Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Escribe una carta por el centenario de su nacimiento, que se celebra este 18 de mayo

¿Quién era Juan Pablo II para Benedicto XVI? Su grandeza explicada personalmente por su fiel amigo

¿Quién era Juan Pablo II para Benedicto XVI? Su grandeza explicada personalmente por su fiel amigo
El entonces cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI, dando la comunión a Juan Pablo II, ya enfermó

Javier Lozano / ReL

Este lunes 18 de mayo se cumple el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II, el Papa que marcó el último tercio del siglo XX e introdujo a la Iglesia Católica en el tercer milenio. Para conmemorar esta fiesta Benedicto XVI, su gran y leal colaborador durante casi un cuarto de siglo, ha querido escribir una carta a los obispos polacos sobre el Pontífice santo.

Wojtyla accedió al pontificado en un momento de gran tensión en el mundo, en plena Guerra Fría, llegando él mismo de la Polonia ocupada por la Unión Soviética. Pero también la Iglesia vivía momentos de gran incertidumbre con los problemas de la aplicación del Concilio Vaticano II y el auge de la Teología de la Liberación.

El amor y lealtad a Juan Pablo II

Benedicto XVI, que fue nombrado en 1981 prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por San Juan Pablo II, ejerció esta importante misión hasta la misma muerte del Papa en 2005. Y posteriormente ocupó su silla como sucesor de San Pedro. Conocía muy bien al Papa polaco, y quería enormemente a este santo que tanto esfuerzo dedicó a la evangelización.

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En la carta, el Papa emérito recuerda que “cuando el cardenal Wojtyla fue elegido sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1978, la Iglesia estaba en una situación desesperada”. En este caso, “las deliberaciones del Concilio se presentaban al público como una disputa sobre la fe misma, lo que parecía privarla de su certeza indudable e inviolable”.

De hecho, Benedicto XVI recuerda en la misiva que en el contexto histórico en el que Juan Pablo II accedía al Papado “los sociólogos compararon la situación de la Iglesia en ese momento con la de la Unión Soviética bajo Gorbachov, cuando toda la poderosa estructura del Estado finalmente se derrumbó en un intento de reformarla”.

"¡No tengáis miedo!"

Esta era la situación que esperaba a aquel nuevo Papa, “una tarea que superaba las fuerzas humanas”. Sin embargo, desde el inicio de su pontificado San Juan Pablo II –señala Ratzinger- “despertó un nuevo entusiasmo por Cristo y su Iglesia”.

Cómo olvidar aquella primera homilía como Papa:  “¡No tengáis miedo! ¡Abrid, sí, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Para Benedicto XVI aquel tono, aquella fuerza, “determinó todo su pontificado y lo convirtió en un renovado liberador de la Iglesia”.

Además, el Papa emérito recuerda que Juan Pablo II estaba condicionado por llegar de un país como Polonia donde “el Concilio había sido bien recibido: no el cuestionamiento de todo, sino más bien la alegre renovación de todo”.

La Divina Misericordia, aspecto central de su pontificado

En la carta, Benedicto XVI se detiene y profundiza sobre la importancia que la Divina Misericordia tuvo en la vida de Juan Pablo II, “el verdadero centro desde el cual debe leerse el mensaje de sus diferentes textos”. Precisamente, el Papa polaco murió el sábado 2 de abril de 2005, víspera de la recién inaugurada fiesta de la Divina Misericordia.

Ratzinger cita una experiencia personal sobre esta devoción de su querido Papa. “Desde el principio, Juan Pablo II se sintió profundamente conmovido por el mensaje de Faustina Kowalska, una monja de Cracovia, que destacó la Divina Misericordia como un centro esencial de la fe cristiana y deseaba una celebración con este motivo”, explica.

Tras diversas consultas, San Juan Pablo II escogió el domingo in albis para esta festividad, pero antes de tomar la decisión final consultó a la congregación presidida por el entonces cardenal Ratzinger sobre la conveniencia de esa fecha.

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“Dijimos que no porque pensamos que una fecha tan antigua y llena de contenido como la del domingo in albis no debería sobrecargarse con nuevas ideas. Ciertamente no fue fácil para el Santo Padre aceptar nuestro no. Pero lo hizo con toda humildad y aceptó el no de nuestro lado por segunda vez. Finalmente, hizo una propuesta dejando el histórico domingo in albis, pero incorporando la Divina Misericordia en su mensaje original. En otras ocasiones, de vez en cuando, me impresionó la humildad de este gran Papa, que renunció a las ideas de lo que deseaba porque no recibió la aprobación de los organismos oficiales que, según las reglas clásicas, había de consultar”, resalta Benedicto XVI.

Al final esta fiesta de la Divina Misericordia que acaba de comenzar con las primeras vísperas “iluminó la hora de su muerte: la luz de la misericordia se presenta como un mensaje reconfortante sobre su muerte”.

La importancia de Juan Pablo II en el mundo 

Además, Benedicto VI afirma que en “esta etapa actual” se puede encontrar la “unidad interior” entre el mensaje de Juan Pablo II y el del Papa Francisco. “Juan Pablo II no es un rigorista moral, como algunos lo intentan dibujar en parte. Con la centralidad de la misericordia divina, nos da la oportunidad de aceptar el requerimiento moral del hombre, aunque nunca podemos cumplirlo por completo. Sin embargo, nuestros esfuerzos morales se hacen a la luz de la divina misericordia, que resulta ser una fuerza curativa para nuestra debilidad”.

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La santidad del Papa se pedía ya desde su propio funeral donde miles de personas, entre ellas muchos jóvenes, portaban pancartas de “¡Santo Subito!”, mientras se pedía que le otorgaran el título de “Magno”.

“Durante los casi 2.000 años de historia del papado, el título «Magno» solo prevaleció para dos papas: León I (440-461) y Gregorio I (590-604). La palabra «magno» tiene una connotación política en ambos, en la medida en que algo del misterio de Dios mismo se hace visible a través de la actuación política. A través del diálogo, León Magno logró convencer a Atila, el Príncipe de los Hunos, para que perdonara a Roma, la ciudad de los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo. Desarmado, sin poder militar o político, sino por el solo poder de la convicción por su fe, logró convencer al temido tirano para que perdonara a Roma. El espíritu demostró ser más fuerte en la lucha entre espíritu y poder. Aunque Gregorio I no tuvo un éxito tan espectacular, también logró proteger a Roma contra los lombardos, de nuevo al oponerse el espíritu al poder y alcanzar la victoria del espíritu”, explica el Papa emérito.

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Benedicto asegura que la similitud de estos dos Papas con Juan Pablo II “es evidente”. El Pontífice polaco “tampoco tenía poder militar o político”.

“El poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo. Es indiscutible que la fe del Papa fue un elemento esencial en el derrumbe del poder comunista. Así que la grandeza evidente en León I y Gregorio I es ciertamente visible también en Juan Pablo II”, recalca Ratzinger.

Para acabar, asegura que “es cierto que el poder y la bondad de Dios se hicieron visibles para todos nosotros en Juan Pablo II. En un momento en que la Iglesia sufre una vez más la aflicción del mal, este es para nosotros un signo de esperanza y confianza”.

“Querido San Juan Pablo II, ¡ruega por nosotros!”, concluye el Papa emérito.

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