Existe a la hora de datar los evangelios que narran parte de la vida de Jesús una fecha particularmente relevante que se constituye en clave de la datación. Y esta fecha no es otra que la del año 70. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que en fecha tal se produjo la destrucción del Templo de Jerusalén, como sabemos bien por muchas fuentes, entre las cuales la principal de la que disponemos sobre el período, las Guerras Judías de Flavio Josefo, que lo relata de esta manera:

 
            “Aquí entonces un soldado sin aguardar que alguno se lo mandase y sin vergüenza de tal hecho, antes movido parece de furor e ímpetu divinamente, fue animado por uno de sus camaradas y tomando el fuego que aún había parte. Echolo a una ventana de oro, por donde había entrada y paso a las otras partes del Templo, hacia la parte del septentrión. Levantándose la llama, levantóse con ella un llanto y clamoreo dignos ciertamente de tal destrucción y ruina, y venían con prisa a socorrerle ; determinado ya exponer sus propias vidas y no poner fin a sus fuerzas viendo que habían perdido aquello que ellos para defenderse en tanto tenían. Fue llevada esta nueva a Tito por cierto hombre; él que acaso estaba reposando en su cámara por haber venido cansado de la pelea, luego en la hora saltó a caballo y vino corriendo al Templo para prohibir el incendio; seguíanle todos los capitanes y todo el ejército muy amedrentado: el ruido que tan gran ejército viniendo sin orden y con gran griterío movía, era muy grande: y César, dando voces y haciendo señal con su mano a los que peleaban mandaba matar el fuego; pero ni oían su voz”. (op.cit. lib. VII, cap. X)
  

           Y también el arco de Tito, en cuyos  bajorrelieves se ve claramente el trofeo de la Menorah incautado en el destruído Templo. Pero es que se da el caso de que Jesús pronosticó su destrucción, cosa que recoge con toda claridad tanto Marcos...
 
            “Al salir del Templo, le dice uno de sus discípulos: ‘Maestro, mira qué piedras y qué construcciones’. Jesús le dijo: ‘¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida’” (Mc. 13, 1-2).
 
            ...como Mateo...
 
            “Cuando salió Jesús del Templo, caminaba y se le acercaron sus discípulos para mostrarle las construcciones del Templo. Pero él les respondió: «¿Veis todo esto? Yo os aseguro: no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida.»” (Mt. 24, 1-2).
 
            ...como Lucas, que lo hace en varias ocasiones... En ésta:
 
            “Como algunos hablaban del Templo, de cómo estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: «De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.»” (Lc. 21, 5-6).
 
            Y también en ésta:
 
            “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»” (Lc. 19, 41-44)
 
            Como si de un milagro diferido se tratara, esta profecía se constituye en clave en la constatación de las habilidades proféticas de Jesús. De manera que demostrar que los evangelios son anteriores a la destrucción del Templo obligaría a aceptar, por lo menos, las dotes clarividentes de Jesús. En tanto que demostrar que los evangelios son posteriores a dicha destrucción serviría para cuestionar una profecía que está cumplida cuando se relata, con una doble consecuencia: la primera, poner en tela de juicio las habilidades proféticas de Jesús; la segunda y aún más importante, demostrar la mala fe de los redactores del Evangelio, que relatando lo que se llama en la jerga una profecía autocumplida, estarían presentando como profecías cosas que sólo ponen en boca del supuesto profeta por saber ellos fehacientemente que efectivamente han ocurrido. Y eso aun cuando siendo el relato posterior a la destrucción del Templo, ello no tenga por qué significar que el supuesto profeta, Jesús en este caso, no pudiera haber realizado efectivamente la profecía.
 
            Es curioso que, como si quisiera precisamente quitar la razón a los que fían todo el problema de la datación evangélica a esta profecía de Jesús (en una más de esas que podríamos denominar “claves internas del Evangelio”), el único evangelio que todos están de acuerdo en que es posterior a la destrucción del Templo, el de Juan, omite la profecía, como si no quisiera valerse de la ventaja que supone saber que lo profetizado efectivamente ha ocurrido, y dando la razón de esta criptográfica manera a los que sostienen (Mateo, Marcos y Lucas) que efectivamente Jesús profetizó la destrucción del Templo y que ellos no sabían que había ocurrido cuando escribían sus evangelios.
 
            Tal es la verdadera importancia de la teoría del Padre O´Callagham en el sentido de que el fragmento 7Q5 que estudia proveniente de los Manuscritos del Mar Muerto pudiera ser un fragmento del Evangelio (). Y como ella, la de todos aquellos que sostienen que los primeros evangelios estarían escritos antes de que se produjera la destrucción del Templo, y por lo tanto, antes del año 70 en el que tal evento ocurrió.
 
 
            ©L.A.
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