«Una Caro»: la Navidad celebra una boda
Dios y el hombre se desposan, el cielo se une con la tierra y su pobreza nos enriquece en la desnudez de un Niño.
'Alegoría de la pobreza', fresco de Giotto (c. 1266-1337) en la basílica inferior de San Francisco en Asís, que representa la boda del Poverello con la Pobreza.
El título de la reciente nota doctrinal que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha emitido desde el Vaticano, Una Caro, haciendo un claro elogio de la monogamia como única forma de matrimonio conforme al designio primordial del Creador, presenta una vez más la unión esponsal como signo vivo del modo en que Dios ha querido unirse al hombre: haciéndose con él una caro, es decir: una sola carne.
"En los amores perfectos esta ley se requería:
que se haga semejante el amante a quien quería;
que la mayor semejanza más deleite contenía"
A punto de estrenar el año 2026, VIII centenario de la muerte de San Francisco, acabamos de comenzar también un año jubilar sanjuanista, tres siglos después de la canonización y cien años más tarde de que fuera proclamado doctor de la Iglesia San Juan de la Cruz. Estos versos de su famoso romance In principio erat Verbum, expresan de forma elocuente y navideña el desposorio singular que San Francisco celebró con la que podría considerarse la perla preciosa de su familia religiosa: la Dama Pobreza.
Si -como enseña también el doctor carmelita- para venir a poseerlo todo no debemos querer poseer algo en nada, el sabiamente indocto santo de Asís probó tres siglos antes la verdad literal de estas palabras. "¿Es que piensas casarte?", preguntaban sus amigos a quien veían más bien "ido", como loco enamorado por las calles de Asís. Y el todavía burguesito en proceso de transformación respondía: "Eso es: voy a casarme con la mujer más noble, rica y hermosa que hayáis visto jamás, pues a todas las supera en belleza y sabiduría".
Los biógrafos identificarán, tiempo después, a esa misteriosa "dama" con la pobreza franciscana; Dante Alighieri dedicará buena parte del capítulo XI de su Divina Comedia a tan singulares nupcias, y el gran Giotto plasmará la boda en una alegoría que todavía luce pintada sobre la bóveda que se levanta encima del altar en que se veneran los huesos de San Francisco.
Pero el tesoro que había hallado el comerciante de Asís no era la pobreza ni tan siquiera los pobres, sino más bien Cristo pobre. Jesús era la perla de gran valor por la que estaba dispuesto a quedarse sin nada, para seguir desnudo a quien desnudo vino al mundo por salvar a los hombres.
El amor que trocó en dulce lo que hasta entonces le sabía amargo lo convertiría en alter Christus [otro Cristo], dando origen a una restauración del edificio eclesial que sorprendió al mundo con lo inesperado: el Evangelio podía vivirse como es, sin ropajes ni hermenéutica. Y nada fascinaba más a los hombres que redescubrir el tesoro enterrado.
La de Francisco fue una época de cambios, o tal vez también un cambio de época. Que la Iglesia de Dios necesitaba reparación no lo discutía nadie, ni siquiera el Crucifijo de San Damián. La cuestión era por dónde empezar, y sobre todo cómo hacerlo. Y el santo de Asís empezó por sí mismo, adoptando como regla simplemente el Evangelio.
El Crucifijo de San Damián es la cruz ante la cual rezaba San Francisco cuando Dios le pidió restaurar su casa (la Iglesia). Se conserva en la basílica de Santa Clara de Asís.
En sus pobres y pequeños miembros, la Palabra volvió a ser carne, y puso su tienda visible entre los pueblos. Como una ola de autenticidad, la Orden de los Hermanos Menores creció hasta convertirse muy pronto en antídoto contra los reformadores pauperistas que hacían de la herejía un cáncer para el cuerpo eclesial, mientras estimuló a fieles y prelados, gentes sencillas y altos potentados, a gustar el cristianismo que creían conocer de memoria, pero que en realidad nunca habían probado, desposados como estaban poligámicamente con muchos otros intereses y asuntos nada evangélicos.
La Iglesia, Esposa de Cristo, corre siempre, en cada época, el peligro de la poligamia real, si no se hace una sola carne con Quien es la razón de su misión y de su vida.
La Navidad celebra una boda: Dios y el hombre se desposan, el cielo se une con la tierra y su pobreza nos enriquece en la desnudez de un Niño. El Evangelio puro ilumina la noche más buena del año desde entonces. Pero no se hace el amor con varios a la vez, si es amor verdadero, ni tampoco es posible con la ropa puesta. Por eso Dios vino desnudo. Y Francisco lo entendió como todo, al pie de la letra.
"Al que a ti te amare, Hijo, a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo, ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado a quien yo tanto quería".
Grandes promesas hace Dios Padre, en palabras de San Juan de la Cruz, a quien se atreve a amar a Cristo siempre: en la salud y la enfermedad, en la prosperidad y la adversidad, todos los días de su vida.
No hace falta estar muy loco para ser cristiano; sólo es preciso amar; lo demás llega en consecuencia. Por tanto, desnudos, ante el Pesebre, hechos una sola carne con Cristo, disfrutemos sin vergüenza y deseemos a todos: ¡Feliz Navidad!