La situación de la Iglesia y los católicos en España, a partir de 1931, y especialmente desde 1936, fue de acoso y persecución abierta, situación que algunos sectores justificaban por considerar a la Iglesia como una de las principales causas de los males de la sociedad española. En algunos partidos, era convicción obligada, debido a sus propios presupuestos marxistas en los que la religión constituía un elemento alienante que había que destruir.
 
No puede extrañar, por tanto, que por parte de la Iglesia católica, a través de sus portavoces, se insistiera en que los elementos claves del conflicto no eran los cambios sociales, políticos o económicos, sino que se estaba dilucidando la pervivencia o no del cristianismo en España y, por tanto de todas sus manifestaciones de civilización y cultura.

En la provincia de Toledo encontramos uno de los lugares donde se manifestó la persecución religiosa de manera más cruenta, causando la muerte a centenares de sacerdotes y religiosos y a miles de seglares así como la profanación y destrucción de un ingente patrimonio artístico. A su vez, la defensa del Alcázar se convirtió en un símbolo del sentido religioso de la Guerra que fue explicitado de manera magistral por el Arzobispo de la sede Primada, Cardenal Gomá.