La cruz de Cristo
Cada día son más los jóvenes que no tienen miedo de encontrarse con Cristo, pues el mundo no da respuestas convincentes ni sentido a tantos interrogantes que todos nos planteamos.
por Jesús Higueras
El pasado viernes llegaban a Barcelona la Cruz y el Icono de la Virgen que preceden y acompañan las Jornadas Mundiales de la Juventud. Es maravilloso comprobar cómo en toda la Iglesia que peregrina en España la Santa Cruz sigue siendo la señal inequívoca del amor de Dios por los hombres y ante este signo miles de jóvenes se movilizan para encontrarse con el Crucificado y el Resucitado de la mano de María.
A veces nos puede vencer la tentación de pensar que la fe en nuestro pueblo está disminuyendo y que estamos en retroceso frente a una sociedad laicista que pretende quitar a Dios no sólo del ámbito público sino también del corazón humano. Sin embargo, los hechos demuestran lo contrario, pues cada día son más los jóvenes que no tienen miedo de encontrarse con Cristo, pues el mundo no da respuestas convincentes ni sentido a tantos interrogantes que todos nos planteamos, sobre todo en los momentos en que debemos decidir qué es lo que queremos hacer con nuestra vida.
A veces nos puede vencer la tentación de pensar que la fe en nuestro pueblo está disminuyendo y que estamos en retroceso frente a una sociedad laicista que pretende quitar a Dios no sólo del ámbito público sino también del corazón humano. Sin embargo, los hechos demuestran lo contrario, pues cada día son más los jóvenes que no tienen miedo de encontrarse con Cristo, pues el mundo no da respuestas convincentes ni sentido a tantos interrogantes que todos nos planteamos, sobre todo en los momentos en que debemos decidir qué es lo que queremos hacer con nuestra vida.
El ser humano necesita un sentido, una razón para vivir y para luchar. Precisamente lo que más se reprocha a la actual juventud es que carece de ideales, que tal vez tan sólo desee buscar un corto bienestar y poco más. Frente a esta imagen distorsionada de los jóvenes, Cristo, a través del Papa sigue ofreciendo un camino ilusionante y lleno de belleza, que en cuanto llega a los oídos y al corazón de aquellos que no tienen miedo puede cambiar definitivamente su vida y probablemente la de muchos de su entorno.
Sólo Cristo sacia la sed que hay en el corazón humano. Sed de justicia, sed de paz, sed de construir un mundo más bello y unas relaciones humanas que no se rijan por el poder o la simple violencia. Sí, los jóvenes cristianos seguimos siendo unos soñadores y nuestros sueños comienzan en la Cruz de Cristo.
Publicado en el ABC
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