Beato Peter To Rot:

Mártir del matrimonio cristiano,

como San Juan Bautista



El día martes 17 de enero de 1995, más de 15 mil personas colmaron el estadio Sir John Guise de Port Moresby, la capital de Papúa Nueva Guinea. El motivo de la cita fue la beatificación de un joven catequista de treinta y tres años presidida por San Juan Pablo II, durante su tercera y última visita al país. El nombre del catequista es Peter To Rot y, desde aquel momento, quedaría escrito para siempre en las gloriosas páginas del Martirologio, el libro en el cual la Iglesia recoge los nombres de los hombres y mujeres que han alcanzado el más alto grado de santidad. Y su nombre quedaría también escrito para siempre en las páginas de la historia de Papúa Nueva Guinea, ya que hasta el momento es el único nativo que ha sido elevado al honor de los altares.
Peter To Rot era un hombre casado y padre de tres hijos. Para muchos, su vida no era demasiado diferente a la de los demás hombres de la aldea en la cual vivía. Sin embargo, su vida era del todo excepcional por su amor a Cristo y a la Iglesia. Su ministerio como catequista fue desempeñado con enorme dedicación y responsabilidad. Y su amor por Cristo presente en la Eucaristía es digno de ser comparado con el de aquellos santos cuyas vidas nos son más conocidas y familiares. Era un hombre de oración, que amaba tiernamente a sus tres pequeños hijos y a su esposa Paula, con quien rezaba el rosario todas las noches.
En el año 1944, a los 33 años de edad, tuvo que elegir entre su vida o su fe. Cuando el fin de la II Guerra Mundial era inminente, los japoneses sabían que no podrían escapar, porque los aliados les habían destruído todos los barcos y aviones. Entonces comenzaron a temer a los nativos. Y para ganarse su favor, decidieron dar "luz verde" a una práctica ancestral entre los nativos: la poligamia. Esta práctica había sido abolida apenas 50 años antes por los misioneros católicos, pero lamentablemente volvió a ser moneda corriente entre los nativos durante los años 1944 y 1945.

Delante de esta nueva situación, Peter To Rot estaba listo para luchar con todas sus fuerzas y, si era necesario, rendir su último homenaje a Dios con el sacrificio de su propia vida. No temió correr la misma suerte de los grandes «mártires del matrimonio», como san Juan Bautista, san Juan Fisher y santo Tomás Moro, entre otros. Estos santos nos dieron un testimonio asombroso y escribieron, con sus vidas y su sangre, páginas gloriosas en la historia de la Iglesia. San Juan Bautista no dudó en enfrentarse al poderoso rey Herodes, diciéndole: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano» (Mc 6,18). Tampoco san Juan Fisher o santo Tomás Moro dudaron en oponerse y condenar al rey Enrique VIII. Al fin de cuentas, como enseñaba el Cardenal Müller en el año 2013: «El pacto que une íntima y recíprocamente a los cónyuges entre sí, ha sido establecido por Dios. Designa una realidad que proviene de Dios y que, por tanto, ya no está a disposición de los hombres» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Testimonio a favor de la fuerza de la gracia, Vaticano, 2013).
Como recompensa por su fidelidad, siendo aún joven y lleno de entusiasmo, Nuestro Señor le ofreció el regalo más preciado al cual una persona puede aspirar: la palma del martirio. Y el buen catequista estaba convencido de que perder la vida por amor a Cristo no era una derrota, sino la victoria más importante que una persona puede alcanzar. De hecho, el martirio no es una derrota, sino un triunfo. Y el más grande de todos ellos. Jesús mismo ha dicho: «No hay mayor amor que dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Y el fiel catequista estaba pronto para demostrar su «mayor amor» con el mismísimo sacrificio de su vida, siguiendo los pasos de su amado Jesús.
En varias oportunidades los japoneses encarcerlaron a Peter To Rot. Le prohibieron hacer apostolado y predicar contra la poligamia. Pero el catequista prefirió obedecer a Dios antes que los hombres, y continuó llevado adelante lo que él llamaba «la obra de Dios». Durante su última noche en prisión, dijo: «Estoy en prisión por aquellos que rompen sus votos matrimoniales, y por aquellos que no quieren ver avanzar la obra de Dios. Es todo. Debo morir. Ya me han condenado a muerte». Y esa misma noche, un médico japonés entró a la celda en la cual se encontraba el catequista, y lo envenenó.

 

Paula Ia Varpit, esposa del beato Peter To Rot

En una célebre homilía en homenaje a los mártires del siglo XX, el Papa Benedicto XVI nos invitaba a conocer las vidas de los santos y a seguir sus ejemplos. En esa ocasión exhortó a todos los cristianos: «¡Cuán útil es entonces contemplar el luminoso testimonio de quienes nos han precedido en el signo de una fidelidad heroica hasta el martirio!» (Homilia, 7 de abril de 2008).
San Juan Pablo nos enseña: «El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte es anuncio solemne y compromiso misionero “usque ad sanguinem” para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad. (...) Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en la Iglesia (...) iluminan cada época de la historia despertando el sentido moral. Dando testimonio del bien, ellos representan un reproche viviente para cuantos transgreden la ley (cf. Sb 2,2) y hacen resonar con permanente actualidad las palabras del profeta: “¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” (Is 5,20)». (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 93)

P. Tomás Ravaioli, IVE
Misionero en Papúa Nueva Guinea