela del Nuevo Método liderada por Xu Guangqi, que empleaba métodos europeos. Quien más se acercó a acertar la fecha del 21 de junio de 1629 fue Guangqi, y entonces el emperador le encargó la reforma del calendario. Cuatro jesuitas europeos le ayudaron en esta tarea que, debido a su muerte el 8 de noviembre de 1633, fue completada por Li Tang-Jin.


En los últimos años de su vida Guanqi tuvo una enorme influencia en la corte imperial de los Ming. Y también puso su granito en la defensa militar de su país, campo al que también dedicó su estudio. Cuando los Ming sufrieron el ataque de los manchúes, el sabio de Sanghai convenció al emperador para que utilizara artillería europea para repelerlos. La estrategia fue efectiva en un principio, hasta que los manchúes emplearon también armas y tecnología europeas, lo que les llevó a la victoria en 1644.

El legado espiritual de Xu Guangqi perdura siglos después de su vida. Fue padre de un hijo y sus descendientes -la primera familia católica de Shangái- han continuado siendo "férreos católicos" hasta nuestros días.



Contribuyó de forma decisiva a consolidar la misión evangelizadora de la Compañía de Jesús y a introducir el Cristianismo en ámbitos confucianos y budistas.

Sus restos descansan en un parque que lleva su nombre, en su ciudad natal de Sanghái (en la imagen sobre estas líneas). 

Respetado en la China actual incluso por el gobierno comunista, su figura sigue ejerciendo atractivo como un puente entre China y el cristianismo, entre Oriente y Occidente y un ejemplo de vivencia fecunda de fe y razón, modelo para científicos y matemáticos en su época y en la nuestra.