

Celebraba el Carmelo a muchos santos que no fueron carmelitas, sin eremitas o monjes de otras Reglas o de ninguna, simples ermitaños por su cuenta. Ya ninguno queda en el propio de la Orden, sino solo uno, y el motivo está claro: Dio la Santa Regla de vida.
San Alberto de Jerusalén, Legislador del Carmelo, obispo y mártir. 17 de septiembre y 8 de abril.
Afortunadamente contamos con documentos antiguos y de primera mano sobre Alberto, aunque, claro, embellecidos con el lenguaje medieval. Su vida la escribieron sus canónigos regulares de Vercelli, luego de su muerte, precisamente para que no se perdiera testimonio de su ejemplaridad. Nació el santo en Castro Gualterio, Parma. Sus padres eran nobles, de la familia de los Avogadro y emparentados con aquel Pedro el Ermitaño, gran Predicador de las Cruzadas y la conquista de Tierra Santa. Fue niño aventajado en los estudios y la piedad. Desde muy joven se inclinó a la virtud y al estado clerical y entró con los canónigos regulares, en el monasterio de Mortara. Fue destacado religioso, prudente, sabio, elocuente predicador y orante. Elegido prior, aunque se negó, tuvo que obedecer por caridad. Varios años tuvo este cargo hasta que el papa le nombró obispo de Bobbio, ante lo cual de nuevo tuvo que obedecer y aceptar. Pero resultó que la iglesia vercelense, que estaba sin pastor (su obispo había sido nombrado Nuncio en Inglaterra), le pidió también como obispo, y el Papa Lucio III le mandó fuese allí. tomó posesión en 1185.
En esta sede realizó grandes obras y reformas: Saneó las cuentas, promovió la disciplina de los clérigos, reformó monasterios, restauró iglesias, construyó hospitales e inaguró obras de caridad. Se ganó el amor y respeto de los fieles y los clérigos honestos. Fue un gran predicador y algún milagro dicen que obró, como el sacar cinco demonios de una mujer, el 9 de agosto de 1189, octava de San Eusebio de Vercelli. Intervino en varias peleas entre nobles y el emperador; o entre el papa y nobles y eclesiásticos. Enrique VI le nombró príncipe del Sacro Imperio Germánico, título que luego conservaron los obispos de la diócesis de Vercelli. Celestino III e Inocencio III le amaron y fueron generosos con la diócesis en bienes materiales y espirituales. El último le encomendó poner la paz entre Parma y Piacenza, cosa que hizo Alberto con su palabra, obra, sacrificios y oraciones. En 1192 inauguró un Sínodo para la reforma total de la diócesis.
En 1203 quedó vacante el Patriarcado de Jerusalén y habiendo declinado la sede el cardenal y legado papal, Sofredo, sugirió que eligiesen a un obispo experimentado y de probada virtud (incluso es probable que les haya sugerido a Alberto). Así fue que el rey Amarico (o Amaury) de Jerusalén, junto al clero eligió al obispo de Vercelli, nuestro Alberto, el 18 de febrero de 1204. Escribieron a Inocencio III que le obligase a aceptar, si se negaba. Y este lo hizo, le escribió una carta que, entre otras razones dice:
Continuó Alberto siendo un pastor solícito, como lo había sido en Europa. Continuó las obras de caridad y beneficencia, el rescate de prisioneros, la fundación de hospederías, iglesias; la reforma de monasterios y del clero secular. En 1206, para mejor desempeñar su misión, al estar Jerusalén ocupada, Alberto cambió la sede jerosolimitana a Acre. Mandó acuñar una moneda propia en la que figuraban su nombre y armas episcopales, como remedio a la situación económica, para poder comerciar con los latinos. Puso paz entre los príncipes cristianos, haciéndoles fuerte contra los moros. En 1211 puso paz entre los templarios y los caballeros teutónicos por una cosa que afectó a los carmelitas: Pugnaban los Templarios por la exclusividad de usar manto blanco, que era propio de la Orden Templaria, mientras los otros lo hacían solo por dispensa por comodidad del clima. Mandó Inocencio III a Alberto lo solucionase con paz, como así hizo, resolviendo a favor del Temple. Y, decía, afectó al Carmelo, según Cirilo, en que Brocardo no pudo a Alberto que les restituyese la capa blanca, perdida en el 639 por orden de los moros, y continuar usando la barrada, hasta 1288, en que se recuperó definitivamente ya en Europa.
Más pugnas y “dimequetediré” arregló Alberto, con el rey de Armenia, el Patriarca de Antioquia, y otros príncipes y nobles. En 1213 fue convocado por el papa al IV Concilio de Letrán, que habría de celebrarse en 1215, y para ello fue encargado por el papa para tratar asuntos de diplomacia y concordatos con Saladino, para lo cual Alberto nombró legado suyo a San Brocardo. Pero y, fue más peligroso, le encargó la reforma y cuidado de la honestidad de los fieles y los clérigos, conociendo acerca de caballeros y religiosos corruptos que solo buscaban su beneficio económico, dejando de lado la caridad, la piedad y la rectitud. Y le dice:
Durante mucho tiempo se creyó que Alberto llegó a profesar la regla y fue santo carmelita, pero se trata de una confusión con San Alberto de Belén (3 de abril), obispo y legendariamente tenido como religioso del Carmelo. Aún así, se le reconoce aún hoy en día no por fundador, pero sí por padre y legislador, y su categoría litúrgica es de Fiesta, para la orden.
Fuentes:
-"El Carmelo Ilustrado con favores de la Reina de los ángeles" P. FRANCISCO COLMENERO. Valladolid, 1754.
-"Flores del Carmelo: Vidas de los Santos de Nuestra Señora del Carmen". FR. JOSÉ de SANTA TERESA OCD. Madrid, 1678.