La Palabra
Quienes intentan acallar la Palabra no saben que la Palabra vino para iluminar al mundo y desconocen su poder.
Para aquellos que hemos sido con frecuencia el hermano mayor de la parábola del Hijo Prodigo, la Palabra estuvo siempre cerca de nosotros, en la Biblia o en el magisterio de la Iglesia, pero hubieron de pasar muchos años para que se convirtiese en misión, en faro, en fuerza de Dios. Porque solo Él puede servirse de la fragilidad e incapacidad más absolutas, y usarlas como instrumento de su Gracia ("Quien a vosotros escucha, a mí me escucha", Lc 10, 16).
Aceptar esta increíble realidad de un Dios que vive dentro de nosotros, que nos permite ser su Voz para llevar la alegría del Evangelio, es tan grande como lo es la misión que lleva implícita, que es iluminar todos los acontecimientos de la vida a la luz de su Palabra. ¿Quién irá pues a denunciar la injusticia, a poner voz a quien no la tiene, a sabiendas del alto precio que se paga por ello? Ojalá que podamos decir prestos “¡Yo iré!".
Pero, ¿quién, como nos decía el Papa Benedicto XVI, tiene tiempo para escuchar su Palabra y dejarse fascinar por su amor? Nos exhortaba al abandono que pide la fe en Dios, lleno de confianza, en las manos del Amor que sostiene el mundo.
Esa Palabra es ternura, es compromiso, es acogida, es perdón, es cercanía, es alegría, es agradecimiento, y todos esos dones los vemos en quienes se han dejado habitar por ella.
Ante esta inmensa Gracia, es inevitable preguntarse: ¿qué vio Dios en mí? Y la respuesta es "nada", porque ciertamente "Dios confió en lo necio para confundir a los sabios, en la debilidad para confundir a los fuertes" (1 Cor 1, 27).
Y es por ello que todo es Gracia. Escribe San Agustín: "¿Podemos llevar algo mejor en el corazón, pronunciarlo con la boca, escribirlo con la pluma, que estas palabras: "Gracias a Dios"?
Jesús mismo nos dice: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11, 27-28).
Conocemos que el demonio trabaja incansablemente para acallar la Palabra, para dejarla reducida "al ámbito de lo privado", como se nos ha pedido en muchas ocasiones. Ellos no saben que la Palabra vino para iluminar al mundo y desconocen su poder.