Cuando el presidente Bill Clinton ratificó la Ley de Libertad Religiosa en 1993, esta medida apenas tuvo oposición en la sociedad americana. Es más, se aprobó por unanimidad en la Cámara de Representantes y casi por unanimidad en el Senado.

Sin embargo, desde que ocurriera, han sido muchas las voces que han pedido su derogación. Los más críticos la acusan de servir de parapeto a las instituciones religiosas para discriminar por orientación sexual o de género.

Pero, ¿está cambiando la percepción sobre la libertad religiosa en Estados Unidos tras la llamada "revolución sexual"? ¿El cambio en la ética sexual de la sociedad americana puede estar detrás de las demandas para limitar la libertad religiosa? Helen Alvaré es lo que defiende en su nuevo libro titulado Libertad religiosa después de la revolución sexual: una guía católica.

Helen es experta en Derecho de Familia en la Universidad George Mason y miembro del Dicasterio vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida. La docente advierte a los católicos, y a los auténticos defensores de la libertad religiosa, de que deben tener muy claro lo que realmente significa ser una institución religiosa, sin limitarse a esperar éxitos en los tribunales o entre la opinión pública.

La web The Pillar ha publicado una interesante entrevista con esta experta, donde vincula el desprestigio de la libertad religiosa con los apoyos crecientes a la llamada "revolución sexual". Para Helen, comprender correctamente los valores propios de una institución, puede ser clave a la hora de defender la libertad religiosa en el país.

Obsesión con el ser humano

"Estamos viviendo un período de la historia en el que Occidente está obsesionado con el ser humano (a diferencia de estarlo con Dios, como era antes), y con su sexualidad. En este sentido, no creo que nadie lo haya definido mejor como el profesor Carl Trueman en The Rise and Triumph of the Modern Self. Allí enumera los pasos que está siguiendo Occidente: de pensar mucho en Dios y en la comunidad, a pensar principalmente en uno mismo; luego, a pensar en la expresión sexual, como centralidad de la propia identidad; y, luego, a politizar lo sexual", señala Helen en la entrevista.

Occidente ha dejado a Dios, y pone en el lugar al hombre y a la sexualidad, señala Helen.

Hay una serie de principios que no se pueden negociar. "El cristianismo trata a los miembros de la familia, y a los extraños, como hizo el Buen Samaritano. Pero, también, insiste en el respeto por el diseño creativo de Dios con nuestros cuerpos y relaciones. Esto quiere decir que tenemos que respetar el don de nuestra sexualidad y evitar las relaciones fuera del matrimonio, el divorcio, el aborto y las relaciones entre personas del mismo sexo", apunta.

Para Helen, es normal que los herederos de la revolución sexual vayan contra los ideales cristianos. "En un mundo en el que se antepone cada vez más a Dios y al "otro" en favor de una ética sexual fracturada e individualista era de esperar que se rechazaran los postulados católicos", comenta la autora.

La escritora comenta cuál ha sido el objetivo de escribir el libro. "Muchas de las demandas que se presentan hoy en día en Estados Unidos desafían la libertad religiosa y exigen a las instituciones católicas que cumplan con la nueva ortodoxia sexual del Estado: la separación del sexo de la biología y la separación del sexo de lo que significa el matrimonio", señala.

Las exigencias hacia las instituciones religiosas cada vez son mayores. "Se exige, por ejemplo, que las instituciones católicas brinden servicios de anticoncepción, aborto, transgénero... Los críticos de la libertad religiosa insisten en que las instituciones con cierto carácter religioso, hospitales o colegios, discriminan por motivos de sexo y orientación sexual, y les piden, además, que el hecho de que alguien rechace abiertamente la fe no sea una condición para poder ser contratado", explica Helen.

Para ella, renunciar a la batalla trae consigo el descrédito de la libertad religiosa. "Observé que, cada vez más, si alguna institución católica ganaba un juicio, no sabía ofrecer un argumento sólido de para qué quería la libertad religiosa. Con frecuencia estas organizaciones se limitaban a afirmar que 'hay una ley que hay que cumplir' o que 'el obispo me obligó a hacerlo'. A veces, incluso, trataban de clasificar a sus empleados como "ministros", para aprovechar la protección que da la ley a esta figura. El resultado de esta forma de defenderse fue que la gente dejó de valorar la libertad religiosa y las enseñanzas sexuales católicas", asegura.

En este sentido, Helen añade que es importante diferenciarse. "Descubrí que las instituciones católicas no explicaban al público por qué un hospital o una escuela debe observar el mandamiento más importante: amar a Dios y a los demás como Él nos ha amado, tanto en la expresión sexual como en la social. Muchas veces, la gente ve que estas instituciones simplemente brindan sus servicios de la misma manera que lo haría una institución secular, y se callan sobre otro tipo de asuntos", comenta. 

Helen escribió el libro como ayuda. "Mi propósito es ayudar a las instituciones católicas a hacerlo mejor: a que puedan expresar su naturaleza de testigos de Cristo. Quise mostrar a los empleados y dirigentes de esas organizaciones que el amor cristiano es indivisible. Que el amor que estas instituciones muestran a sus clientes, pacientes, empleados y estudiantes es el mismo que el del Buen Samaritano, que insiste en que permanezcamos fieles a un cónyuge, evitemos usar sexualmente a otros y respetemos la vida de los niños", explica.

A veces, las instituciones católicas prestan servicios de la misma forma que las seculares.

La autora considera que las instituciones religiosas no se pueden dejar manipular. "Los jóvenes sufren un déficit muy grande de compromiso, una falta de comprensión profunda del significado del sexo. Esto podría estar provocado por la falta de un padre cercano, la separación de sus familias, el cuestionar el sexo biológico dado, el aborto, el divorcio, etc. Los poderes fácticos están caricaturizando las enseñanzas de la Iglesia y las tachan de hirientes, anti-mujeres y anti-LGBT. Han puesto 1000 denuncias para amordazar los valores cristianos", apunta.

Helen apunta un cambio de rumbo. "Veo muchos libros y artículos de personas que siguieron en su día las recetas de la revolución sexual y sufrieron mucho. Ahora, ellos, están contando sus historias para advertir a las generaciones futuras de que no vayan por ahí. Una amplia gama de académicos, tanto de izquierda como de derecha, está llegando a la conclusión de que separar el sexo del matrimonio no es lo que pensaban, y que se convierte en particularmente destructivo para los más vulnerables", comenta. 

La escritora denuncia el inmenso poder que tienen los contrarios a los valores cristianos. "Cuando observas el poder de los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, el Gobierno federal y algunos estados, te das cuenta de que estamos muy lejos todavía. Toda esta lista de poderosos apoyan los peores excesos de la revolución sexual, y tienen el dinero, las leyes, los canales y, a menudo, los títulos académicos para hacer que los disidentes se vean y se sientan impotentes, irracionales y mezquinos", advierte.

Pero, concluye, animando a ser optimistas. "Nunca se puede olvidar el poder que tiene la verdad, los pequeños grupos con principios y las personas que atraen con sus vida a otra mucha gente. Y, por supuesto, hay que tener presente el poder de nuestro Dios, que nos ama y que quiere que conozcamos este amor y lo compartamos los unos con los otros. Nadie sospechó que, a día de hoy, las voces que apoyan la integridad sexual y el compromiso conyugal cristiano fueran a estar vivas todavía" relata Helen.