La fecha del 6 noviembre ha quedado en el calendario español como la fiesta de los Mártires del siglo XX en España. Cerca de dos mil han sido beatificados y siguen abriéndose y estudiando nuevas causas de hermanos nuestros que en la década de 1930 derraman su sangre por confesar a Cristo como único sentido y centro de su vida.

Este año dicha fiesta la he celebrado con alegría rebosante después de haber recordado de manera especial a uno de ellos, al beato Pedro José de los Sagrados Corazones, en su pueblo natal el pasado verano. En la monición de entrada presento al beato Ramón de la Virgen del Carmen, que es natural de Calahorra y carmelita descalzo, pero hago mención también del beato marianista Jesús Hita. En ese momento uno de los presentes, Gregorio, que viene con suma fidelidad todas las mañanas a misa de 8:20 al Carmen de Calahorra, dice con emoción profunda: “Ese era primo de mi padre”. Y con estos sentimientos de unión a nuestros mártires comenzamos la eucaristía. Más tarde llega María Jesús, que es sobrina del beato Ramón, y con una devoción a su tío que contagia a todo el que deja que le hable de su tío, el tío José, pues ese nombre recibe cuando es bautizado en la iglesia de San Andrés de Calahorra. De carmelita toma el nombre de Ramón.

Termina la misa y saludo a los familiares de los beatos mártires calagurritanos. Es una satisfacción inmensa la que llena mi corazón al poder compartir con ellos unos momentos en día tan señalado. ¡Beatos Ramón de la Virgen del Carmen y Jesús Hita Miranda, rogad por nosotros!

Me despido de Gregorio y María Jesús, me quedo en oración y dejo que el silencio me inunde y penetre en mi vida. Miro el cuadro del P. Ramón y me dejo mirar por él. Nos miramos los dos. Hay silencio, pero a la vez hay presencia de Dios. El que hace unos minutos ha entrado en mi cuerpo con la comunión eucarística es el mismo que llama al P. Ramón en las calles de Toledo. ¡Qué grande es el amor de los mártires! ¡Qué capacidad de perdón! ¡Qué fidelidad a la vocación recibida! ¡Cuánto tengo que aprender del beato Ramón de la Virgen del Carmen!

Después del desayuno voy a la iglesia a dejar estampas de los mártires. Al regresar desde la puerta de entrada de la calle hacia el claustro miro al frente, ahí está la Reina de la Ribera, la Virgen del Carmen, la Reina de los Mártires. Me paro, vuelvo a hacer silencio y rezo con toda paz una salve. Y me digo: “¿Cuántas veces de niño el pequeño José y futuro P. Ramón vendría a la novena del Carmen? ¿Cuántas veces entraría a este santuario para hacerle la visita? ¿Cuántas veces pediría como buen hijo alguna necesidad a su Madre?”. Entonces empiezo a rezarle a mi Madre del Carmen: “Madre mía, ayúdame a cambiar, a ser como el P. Ramón, a amar de verdad, a perdonar de corazón, a ser carmelita descalzo con sinceridad, a ponerme en las manos del Padre para cumplir su voluntad, a…” Y sigo: “Acuérdate de mis padres, de mi familia, de mis amigos, de mis hermanos de hábito, de todos los que me piden oraciones, de tanta gente que pones en mi camino por algo, pero sobre todo de esos jóvenes que están buscando lo que tu Hijo quiere para ellos y todavía no han llegado a descubrirlo; Madre, ayúdales, acompáñales, protégeles”.

Termina la oración y sigo dando gracias a Dios por los mártires. A lo largo del día me viene a la memoria un escrito que preparé cuando estaba en el noviciado, pero que no llegué a publicar. Es un relato sencillo, escrito con la inocencia y fervor de un joven de poco más de 20 años que ha tomado hace apenas tres meses el hábito de la Virgen del Carmen y comienza a ser fraile. Hablo del año 2007, de recuerdos llenos de vida, de identificación con la Orden a la que acabo de entrar y donde el Señor me regala poder participar en la misa de acción de gracias que tiene lugar en Toledo después de la beatificación que se celebra en Roma el 28 de octubre. Ahí son beatificados 16 carmelitas descalzos que mueren mártires en Toledo. Entre ellos se encuentra el P. Ramón y eso para mí, un joven novicio riojano, supone una alegría copiosa, que otro riojano y carmelita descalzo sea beatificado y pueda acudir a la ciudad donde recibe la gracia del martirio a dar gracias por ello.

A la vuelta de Toledo al noviciado escribo un resumen de lo vivido allí. Pasa el tiempo y queda en el olvido. En aquel momento se queda entre otros documentos del ordenador y ahora, después de más de diez años, puede ver la luz. Aquí sigue tal cual lo redacto en aquellas fechas, sin cambiar ni añadir nada, para recuerdo de ese año feliz del noviciado que marca hasta lo más profundo cuando uno se deja tocar por Dios:  

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Mártires en Toledo

El pasado día 1 de diciembre tuvo lugar en el convento de los Padres Carmelitas Descalzos de Toledo el traslado de las reliquias de los 16 carmelitas descalzos martirizados en la ciudad a finales de julio de 1936 y beatificados en Roma hace poco más de un mes. Entre ellos encontramos al P. Ramón de la Virgen del Carmen, que era de Calahorra y estaba allí como profesor al ser este convento la casa donde se formaban los estudiantes carmelitas descalzos. También había en este grupo de mártires un soriano nacido en Valdeprado, Pedro José de los Sagrados Corazones, que antes de entrar a la Orden del Carmen fue sacerdote diocesano y pasó un tiempo como párroco de Pradejón.

Todo el día estuvo dedicado a ellos. Por la mañana hubo una conferencia sobre cómo tuvieron lugar todos los hechos en aquel lejano año 1936. Después pudimos disfrutar de un recital  sobre el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz.

Por la tarde recorrimos los diferentes lugares en los que fueron fusilados, así como las casas en las que estuvieron escondidos antes de entregar su vida a Cristo. En una de las tapias del mismo convento fueron fusilados los dos junto con más compañeros. Entre todos los reunidos había también familiares de estos magníficos testigos de Cristo y al ir nombrándolos, un hombre que estaba junto a mí, dijo: “¡Ése era mi hermano!”

Como conclusión del día  tuvo lugar la eucaristía en la que se trasladaron los restos al altar mayor de la iglesia, ya que  hasta ahora estaban conservados en una capilla interior del convento. Se pusieron en cuatro arquetas forradas de terciopelo y puestas sobre andas. Se salió del convento y se entró en procesión con ellas a la iglesia. Detrás de los sacerdotes íbamos 16 carmelitas descalzos con hábito y capa y portando palmas en recuerdo de aquellos 16 hermanos nuestros que dieron su vida por Cristo. Detrás iban las cuatro andas que contenían las urnas y que eran portadas por sus familiares. La emoción iba en aumento según entrábamos en la iglesia  que estaba llena de numerosa gente que no quería perderse tan emocionante ceremonia. Cuando llegamos al altar, nos abrimos y dimos paso a las reliquias que entraban entre numerosos aplausos y pétalos de rosa. Se fueron depositando las urnas a los pies del altar y la emoción que se sentía en el ambiente aumentaba por momentos. Había que estar allí para poder describir esos sentimientos que nos abrazaban a todos los presentes

Ahí, en esas arquetas, estaban los restos del P. Ramón que estuvo muy presente a lo largo de la eucaristía: la segunda lectura fue proclamada por aquel niño recién nacido que fue bautizado por él en la casa donde estaba escondido. Se cantaron las letanías y cada mártir tenía una, al llegar al P. Ramón oramos así: P. Ramón de la Virgen del Carmen, sembrador de la Palabra de Dios, que murió impartiendo del bautismo. Ruega por nosotros. En el ofertorio se llevó al altar un rosario usado por nuestro nuevo beato calagurritano.

Al terminar la eucaristía todos los carmelitas descalzos que allí estábamos con hábito y capa y con una vela en la mano nos pusimos en el pasillo central de la iglesia para cantar la Salve a nuestra Madre la Virgen del Carmen, como tantas sábados lo harían los mártires, y al terminar el canto fueron depositadas bajo el altar mayor de la iglesia las urnas con las reliquias.

Fue una experiencia única en la que las gracias a Dios por darnos estos ejemplos de vida cristiana se unían a la oración por medio de estos nuevos 16 beatos para que la sangre de los mártires sea semilla de nuevos cristianos.

Fr. Rafael Pascual Elías OCD.

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Hasta aquí llega el escrito de un novicio. Ahora sigo con el artículo. Una vez releído este texto conmemorativo, cuando tengo tiempo, busco fotos y vídeos de aquella celebración. Encuentro el vídeo de la misa que ofrece imagen a todo lo que acabo de recordar.

Lo pongo, empieza con la procesión. Comienzo a emocionarme al ver esas escenas tan vivas que me llevan a otra etapa de mi historia personal: esos cantos que suben al cielo, esos pétalos de rosa que caen sobre los restos de los nuevos beatos, esos rostros de emoción de los familiares que nos hacen a todos hermanos, esas capas blancas de los frailes que envuelven de pureza el lugar… En estos momentos veo, recuerdo y revivo esa procesión de entrada de la eucaristía que llena la iglesia para dar gracias a Dios por 16 carmelitas mártires beatificados en Roma. Y ahora, pasados los años, vuelvo a dar gracias. Sí, doy muchas gracias a Dios por haberme dado la vocación de carmelita descalzo, por haberme dado unos hermanos de virtud heroica martirial y por haberme puesto de nuevo en una época especial de mi vida, ¿sabéis cuál? Esa que ha quedado en mi corazón para siempre, la de cuando era novicio.