¿Qué papel tuvo la industria cinematográfica de Hollywood frente al imparable ascenso del nazismo en Alemania?

El que era en esa época el medio de comunicación más poderoso del mundo, ¿se limitó a cerrar los ojos o fue más allá, estableciendo un pacto con el Diablo con tal de salvaguardar los propios intereses comerciales?

La influencia del gobierno alemán en la industria cinematográfica estadounidense, en los años que precedieron el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ya había sido investigada en el pasado por los historiadores, pero nunca antes de ahora se habían revelado detalles escabrosos como los que se cuentan en un ensayo recién publicado en Estados Unidos.


Zusammenarbeit, literalmente "colaboración", es el término recurrente en muchos documentos oficiales inéditos hasta ahora, y que Ben Urwand, joven investigador de Harvard, ha encontrado en los archivos alemanes y estadounidenses.

Su investigación, recogida en el reciente volumen The Collaboration. Hollywood’s Pact with Hitler (“La colaboración. El pacto de Hollywood con Hitler), le ha empujado a afirmar que las relaciones en estos años entre Hollywood y el Tercer Reich fueron mucho más profundas y duraderas de lo que hasta ahora han contado los historiadores.


La Universal Pictures fue la primera en plegarse a las presiones nazis, modificando en clave filo-alemana la versión original de “Sin novedad en el frente”.

Todo empezó el 5 de diciembre de 1930, cuando Joseph Goebbels, en ese momento un simple diputado en el Reichstag [Hitler no llegaría al poder hasta 1933], dirigió una violenta protesta dentro de un cine de Berlín durante el estreno de la película basada en la célebre novela de Erich Maria Remarque.

Según los nazis, la película ofendía a los soldados alemanes en retirada durante la Gran Guerra, y por esto obligaron a interrumpir la proyección gritando y liberando a ratas en la sala hasta que todos los espectadores huyeron.

Algunos días después, la Comisión Censora prohibió la película y obligó al productor, el hebreo Carl Laemmle de la Universal, a cortar y modificar drásticamente las copias que ya estaban en circulación en todo el mundo.



En esos años, el éxito de las películas estadounidenses dependía en buena parte del mercado alemán y, por este motivo, muchas películas empezaron a caer bajo la oscuridad de la censura nazi, que se extendió más allá de las fronteras alemanas.


Con el ascenso de Hitler al poder en 1933, los estudios se doblegaron uno tras otro al deseo del Reich: desde la Fox a la RKO, pasando por la MGM y la 20th Century Fox.

Urwand sostiene que por lo menos una veintena de películas rodadas para el público estadounidense sufrieron grandes modificaciones, o incluso fueron retiradas por presión de los nazis, que pretendieron también el alejamiento de los actores hebreos del plató.

Georg Gyssling, cónsul alemán en Los Ángeles hasta el año 1941 tuvo un papel muy importante en todo esto: él obligó a los productores a aceptar el artículo 15 del reglamento cinematográfico alemán, según el cual en Alemania se prohibían en bloque todas las películas de productores que hubieran distribuido en el mundo una sola película desagradable para el Reich.


Los directores y guionistas se vieron forzados a acordar sus trabajos con el mismo Gyssling, empezando por Herman Mankiewics, el autor que antes de colaborar con Orson Welles en el guion de Ciudadano Kane fue obligado a interrumpir la elaboración de The Mad Dog of Europe (El perro loco de Europa), una película que denunciaba el antisemitismo de Hitler, y que por este motivo no fue nunca rodada.

Pero el libro de Urwand va más allá, poniendo en duda incluso el papel de los hermanos hebreos Harry y Jack Warner, los fundadores de la mítica Warner Bros, hasta ahora acreditados por un arriesgado compromiso personal en clave antinazista.

El estudioso de Harvard afirma que fueron precisamente ellos quienes borraron la palabra "hebreo" de los diálogos de la película La vida de Emile Zola, satisfaciendo solícitamente todos los diktat de los funcionarios del Reich, que habían sometido a un estricto control sus películas.

Según la inquietante, pero muy detallada reconstrucción de Urwand todo, incluso después de los terribles pogromos de la "Noche de los cristales rotos" de 1938, fue sacrificado en aras de los intereses económicos de las principales productoras de cine, las cuales no recibieron sólo beneficios en términos de recaudación de taquilla.

En la Mgm, la Paramount y la 20th Century Fox se permitió incluso darle la vuelta a la ley alemana, que en esa época prohibía a las empresas extranjeras exportar sus beneficios en divisas.

«Lo consiguieron porque habían invertido su dinero en algunas empresas vinculadas a la industria armamentística alemana – explica Urwand – convirtiéndose así, a todos los efectos, en financiadores de la maquina bélica del Reich».

El Zusammenarbeit terminó sólo a finales de 1941, con el ataque a Pearl Harbour y la entrada en guerra de los Estados Unidos.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)