Envejecer no es otra cosa que desprenderse. 

De algún diente, de algún pedazo de piel, o de un riñón o una válvula mitral; de la energía de la juventud y, gracias a Dios, de nuestros planes "a largo plazo". Envejecer es desprenderse de un poco de salud cada día y de muchos ídolos: la seguridad, la comodidad, la confianza en uno mismo. La muerte ya no queda lejos. El gran encuentro, el gran abrazo para los cristianos.

Y, claro, uno puede estar activo a los 90 años, pero eso ni es mérito propio, ni esfuerzo personal ni nada por el estilo: es un regalo del buen Dios que solemos confundir con el ídolo de nuestra valía personal. Si todo te ha sido dado, dice San Pablo, ¿por qué te engríes?

Aceptar con paz ir perdiéndolo todo es la única manera de envejecer en manos de Dios, que nos quiere vacíos de nosotros mismos, de una vez por todas. Desnudos nacemos, desnudos morimos. No Le pongamos más pegas con nuestro narcisismo. 

Paz y bien.