Sin lugar para la queja
Sin lugar para la queja Una cosa es tener dolor y otra es dejar que la amargura y la queja se instalen en nuestra alma.
por Jesús Higueras
Aunque fueron diez los leprosos que acudieron a Cristo en busca de curación, tan sólo un extranjero se dio la vuelta para dar gracias al Salvador postrándose a sus pies. Jesús agradece este gesto, no tanto por Él mismo, sino porque el enfermo había sanado no sólo su cuerpo, sino también su alma, al darse cuenta de la obra tan grande de misericordia que el Señor había practicado con él. «Tu fe te ha salvado»: ésta es la expresión que Cristo proclama ante el samaritano curado, dándole a entender que lo más importante es la salvación de todo el ser humano.
En todo caso, el Evangelio de este domingo nos lleva a considerar una virtud que es imprescindible en la vivencia de la fe cristiana, que es la gratitud. Sólo el que sabe dar gracias constantemente a Dios por todos los dones recibidos a diario es alguien que puede decir que vive en comunión plena con Él, pues Dios es la fuente de todo bien y a Él le debemos todo lo que somos y tenemos.
La pena es que casi siempre olvidamos esta realidad y muchas veces vivimos instalados en la queja, lamentándonos de todo lo que nos falta y despreciando todos los dones maravillosos con los que Dios ha rodeado nuestra vida. Pero la misma liturgia de la Iglesia nos recuerda que es justo, necesario, un deber, que es nuestra salvación dar gracias a Dios siempre y en todo lugar. Es decir, que la salvación se manifiesta en la gratitud que cada día debemos experimentar. El Cielo no será otra cosa que estar dando gracias eternamente a Dios por el milagro y la maravilla de la vida divina y humana con la que hemos sido agraciados.
Una cosa es tener dolor y otra es dejar que la amargura y la queja se instalen en nuestra alma, oscureciendo así el horizonte de nuestra vida.
Publicado en ABC
En todo caso, el Evangelio de este domingo nos lleva a considerar una virtud que es imprescindible en la vivencia de la fe cristiana, que es la gratitud. Sólo el que sabe dar gracias constantemente a Dios por todos los dones recibidos a diario es alguien que puede decir que vive en comunión plena con Él, pues Dios es la fuente de todo bien y a Él le debemos todo lo que somos y tenemos.
La pena es que casi siempre olvidamos esta realidad y muchas veces vivimos instalados en la queja, lamentándonos de todo lo que nos falta y despreciando todos los dones maravillosos con los que Dios ha rodeado nuestra vida. Pero la misma liturgia de la Iglesia nos recuerda que es justo, necesario, un deber, que es nuestra salvación dar gracias a Dios siempre y en todo lugar. Es decir, que la salvación se manifiesta en la gratitud que cada día debemos experimentar. El Cielo no será otra cosa que estar dando gracias eternamente a Dios por el milagro y la maravilla de la vida divina y humana con la que hemos sido agraciados.
Una cosa es tener dolor y otra es dejar que la amargura y la queja se instalen en nuestra alma, oscureciendo así el horizonte de nuestra vida.
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