Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

El «efecto Bergoglio» sobre los obispos de Italia y España


El cambio ha comenzado con los secretarios generales de dos episcopados. En Madrid fue elegido el nuevo. Y en Roma el papa Francisco depuso al viejo. Con novedades todavía más grandes en espera

por Sandro Magister

Opinión

Como ya sucedió en Estados Unidos, también los episcopados de Italia y España tienen en curso cambios significativos en sus vértices.

Los observadores de cuestiones eclesiásticas, pero no solamente ellos, se han ingeniado para interpretar estos cambios en el contexto del nuevo pontificado.

Para comprender así el alcance del "efecto Bergoglio" sobre el cuerpo de jerarquías católicas plasmadas en profundidad por sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI.

EN ESPAÑA
En Madrid, luego de dos mandatos quinquenales y con la imposibilidad estatutaria de ser reelecto, había caducado el cargo de secretario y vocero de la Conferencia Episcopal del obispo Antonio Martínez Camino.

Jesuita anómalo – por el estilo poco bergogliano – y conservador de hierro, Martínez era un colaborador muy fiel del cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, ni siquiera bergogliano, "dominus" del episcopado ibérico en los últimos veinte años, con el puño de acero tanto para afrontar el disenso eclesial interno, los impulsos políticos separatistas presentes también en sectores de la Iglesia, como la derivación secularizante encarnada por el líder socialista José Luís Rodríguez Zapatero.

En lugar de Martínez Camino los obispos españoles han elegido al sacerdote-periodista José María Gil Tamayo, muy conocido en los medios de comunicación de todo el mundo por haber hecho de espalda hispanoparlante del “vocero” vaticano, el padre Federico Lombardi, antes y durante el último cónclave.

Gil Tamayo fue elegido en la primera votación con 48 votos sobre 79, mientras que las dos elecciones de Martínez Camino fueron más fatigosas. Según indiscreciones periodísticas, en efecto, fue elegido en ambas ocasiones en la segunda votación, con 40 votos sobre 77 en junio del 2003 y con 39 votos sobre 77 en noviembre del 2008.

El cambio de guardia fue saludado con júbilo por los ambientes progresistas ibéricos, que ya están saboreando por anticipado la salida de escena del cardenal Rouco Varela. Efectivamente, el purpurado ya cumplió 77 años y en marzo caducará como presidente de la Conferencia Episcopal.

Pero por otra parte, Gil Tamayo, portador de un carácter más afable y dialogante, no parece tener en absoluto esa mirada revolucionaria que se atribuyó a su elección, leída como el fruto del nuevo aire, también presuntamente revolucionario, que llegó desde Roma por el papa Jorge Mario Bergoglio.

Sacerdote diocesano, Gil Tamayo está empapado de la espiritualidad del Opus Dei, al haber estudiado ciencia de la comunicación en las universidades de la Obra: en la de Navarra, donde obtuvo la licenciatura y en la romana de la Santa Cruz, donde está por conseguir el doctorado.

En las primeras horas de su mandato ha tenido inmediatamente ocasión para polemizar con un líder socialista – quien lo había acusado de injerencia en cuestiones políticas – recordándole que los obispos "tienen la misión de iluminar la situaciones de la ciudadanía" y que los católicos "tienen derecho a recibir de sus pastores una palabra".

Para verificar un eventual cambio de línea en el episcopado español habrá entonces que conocer primero el nombre del nuevo arzobispo de Madrid – donde el pronosticado arribo del cardenal Antonio Cañizares Llovera significaría un acercamiento más dialogante en el campo político, pero no menos firme en el doctrinal – y sobre todo ver quién será elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal.

EN ITALIA
Si el "efecto Bergoglio" en España está todavía por verificarse en todo su alcance, en Italia ya se ha desplegado con efectos inconfundibles. También porque el Papa es el primado de Italia y tiene actualmente el poder de nombrar directamente no sólo al presidente del episcopado sino también al secretario general, luego de una consulta no vinculante a los treinta obispos del Consejo permanente.

Hasta aquí el papa Bergoglio actuó en los dos planos.

Ha dado el mandato de estudiar una reducción del número de las diócesis – que actualmente son más de 200 – y una reforma del estatuto que asigne más poder a las Conferencias Episcopales regionales respecto a la nacional y sustraiga a la presidencia el poder de nombramiento y de control directo sobre las oficinas centrales, para girarlo a los respectivos consejos episcopales, que son electivos.

No sólo eso. Francisco ha pedido también que se verifique si los obispos italianos quieren que siga siendo el Papa quien elija a su presidente y a su secretario general.

No es claro cuánto tiempo habrá para llevar a cabo esta reforma estatutaria. Pero en el caso en el que los obispos decidan y el Papa apruebe que sean cambiadas las normas de elección del presidente, es claro que el actual líder, el cardenal de Génova, Angelo Bagnasco, nombrado en el 2007 y confirmado en el 2012 por Benedicto XVI, se verá obligado a reiniciar su mandato, que según las normas actuales caducaría en el 2017.

Pero en el interín, en el pasado mes de octubre caducó el mandato quinquenal del secretario general, el obispo Mariano Crociata, quien había sido nombrado por Benedicto XVI en el 2008.

En este caso el pulso firme del papa Bergoglio se hizo sentir rápidamente.

Efectivamente, en un primer momento el pontífice no lo “confirmó” sino que solamente lo "prorrogó". Y luego de un mes lo ha enviado como obispo a Latina, diócesis de escasa relevancia y no lejana de Roma.

Con esta movida el papa Francisco ha hecho retroceder de hecho el calendario de la Conferencia Episcopal Italiana a 1986, cuando Juan Pablo II relegó a Mantua al secretario general saliente, Egidio Caporello, y nombró como sucesor a Camillo Ruini, en ese entonces obispo auxiliar de Reggio Emilia.

Desde ese momento en adelante, todos los secretarios generales de la Conferencia Episcopal Italiana – que por las normas del estatuto actual deben ser obispos – fueron siempre "confirmados" y/o posteriormente promovidos para guiar una diócesis de tradición cardenalicia.

En 1991 Ruini se convirtió en cardenal vicario de Roma. Su sucesor, Dionigi Tettamanzi, se convirtió en 1995 en arzobispo de Génova. Ennio Antonelli, nombrado en 1995 y confirmado en el 2000, fue promovido al año siguiente como arzobispo de Florencia. Giuseppe Betori, nombrado en el 2001, fue confirmado en el 2006 y fue promovido dos años después también a Florencia. Todos están revestidos hoy con la púrpura cardenalicia.

El papa Bergoglio ha roto este automatismo.

Ahora será necesario ver cuándo y cómo será elegido el nuevo secretario general. Y sobre todo, cuándo y cómo saldrá a la luz el nuevo estatuto del la Conferencia Episcopal Italiana, que podría asignar un rol más directo a los obispos italianos en el elección de su presidente. Rol directo que ellos ejercen ahora solamente en la elección de los tres vicepresidentes, que en la práctica son elegidos en representación del norte, del centro y del sur del país.

A veces con resultados sorprendentes y con votaciones peleadas hasta el último voto.

Por ejemplo, el actual vicepresidente que representa al centro del país, el arzobispo de Perugia, Gualtiero Bassetti, fue elegido en el 2009 en la segunda votación, con 102 votos sobre 194, distanciándose en mucho de dos eclesiásticos de gran presencia en la escena mediática: del entonces arzobispo de Terni, Vincenzo Paglia, quien obtuvo 46 votos, y del arzobispo de Chieti, Bruno Forte, quien reunió 35 votos.

Y mientras que el actual vicepresidente que representa al norte del país, el arzobispo de Turín, Cesare Nosiglia, fue elegido en el 2010 superando cómodamente al obispo de Como, Diego Coletti, con 137 votos sobre 219, más peleada fue la elección del vicepresidente que representa al sur del país, elegido en el 2012. En esa ocasión el obispo de Aversa, Angelo Spinillo, se impuso en el ballotage por una brisa sobre el arzobispo de Bari, Francesco Cacucci, con 100 votos contra 91.
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