Para muchos, el Dalai Lama, posición que encarna hoy día Tenzin Gyatso, decimocuarta emanación del Buda Avalokitesvara, es una especie de santón de amables facciones y franca sonrisa, beatífico papa de una religión que ni siquiera saben muy bien cual es –se trata de hecho del lamaísmo, variante tibetana del budismo- que se pasea por el mundo preconizando la paz y propugnando el bien, envuelto en su túnica roja y en sus características gafas de los años 50.
 
            Son menos los que saben que Tenzin Gyatso es, además, el jefe del estado en el exilio de un estado, el Tibet, inexistente desde que las tropas chinas de Mao lo ocuparan en 1959 (como se ve bien en la película “Siete años en el Tíbet”), y que amén de jefe de ese estado, -algo en lo que asemejaría el Papa de los católicos-, es también el primer ministro del mismo –algo en lo que sin embargo deja de asemejar, pues función tal corresponde en el Vaticano al Secretario de Estado-.
 
            Pues bien, como quiera que sea, por voluntad expresa del Dalai Lama eso ha dejado de ser así, pues desde ayer mismo, el primer ministro del gobierno tibetano en el exilio, por cierto no reconocido por ningún país del mundo y menos aún por la China, ha dejado de ser el Dalai Lama para pasar a ser un doctor en derecho graduado en la Universidad de Harvard, de 43 años de edad y de nombre Lobsang Sangsay. Sangsay fue elegido por sufragio el pasado día 26 de abril, y se da la circunstancia de que nacido en el norte de la India, no ha vivido ni visitado jamás el Tibet.
 
            La aceptación de esta segregación entre el poder religioso y el poder político por el propio pueblo tibetano está aún por determinar. Y eso que la decisión está estrechamente relacionada con el deseo bien conocido del Dalai Lama de que su desaparición un día no sea aprovechada por China para poner punto final a la lucha por la libertad del pueblo tibetano que constituye el eje principal de su acción de gobierno, y que en modo alguno tiene que ver con la decisión relativa a la sucesión en la jefatura del estado y sobre todo en la dirección espiritual del lamaísmo tibetano, que será determinada en su día en el modo que es tradicional en el lamaísmo tibetano.
 
            La ceremonia de investidura tuvo lugar en la ciudad de Dharamsala en la que se halla la capital del Gobierno en el exilio, y en su discurso de aceptación, Sangsay se comprometió a sostener la lucha “hasta que la libertad sea restaurada en el Tibet”, afirmando que la misma no es propiamente contra la sociedad china sino “contra la política radical del régimen chino contra el Tibet [...], contra aquéllos que negaron la libertad, la justicia, la dignidad y la identidad misma del pueblo tibetano”. En el mismo discurso se manifestó a favor de lo que se da en llamar la vía intermedia, una autonomía significativa para el pueblo tibetano, mas bien que la total independencia del gigante asiático.
 
 
 
 
 
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