El nacimiento que transformó el mundo
Pidamos a Nuestro Señor nos conceda la pureza y la humildad necesarias para reconocer, en el Niño que yace en un pesebre, al Hijo de Dios vivo.
La Natividad de Duccio di Buoninsegna (1308), donde el Misterio aparece flanqueado por los profetas Isaías y Ezequiel, como recordatorio de sus profecías cumplidas.
A pesar de que, debido a la secularización de la sociedad, la fiesta de Navidad ha ido perdiendo su sagrado significado, el misterio del Dios que se hace Niño sigue fascinando a un Occidente que, aunque ya no se reconoce cristiano, ante el pesebre -al menos por unos breves momentos- sueña, espera y cree.
A pesar del orgullo y del agnosticismo imperantes, es difícil no conmoverse ante el misterio, indescriptible y único, que rodea a quien no solo dividió la historia en antes y después de su llegada, sino que fue esperado por generaciones y anunciado por ángeles y profetas. Pues las más de trescientas profecías sobre el nacimiento, la vida, las enseñanzas, la muerte y la resurrección del Mesías contenidas en el Antiguo Testamento tienen su cumplimiento en Cristo en el Nuevo Testamento.
Por ejemplo, con relación al nacimiento del Mesías, el Antiguo Testamento señala, entre otros detalles, que pertenecerá a la tribu de Judá, del linaje de David; que nacerá de una Virgen, en Belén; y que será llamado Emanuel (Dios con nosotros).
- Profecía: “Pero tú, Belén de Efratea, pequeña (para figurar) entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser dominador de Israel, cuyos orígenes son desde los tiempos antiguos, desde los días de la eternidad” (Miq 5, 2).
- Cumplimiento: “Y convocando a todos los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, se informó de ellos dónde debía nacer el Cristo. Ellos le dijeron: 'En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta: «Y tú Belén (del) país de Judá, no eres de ninguna manera la menor entre las principales (ciudades) de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que apacentará a Israel mi pueblo»'” (Mt 2, 4-6).
Las profecías que nos hablan de la vida pública de Jesús revelan que antes de su llegada vendría el último de los profetas (San Juan el Bautista, primo de Jesús, quien predicaría hasta la llegada de Cristo), que la ciudad de Galilea sería elegida entre todas las naciones para ver “una gran luz”, que Jesús predicaría con parábolas que serían ignoradas por muchos y no entendidas por otros y que realizaría numerosos milagros.
- Profecía: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y serán destapados los oídos de los sordos; entonces el cojo saltará cual ciervo, exultará la lengua del mudo; entonces brotarán aguas en el desierto y arroyos en la tierra árida” (Is 35, 5-6).
- Cumplimiento: "Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, envió a dos de sus discípulos a preguntarle: '¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?' Jesús respondió: 'Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y la buena noticia se proclama a los pobres. Bienaventurado el que no halle tropiezo en mí'” (Mt 11, 2-6).
Las profecías también detallan la Pasión y Muerte de Cristo advirtiendo que uno de aquellos que había compartido el pan con el Mesías lo traicionaría por 30 monedas de plata y que tras hacerle preso sus amigos más cercanos lo abandonarían. Isaías describe que no se defendería ante las falsas acusaciones y que, además, sería golpeado, burlado y moriría entre criminales. El rey David detalló que las manos y los pies del Mesías serían traspasados, pero sus huesos no se romperían.
- Profecía: "Me perforan las manos y los pies... Se reparten entre sí mis vestidos y sobre mi vestido echan suertes" (Sal 22, 16-18).
- Cumplimiento: Los soldados echaron suertes sobre la ropa de Jesús durante la crucifixión (Jn 19, 23-24).
Además, de la muerte del Mesías, también se predijo Su resurrección de entre los muertos.
- Profecía: La profecía más clara y mejor conocida sobre la resurrección es la escrita por el rey David, mil años antes del nacimiento de Jesús: "Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Sal 16,10).
- Cumplimiento: “Varones, hermanos, permitidme hablaros con libertad acerca del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva en medio de nosotros hasta el día de hoy. Siendo profeta y sabiendo que Dios le había prometido con juramento que uno de sus descendientes se había de sentar sobre su trono, habló proféticamente de la resurrección de Cristo diciendo: que 'Él ni fue dejado en el infierno ni su carne vio corrupción'. A este Jesús Dios le ha resucitado, de lo cual todos nosotros somos testigos" (Hch 2, 29-32).
Si el cumplimiento en Cristo de todas y cada una de los cientos de profecías al pueblo judío es un hecho extraordinario, no es menos sorprendente el que la venida del Mesías no solo fue esperada por el pueblo elegido, sino también por los pueblos gentiles, en especial por los romanos.
- Así, Tácito, refiriéndose a los antiguos romanos afirma: “La gente se hallaba generalmente persuadida, basándose en las antiguas profecías, de que el Oriente había de prevalecer, y de que de Judea había de venir el Dueño y el Soberano del mundo” (citado por Fulton J. Sheen en Vida de Cristo).
- Virgilio, el gran poeta romano, parece profetizar el nacimiento de Cristo en la cuarta égloga de sus Bucólicas: “Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; ya desciende del alto cielo una nueva progenie”. Y más adelante: “Tú, al ahora naciente niño, por quien la vieja raza de hierro termina y surge en todo el mundo la nueva dorada”.
- Los griegos también esperaban el nacimiento del gran sabio y las sibilas predijeron varias cosas sobre Cristo. (3)
- Aun en China, los sabios hablaron de la aparición del gran Santo de Occidente (Sheen, op. cit.).
Sin embargo, como señala Fulton Sheen: “Ninguna mente mundana podría haber sospechado jamás (...) que la eterna Palabra estaría muda; que la omnipotencia se vería envuelta en pañales; que la salvación se recostaría en un pesebre; que el pájaro llegaría a ser incubado en el nido que él mismo se había construido... nadie habría sospechado que al venir Dios a esta tierra se hallara hasta tal punto desvalido. Y ésta es precisamente la razón por la que muchos no quieren creer en Él. La Divinidad se halla siempre donde menos se espera encontrarla” (op. cit.)
Pidamos a Nuestro Señor nos conceda la pureza y la humildad necesarias para reconocer, en el Niño que yace en un pesebre, a Cristo, el Hijo de Dios vivo; al único y verdadero Dios por quien se vive. Y, siguiendo a San Agustín, festejemos, con el aire de fiesta que merece, el día en que se cumplió la profecía que proclama: “La Verdad ha brotado de la tierra y la Justicia ha mirado desde el cielo... Exultad de gozo vosotros, los justos: ha nacido el que os justifica. Exultad vosotros, los débiles y los enfermos: ha nacido el que os sana. Exultad vosotros, los cautivos: ha nacido el que os redime. Exulten los siervos: ha nacido el Señor. Exulten los hombres libres: ha nacido el que los libera. Exulten todos los cristianos: ha nacido Cristo” (Sermón 184).