Domingo, 06 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Se había hecho una prueba que salió mal y supondría la muerte de su hija

El milagro por el que Pablo VI será santo salvó una vida no nacida y rescató a su madre de la culpa

Amanda y su madre. Se hizo una biopsia que salió mal y pudo ser dramática para la niña. Foto: Arena di Verona.
Amanda y su madre. Se hizo una biopsia que salió mal y pudo ser dramática para la niña. Foto: Arena di Verona.

ReL

Todo comienza con una cuna y un test prenatal invasivo que causa la rotura de la membrana. Después, los cuidados, inútiles, y la tentación del aborto: para la pequeña no había esperanza. Hasta que Vanna Pinorato y Alberto Tagliaferro se arrodillan ante la estatua de Montini, del que nunca habían oído hablar... "Ésta es nuestra historia de salvación y conversión, en la que todas las piezas han sido movidas por hilos invisibles", explica Vanna, la madre de la pequeña Amanda, a Andrea Zambrano en La Nuova Bussola Quotidiana:
 
Se llama Amanda, que en latín significa "la que debe ser amada/digna de amor". Así, con ese gerundivo que, en la gramática latina, indica un deber de necesidad. De hecho, Amanda, según la mentalidad común que excluye a los más pequeños entre los pequeños como obstáculos a la realización de los nuevos derechos, no debía ser amada. En cambio, para alguien en el Cielo y para sus padres, Vanna y Alberto, amar a Amanda se ha convertido en un deber moral, contra todo y contra todos: la ciencia, las conveniencias, los miedos.
 
Hoy, Amanda es una niña de tres años que rebosa salud y que aún no sabe que su vida es el reflejo de un milagro que la Iglesia ha verificado con la autoridad de un reconocimiento papal. Porque ha sido la intercesión, desde el Cielo, de un futuro santo, el beato Pablo VI, lo que ha hecho que ella pueda vivir aquí, en la tierra.
 
A Pablo VI, entonces simple candidato a los altares, se dirigen en 2014 Vanna y Alberto, de Villa Bartolomea, en la provincia de Verona, cuando la pequeña, en el vientre de su madre, no tenía esperanza de vivir. Cuando estaba en la semana 13 de embarazo a Vanna se le rompieron las membranas que envuelven el líquido amniótico y la supervivencia de la pequeña era una vana ilusión. En cambio...


Alberto y Vanna, en su cuadragésimo cumpleaños, con su hijo mayor y la pequeña Amanda.

En cambio, Amanda vive, está sana como una manzana y en las fotografías sopla las velas del pastel de su madre. Su caso es el que ha sido estudiado por la Congregación para las Causas de los Santos que ha afirmado, ante el orbe católico, que el Papa Pablo VI, el Papa que clausuró el Concilio Vaticano II, el Papa de la contestada encíclica Humanae Vitae, es santo. ¿Una broma del destino? Lo que llevará a Giovanni Battista Montini a los altares será un milagro vinculado a una vida que no tenía que nacer, una vida que rescata las innumerables existencias que son descartadas hoy con el aborto voluntario y que no llegan a formarse a causa de la anticoncepción. Precisamente él, que con la Humanae Vitae afirmó el carácter sagrado de la vida desde la concepción.
 
El teléfono del hogar de la familia Tagliaferro echa chispas. El Papa Francisco ha firmado el día anterior el decreto sobre el milagro, en el que se afirma solemnemente y con el lenguaje áulico de las grandes ocasiones que el nacimiento de Amanda constat de supernaturalitate ("consta la sobrenaturalidad"): "Es la cuarta petición de entrevista de un periodista -dice Vanna, mientras le da vueltas al ragù, que corre el riesgo continuo de quemarse-. Lo único que puedo hacer es contar mi historia". He aquí su historia, que la madre relata a La Nuova Bussola Quotidiana sin esconder el dolor, las dudas y las esperanzas de esos días en los que el Cielo se acercó tanto a la tierra que hizo que un embarazo, destinado a una clara interrupción prosiguiera hasta la semana 26.
 
-Vanna, se han mantenido fieles a la promesa de no contar lo que había sucedido hasta que la Iglesia no asumiera la tarea de verificar el milagro. El momento ya ha llegado.
-Sí, estamos emocionados y agradecidos. Es algo indescriptible y demasiado grande para nosotros.
 
-¿Cómo se ha llegado a conocer la historia de Amanda?
-Gracias al periódico L'Arena di Verona. Tras el nacimiento de Amanda y siguiendo la sugerencia de una amiga que me aconsejaba que contara nuestra historia, cogí papel y bolígrafo. Escribí una carta cuando cumplió su primer año para agradecer a Pablo VI su intercesión...
 
-¿Así, sin más?
-Sí, así sin más. El periódico la publicó y a los pocos días recibimos una llamada telefónica desde la curia de Verona. Querían información, comprender qué había sucedido. A partir de ese momento todo ha ido con gran celeridad: se abrió la investigación diocesana y, después, la causa, instituida por el obispo. Seguidamente, el resultado conclusivo fue enviado a la Congregación.
 
-La historia ha dado la vuelta al mundo: la rotura de las membranas, el pronóstico mortal, a pesar de que en su recorrido han encontrado médicos dispuestos a utilizar todas las técnicas a disposición hoy en día... Y, después, la prosecución del embarazo hasta el parto. Pero, ¿cuándo empieza realmente esta historia? 
-Empieza con la compra de una cuna de segunda mano.
 
-¿Una cuna?
-Una cuna. Había respondido a un anuncio para comprar una cuna de segunda mano; acababa de saber que estaba embarazada de mi segundo hijo. Tras ponerme de acuerdo con la propietaria de la cuna, fui a su casa para concluir la compra y la cargué en el coche. Vi que estaba sin estrenar y le pregunté el porqué.
 
-¿Qué le respondió?

-Me respondió que su hija no había dormido nunca en ella. Ingenuamente, pensé que era uno de esos casos en los que los recién nacidos no quieren dormir solos y duermen con los padres. Pero su respuesta me dejó helada.
 
-¿Por qué?
-Porque me dijo que su hija había muerto pocos meses después de nacer. Tenía el síndrome de Patau [o síndrome del par 13]. Me enseñó fotos que me conmocionaron. Esta noticia me asustó.
 
-¿Volvió a casa?
-Me hice muchas preguntas, estaba conmocionada. Empecé a pensar que nunca habría podido llevar adelante un embarazo en esas condiciones y el miedo a que mi hija no fuera sana me hizo tomar la decisión drástica de realizar, unos días más tarde, un test prenatal invasivo. Pero la biopsia de corion fue fatal.
 
-¿Le diagnosticaron una malformación?
-No. Dos días después se rompieron las membranas, causando la pérdida de líquido amniótico.
 
-¿Considera que esta rotura fue causada por la biopsia de corion? 
-Sí. Entré en un estado de gran abatimiento. Todo parecía estar acabado. No podía en absoluto intuir que todo estaba a punto de empezar.
 
-¿Qué hizo?
-Me dieron antibióticos, empecé a ir de un hospital al otro, pero la membrana difícilmente cicatriza y cuando lo hace, es sólo en un 10%. En el hospital de Borgo Roma no me dieron ninguna esperanza sobre la supervivencia de Amanda. Me hablaron de la solución del aborto "terapéutico", detallando que no habría habido problemas porque de todas formas su corazón, en un determinado momento, dejaría de latir. Pero esto no sucedió: su corazón latía.
 
-Sin embargo, existen técnicas innovadoras que inyectan líquido amniótico...
-Efectivamente. Desde el Hospital Gemelli de Roma fui a Monza, al Hospital San Gerardo, donde la jefa de servicio, la doctora Patrizia Vergani, me realizó ciclos de amnioinyecciones con solución fisiológica. Me explicaron que se trata de técnicas que no salvan al feto, pero que pueden dar la posibilidad de que siga desarrollándose. Pero tras la segunda tanda, la doctora abandonó diciéndome: "Será un designio divino".
 
-En ese momento, entonces, la vía terapéutica ya no era posible.
-Pensé seriamente en interrumpir el embarazo. Pero no sabía qué hacer. Sentía dentro de mí un combate, me sentía desgarrada por dentro. Un día pensaba en abortar; al día siguiente renunciaba a esta idea. Seguí en este estado de incertidumbre y abatimiento durante días, hasta que entré en la semana 23ª de embarazo.
 
-El término legal para abortar.
-Exacto. Pero entonces sucedió algo increíble.
 
-¿El qué?
-De repente, me sentí serena; impotente, pero serena. Le decía continuamente a Amanda: ahora tu destino ya no depende de mí; yo ya no podía elegir nada en su lugar. En este estado de abandono descubrimos la oración, que fue el consuelo decisivo durante el resto del embarazo.
 
-Y es cuando entra en escena el Papa Montini.
-No teníamos ni idea de quién era. Pero ya nos estaba esperando.
 
-¿Dónde?

-En el Santuario de las Gracias, en Brescia, donde Alberto y yo fuimos en peregrinación sin tan siquiera saber el porqué, sin comprender la necesidad de pedir una gracia.
 
-Si no lo conocían, ¿cómo le descubrieron?
-Soy enfermera en Legnago. Un compañero de trabajo, ginecólogo, el doctor Paolo Martinelli, me dijo: "¿Por qué no vais a rezar al santuario de Pablo VI? Ha sido proclamado beato por un milagro realizado en un niño aún no nacido".
 
-¿Y fueron? 
-Era el 29 de octubre de 2014 y ni siquiera sabíamos que se pudiera pedir una gracia. Tampoco sabíamos qué cara tenía Pablo VI, no se me ocurrió mirarlo por internet. Cuando estuve ante su estatua de bronce, me quedé asombrada: "Entonces, ¿tú eres del que nos han hablado?".
 
-¿Qué hicieron?

-Nos arrodillamos llorando. A una cierta distancia, en un banco del santuario, encontramos una estampa con su imagen y, en el dorso, una oración de intercesión. La recitamos y cuando llegamos al espacio vacío en el que hay que poner el nombre de la persona para la que se pide la gracia, rezamos por ella, por Amanda.
 
-¿Sabe qué significa Amanda?
-Lo supe después. Habíamos elegido el nombre leyendo uno de esos libros que se venden para madres embarazadas y que tienen listas de nombres. Me pareció un nombre original, pero supe su significado muchos meses después: persona que debe ser amada/digna de amor. Pero lo más sorprendente es otra cosa.
 
-¿Qué?
-Su onomástica es el 6 de febrero, memoria de San Amando, obispo de Estrasburgo.
 
-¿Y?

-¡Es el día de mi cumpleaños! Ese nombre estuvo siempre presente en las conversaciones y los desahogos entre mi marido y yo. Hasta que Alberto dijo: "Vanna, si ella no cede, tampoco nosotros podemos ceder".
 
-¿A partir de este momento empezaron a amarla con verdadera conciencia? 
-Sí. Aunque es algo que no se puede explicar si  no se experimenta. Cuando pensaba en abortar, recuerdo que me desahogué con una doctora de Borgo Roma. Me atormentaba: "Pero no quiero abortar, la sola idea me aterroriza", le decía.
 
-¿Qué le respondió?
-Me dijo impasible: "No consigues hacerlo porque eres una madre".
 
-¿Cuándo llega el final feliz?
-En la semana 26, a las seis de la mañana del día de Navidad de 2014. Pesaba poco más de 800 gramos, pero no presentaba ningún síntoma de complicación. Para niños prematuros tan graves los problemas pueden ser muchos: respiratorios, cardíacos, oculares, neurológicos. Amanda no tenía nada. Nada.
 
-El resto de la historia ya la conocemos. ¿Quién es hoy, para ustedes, Pablo VI?
-Es una presencia constante y diaria en nuestro hogar. Cada día rezamos por él y pensamos en él.
 
-La Iglesia ha verificado que lo es, pero usted ¿consigue llamarlo milagro?
-Sí. Es una historia extraña en la que todas las piezas han sido movidas por hilos invisibles que no nos pertenecen.
 
-¿Qué le contará a Amanda?
-Todo, incluido mi gran sentido de culpa por haberme hecho la biopsia de corion. Cada vez que se lo cuente añadiré algo. Podremos decirle que fue amada, que teníamos que amarla, pero que antes de todo fue amada en el Cielo. Cuando hago estas entrevistas me preguntan qué espero de su vida.
 
-¿En el sentido de cómo se la imagina de mayor?
-Sí, pero no me espero nada. El hecho que esté viva es el regalo más grande que podamos hacerle: no importa si vivirá en el anonimato aquí, en la tierra, porque estamos seguros que en el Cielo no es en absoluto anónima.
 
-¿Cómo ha vivido esta experiencia su hijo mayor, Riccardo, que hoy tiene seis años?
-Ha echado de menos a su madre, pero hoy comprende, sabe todo lo que su edad le permite comprender. Es feliz y es consciente de que ha sucedido algo extraordinario.
 
-¿Sabe que Jesús, en realidad, hacía milagros para suscitar la fe?
-¡Cuánta hemos sentido nosotros! Mi fe, nuestra fe, ha cambiado radicalmente; ha sucedido un milagro dentro del milagro, sabiendo que el primer milagro es la conversión.
 
Traducción de Helena Faccia Serrano.

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