Sencillamente: no podemos ganar ninguna batalla espiritual -y todas lo son- sin utilizar medios divinos. La gran batalla es pelear noblemente contra uno mismo y sus impulsos animales, y sus tentaciones, esos y esas que nos esclavizan y que la sociedad actual promociona. Lo mismo sucede con la política y con la moralidad pública. Especulación y relativismo son los cómodos y cobardes remedios para no escuchar a la conciencia, si es que no la hemos dejado muda a base de perversiones.

Solo la humildad -la pequeñez-, el ayuno y la oración, la penitencia y la limosna, pueden vencer al diablo. Él huye desesperado ante Jesús y la Vírgen María. Ante la Santa Misa. Y se instala en las magias, las brujerías y la soberbia de quien se cree el dios, o la diosa, de sí mismo.

Pero nos empeñamos en combatir el mal con medios humanos. Y no logramos nada.

Lourdes o Fátima con sus millones y millones de peregrinos, no son obra humana -ni de ningún fundador o líder-, no hubo un plan pastoral ni de marketing. Nada.

Solo hubo unas humildísimas hijas de Dios y la Santísima Virgen. Ningún “movimiento” congrega a tantos fieles como Lourdes o Fátima. ¿No les da que pensar? ¿Matamos el Espíritu con nuestros cálculos y nuestra comodidad?

Son los orantes los que hacen un daño mortal al diablo. Los ocultos y los pequeños olvidados que se mortifican y mueren un poco cada día por Cristo y por su Santa Iglesia.

Imaginen, si de verdad creen ustedes que este momento histórico es tan oscuro, que muchos se deciden a dejarlo todo por Cristo y el Reino. ¿Qué parte de “recibirán el ciento por uno” no comprendemos? ¿Qué parte de “no llevéis dinero, ni alforja, ni bastón, ni sandalias” no comprendemos? Solo si se decidieran a dejarlo todo, lo tendrían Todo; podrían, si quisieran, juzgar con autoridad moral a los abortistas y a los blasfemos. Pero entonces no lo harían y, en cambio, dolidos por sus almas condenadas, llorarían y se sacrificarían por ellos, porque “no saben lo que hacen”.

Y no, no hizo política.

Con todo, como siempre, Paz y Bien.