Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Queridos hermanos

Estamos ante la Fiesta de la Santísima Trinidad. Después de Pentecostés la Iglesia ha querido manifestar a qué Dios seguimos, un Dios, el Padre, que se desprende de sí mismo y manda a su Hijo, y el Espíritu Santo queda con nosotros. Por eso se puede decir que la Santísima Trinidad es cada domingo, porque estamos siguiendo a un Dios trinitario, que vive en comunidad, que vive en comunión, cosa que no sabemos vivir nosotros. La Primera Palabra que nos da la Iglesia dice que bajó Moisés con dos tablas de piedra y el Señor bajó en la nube y Moisés pronunció el nombre del Señor, y el Señor le dijo: ¿Sabes quién soy yo? Yo soy un Dios compasivo, misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad. Ese es el Dios que estamos siguiendo nosotros: compasivo, misericordioso, lento a la ira, distinto a nosotros que nos airamos y enseguida contestamos; rico en clemencia y lealtad. Este es el Dios cristiano. Dice que Moisés se inclinó y se echó por tierra ante este nombre de Dios, un signo de humildad. Esta es una forma de rezar, echarse por tierra, es decir, reconocer al Dios humilde, al Dios que se ha hecho hombre, como lo hemos visto en Jesucristo. Fijaros otra cosa importante, que Dios conoce el hombre. Este pueblo es un pueblo de dura servís, sin embargo, Dios perdona la culpa y los pecados y los transforma.

Por eso, cómo no cantar este himno tan bonito: “Bendito eres Señor Dios del universo, bendito eres santo y glorioso. El templo de tu santa gloria, donde tú habitas, es inmenso, es grande, porque tu trono es toda la tierra.

La Segunda Palabra que nos da la Iglesia es de San Pablo a los Corintios donde nos invita: “Animaos y tened un mismo sentir, vivid en paz y Dios estará con vosotros”. ¿Dónde habita Dios? Dios de la ternura de la paz. Termina diciendo: la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros. Mejor despedida no puede hacer San Pablo en la Carta a los Corintios.

El Evangelio que nos da la Iglesia es de San Juan, y dice: “Tanto amó Dios al mundo…” ¿Por qué vino Jesucristo, a qué vino? Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. O sea, tanto amó Dios al hombre, a ti y a mí. Dios se ha hecho el hombre para que tú y yo tengamos vida eterna. ¿Por qué queremos vida eterna? ¿por qué tantos suicidios, tanta violencia? Porque el demonio nos catequiza, porque Dios no mandó a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Jesús es enviado por el Padre para salvarnos de la muerte; por eso termina diciendo: “El que cree en Él no será juzgado, y el que no cree en Él ya está juzgado porque no ha creído en el nombre del hijo único de Dios. Y este nombre hay que proclamarlo, es decir, implorarlo. Invocad el nombre de Jesús, el del Hijo, que se hace presente en medio de nuestra vida y nos salva, y nos ayuda.

Pues bien, hermanos, que este Dios de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, habite en tu corazón, habite en tu familia, habite en tu comunidad cristiana que quiere hacerla santa.

 

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao