Religión en Libertad

Julio Borges entrevista al autor de «La imaginación conservadora»

Luri pide serenidad: que nuestros hijos no sean la primera generación educada en el miedo al futuro

Gregorio Luri defiende la importancia de que la familia y la escuela mantengan su diferente esencia en la formación y la transmisión de la cultura.BBVA (captura)

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Continuando nuestras entrevistas con grandes exponentes del pensamiento contemporáneo, tengo el honor de presentarles hoy nuestra conversación con el filósofo Gregorio Luri (Navarra, 1955). Además de filósofo, Luri es reconocido pedagogo y conferencista celebrado.

Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, ha sido maestro, profesor universitario y conferenciante, además de autor de numerosos libros que combinan erudición y divulgación.

Obras como La escuela contra el mundoEl deber moral de ser inteligente o La imaginación conservadora lo han consolidado como una de las voces más lúcidas y originales del pensamiento español contemporáneo.

Luri defiende que la educación es un tránsito de hijo a ciudadano, y que la cultura es el gran legado común que debemos preservar con alegría, sin nostalgias ni ingenuidades. Su estilo une claridad y profundidad, provocación y ternura, teoría y experiencia vital.

Esta conversación forma parte de la serie de entrevistas que venimos publicando en Religión en Libertad con pensadores de distintos países sobre los grandes retos de nuestro tiempo. Con Gregorio Luri hablamos de escuela, familia, tradición, democracia y esperanza en Occidente.

Julio Borges entrevista a Gregorio Luri.

-Profesor, usted ha dicho muchas veces que la escuela no es un parque de atracciones y que la familia es insustituible en la formación de un hijo. Hoy, cuando la familia se debilita, ¿cómo pueden complementarse escuela y familia para no vivir cada una aislada de la otra?

-Lo primero es reconocer que tanto la familia como la escuela son instituciones nobles, aunque imperfectas. Y aquí está el punto clave: ¿qué queremos destacar, su nobleza o sus imperfecciones? Si uno se dedica a hacer un listado interminable de defectos de ambas, nunca terminará. Pero entonces se pierde de vista lo esencial: que la familia y la escuela, con todas sus limitaciones, son espacios de humanidad irremplazables.

»La familia es única porque en ella se nos quiere incondicionalmente por el mero hecho de haber llegado. Ese amor no existe en ningún otro lugar. Y hay otra singularidad que me parece fascinante: es el único ámbito donde la felicidad de un padre consiste en ser superado por su hijo. Con hermanos o con amigos, siempre hay una dosis de competencia. Pero un padre se alegra de que su hijo lo supere en conocimientos, en virtudes, en fortuna. Eso es extraordinario y dice mucho de la nobleza de la familia.

»La escuela, en cambio, cumple otra función. No está para amarnos incondicionalmente, sino para mostrarnos lo que podemos llegar a ser. ¿Cuántos niños fracasan simplemente porque nadie les ha ayudado a ver su propio potencial? Por eso digo, aunque suene cursi, que el maestro es “el amante celoso de lo mejor que puede llegar a ser su alumno”. Esa mirada que apunta al futuro es el gran servicio de la escuela.

Gregorio Luri, 'La escuela contra el mundo'.Ariel

»A veces padres y maestros chocan porque parecen hablar de niños distintos. Pero ambos tienen razón: el hijo en casa muestra facetas que no aparecen en el aula, y viceversa. Somos seres polifacéticos. Lo importante es entender que familia y escuela tienen funciones diferentes y complementarias. La familia da amor incondicional; la escuela ofrece horizontes. Cuando ambas colaboran, el niño florece.

-En "La imaginación conservadora" usted defiende la importancia de innovar sin destruir lo heredado. ¿Cómo puede aplicarse este criterio a la educación, para que los alumnos sean creativos pero conscientes de la tradición cultural que los sostiene?

-Lo decisivo no es estar a favor de lo nuevo o de lo viejo, sino a favor de lo bueno. A veces, en nombre de la innovación, adoptamos modas pasajeras que envejecen en pocos años y que, además, no aportan nada esencial. En cambio, el diálogo socrático, con 2.500 años de historia, sigue siendo válido. Eso nos enseña a valorar las cosas por su valor, no por su novedad.

Gregorio Luri, 'La imaginación conservadora'.Ariel

»La actitud conservadora no es convertir el pasado en un museo sagrado al que entremos de rodillas. No. Hay páginas del pasado que no nos gustan, que nos resultan incomprensibles. Pero hay también maravillas, y necesitamos saber de dónde venimos para entender quiénes somos.

»Ortega decía que las tecnologías son “prótesis antropológicas”. Gracias a ellas hoy podemos tener conversaciones a distancia, y eso es maravilloso. Pero vivimos un tiempo en que las innovaciones se suceden tan rápido que lo que compramos hoy ya es viejo mañana. Eso nos coloca en un estado de permanente vértigo, porque por primera vez en la historia de la humanidad nos preguntamos si detrás de la próxima innovación no se esconde una catástrofe.

»Tenemos progresos impresionantes en medicina, en comunicaciones, en muchos campos. Pero la suma de esos progresos parciales no nos da la sensación de un progreso global. Por eso necesitamos afirmar la realidad. El conservador es aquel que busca la conexión entre lo real y lo posible. Y lo hace con la convicción de que, aunque cambien las formas, lo humano sigue siendo comprensible para el hombre.

»Ahí está lo asombroso: podemos leer hoy a Safo, una poeta lesbiana del siglo VII a.C., y conmovernos con sus versos. Podemos sentir que Cervantes o Velázquez son insustituibles. En ciencia, si Newton no hubiera existido, otro habría descubierto lo que él descubrió. Pero si Cervantes no hubiera existido, nos habríamos perdido a Cervantes para siempre. En arte y en pensamiento cada figura es única. Eso muestra lo maravilloso de lo humano: somos iguales y a la vez irrepetibles. Y esa tensión es la sal de la humanidad.

»La educación, por tanto, debe enseñar a los alumnos a ser creativos, pero también a reconocer esa herencia cultural que nos sostiene. Sin raíces, la innovación se convierte en vértigo; con raíces, se convierte en fruto.

-Usted afirma que tenemos un deber moral de ser inteligentes. Hoy se critica la meritocracia porque es imperfecta. ¿Qué significa este deber en el contexto actual?

-Tenemos deberes morales allí donde tenemos libertad. Y si tenemos inteligencia, tenemos la obligación de cultivarla. No hacerlo es tan inmoral como mutilarse. No se trata de ser pedantes, sino de ser conscientes de la magnitud de nuestra ignorancia y de esforzarnos por comprender más.

»Hoy se critica la meritocracia porque es imperfecta. Claro que lo es, como todas las instituciones humanas. Pero la pregunta es: ¿cuál es la alternativa? ¿El sorteo? ¿Elegir cargos al azar? La meritocracia da más oportunidades al rico, es cierto, pero eliminarla significa quitarle al pobre su responsabilidad, su libertad de superarse. Y eso es el mayor insulto: decirle que su moral depende del dinero, que si es pobre es amoral. No. La dignidad no depende de la riqueza, sino de la libertad y de la inteligencia con la que cada persona afronta la vida.

-En esa misma obra sostiene que el maestro debe ser consciente de la dimensión política de su trabajo, porque transmite con cariño lo mejor de nuestro legado cultural. ¿Qué virtudes debería cultivar hoy un buen maestro para transformar corazones sin caer ni en la rutina ni en el activismo ideológico?

-Un maestro debería verse a sí mismo como un embajador de los grandes hombres y mujeres que nos han dado densidad cultural. Si él no los representa en la escuela, no entrarán en ella. Cervantes, Goya, los poetas, los filósofos… dependen del maestro para estar presentes en la educación de los niños. Esa es una misión enorme.

»Hoy hemos psicologizado en exceso la escuela. La llenamos de problemas emocionales y olvidamos que un niño necesita aire libre, cansancio físico, aventuras, amistades. Muchas dolencias de los niños se curarían si durmieran mejor y si tuvieran más ocasiones de jugar y de cansarse.

»La responsabilidad esencial del maestro es el cultivo de la palabra. Como decía Lluís Duch, estamos aquí para “empalabrar el mundo”. Lo que no sabemos nombrar, no lo sabemos ver. Y ese cuidado del lenguaje no solo sirve para crecer personalmente, sino para alimentar la cultura común, esa herencia compartida que nos permite entendernos incluso cuando no sabemos nada del otro.

»En una sociedad cada vez más especializada, la cultura común es la lengua franca que nos permite hablar entre disciplinas. Si la escuela no preserva esa cultura común, corremos el riesgo de crear “idiotas” en el sentido etimológico griego: individuos aislados de su comunidad. El gran reto de la escuela hoy es mantener viva esa cultura compartida.

-Pasemos a la democracia. Tocqueville y Platón nos advirtieron de sus riesgos. ¿Qué vigencia tienen sus enseñanzas para entender la crisis democrática actual?

-Tocqueville decía que la democracia tiende a ofrecer “bellezas fáciles” al consumo colectivo. Y Platón describió la democracia como una “teatrocracia”, en la que los políticos actúan según los aplausos del público. Hoy lo vemos: lo que parece gobernar son las encuestas. Los partidos ya no buscan llevar a la realidad la parte posible de sus ideales, como decía Cánovas; buscan adaptarse al consumo de valores del momento para no aburrir al público.

»Eso convierte la política en espectáculo y debilita el republicanismo, que siempre tuvo un componente moral. El patriotismo, por ejemplo, no era ponerse medallas, sino una virtud accesible a todos: la ejemplaridad.

-Usted habla también del “presentismo democrático”: esa obsesión por lo inmediato tanto en líderes como en mayorías. ¿Qué falta en la conversación pública para abrir horizontes de largo plazo y conectar tradición, responsabilidad y futuro?

-Aquí echo de menos a los intelectuales. Sartre decía que el filósofo es el que se mete donde no lo llaman, y me parece una definición magnífica. Los políticos hacen teatro, pero alguien debe tener la valentía de incomodar, de plantear lo que no está en la agenda. Hoy escasean figuras así.

»Nos falta ambición teórica. Marx, con todos sus errores, tenía una ambición intelectual inmensa: historia, economía, sociología… Hoy nos hemos conformado con especialistas cómodos en su área, pero no con intelectuales que desafíen a la sociedad. Y sin esas voces que cuestionen lo establecido, la democracia queda en manos del populismo.

-Para terminar, usted ha dicho que una persona educada es aquella que puede participar en la gran conversación de los clásicos de Occidente, un diálogo sin libros sagrados, pero con la palabra como norma sagrada. En un mundo que parece diluir esa tradición, ¿qué motivos de esperanza encuentra?

-Hoy proliferan los colapsólogos, convencidos de que todo se viene abajo. Pero el futuro siempre llega con sorpresas. Nadie ha acertado nunca en sus profecías. Por eso la virtud que necesitamos es la serenidad.

»Me preocupa que nuestros hijos sean la primera generación educada en el miedo al futuro. Piense en un niño de quince años: su profesor de historia le habla de guerras; el de ciencias, de catástrofes ecológicas; el de lengua, de novelas sobre marginación y bullying. Y así, suma y sigue. Ese niño llega a casa convencido de que todo va mal.

»No sabemos cómo será el futuro, pero sí sabemos que quienes lo enfrenten con serenidad ya habrán ganado algo. La serenidad es realismo. Nos permite dar densidad al presente y disfrutar de lo que tenemos.

»La gran conversación con los clásicos es esencial para esto: nos da raíces en el pasado, recursos para entender el presente y horizontes para imaginar el futuro. Nos hace ciudadanos de todos los tiempos. Si recuperamos la ambición de ampliar horizontes, podremos mirar al mañana sin miedo.

* * *

Así termina nuestro diálogo. Conversar con Gregorio Luri es recibir una lección de realismo esperanzado. En tiempos de desconfianza hacia la familia, la escuela, la democracia o la propia cultura occidental, Luri insiste en que la clave no está en el miedo ni en la nostalgia, sino en la serenidad y la confianza en lo humano. Sus palabras nos recuerdan que la educación es mucho más que instrucción: es el arte de transmitir la nobleza de lo que somos y la esperanza de lo que podemos llegar a ser.