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En el 'florecimiento humano' pesan más la virtud, la relación y el bien común que el desarrollo puramente económico.Dikaseva / Unsplash

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En un mundo atrapado en cifras, métricas y algoritmos, donde el Producto Interno Bruto (PIB) sigue siendo la brújula que guía a gobiernos y tecnócratas, surge una pregunta ineludible: ¿estamos realmente mejorando nuestras vidas? Las estadísticas pueden mostrar crecimiento económico, avances tecnológicos y acceso a bienes materiales, pero ¿qué ocurre con la condición humana? Porque cada día hay más dependencias, adicciones, enfermedades psicológicas, uso de fármacos para afrontar la realidad, imposibilidad de conciliar de manera habitual el sueño.

¿Por qué nuestros jóvenes, que deben ser explosión de ilusión y esperanza, se ven castigados por las sensaciones opuestas?

En respuesta a este desencanto, frustración, engaño contemporáneo, resurge con fuerza un concepto que apela a todas las dimensiones del ser humano: el florecimiento humano. Una noción que va más allá del bienestar subjetivo o de los logros individuales, y que propone una visión integral de la persona como ser moral, relacional y trascendente.

Más allá del PIB: el florecimiento como brújula

La insatisfacción creciente frente a los modelos clásicos de desarrollo son tan evidentes que han dado lugar a iniciativas académicas y políticas que exploran nuevas formas de medir el progreso. Entre ellas destaca el Human Flourishing Program de la Universidad de Harvard, liderado por Tyler VanderWeele, que define seis pilares esenciales para una vida plena: felicidad, salud, sentido, virtud, relaciones personales y seguridad económica.

Pero, como señala el documento: “La vida buena no es solo una vida placentera, sino una vida dotada de significado, de propósito, que dispone de un horizonte de sentido, y es relacional y virtuosa”. No basta con estar bien: hay que vivir bien.

Raíces filosóficas y cristianas de un ideal olvidado

El florecimiento humano no es un invento moderno. Ya en la Ética a Nicómaco, Aristóteles definía la eudaimonia como “vivir conforme a la virtud”, entendida como la excelencia del carácter que perfecciona la naturaleza humana. “El fin supremo del hombre es la actividad del alma de acuerdo con la virtud en una vida completa”, escribió.

El ser humano, decía, es un ser político (zoon politikon), llamado a vivir en comunidad y a contribuir al bien común: “La participación social tiene como fin último, no el entretenimiento o la crematística, sino la contribución al bien común mediante la aportación de las virtudes personales”.

Santo Tomás de Aquino profundizó esta visión, integrándola con la Revelación cristiana. Para él, la plenitud humana no se agota en esta vida, sino que se consuma en la unión con Dios (beatitudo). “El florecimiento humano se logra viviendo conforme a la ley natural, que refleja el orden divino al alcance de la sola razón humana y orienta a la persona hacia el bien común”.

Más recientemente, Alasdair MacIntyre retomó esta tradición para denunciar los excesos del individualismo moderno, de la Ilustración y la modernidad. “El florecimiento humano no es un estado psicológico, sino el resultado de una vida orientada racionalmente al bien común a través del ejercicio de las virtudes”, afirma en Tras la virtud. Su crítica va dirigida a las políticas que reducen el bienestar a preferencias individuales, sin comprender que “la identidad se forja en el tiempo, en relación con otros y dentro de una tradición moral”.

La Doctrina Social de la Iglesia: una propuesta integral

Desde el magisterio católico, el concepto de florecimiento se articula como una propuesta concreta de organización social, basada en principios como la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad. Como recoge la constitución pastoral Gaudium et Spes: “La persona humana es y debe ser el principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales”.

La encíclica Populorum Progressio (1967) afirma que “el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.

La persona no es un mero consumidor, ni un engranaje productivo: es imagen de Dios, llamada a la comunión, a la justicia y al amor. Como sintetiza el documento: “El florecimiento humano consiste en realizar esta dignidad a través de una vida que refleje los valores del Evangelio: amor, justicia, verdad y caridad”.

Las necesidades humanas: diálogo con Max-Neef

El economista chileno Manfred Max-Neef propuso una teoría de las necesidades humanas que conecta profundamente con esta visión cristiana. Desde la subsistencia hasta la libertad, sus nueve necesidades universales reflejan una comprensión multidimensional de lo humano.

Leídas a la luz del cristianismo, estas necesidades no se reducen a carencias técnicas que deban ser suplidas, sino que se ordenan al bien integral de la persona. Como señala el documento: “El florecimiento no se reduce a satisfacer necesidades, sino que las integra en un horizonte de sentido más profundo: el de la vocación al amor, al servicio y a la comunión”.

Hacia una política del florecimiento

Pero el texto es claro: “No basta con sumar variables a los sistemas de medición: hace falta reconfigurar el propósito mismo de la política”. El reto es más profundo: repensar las instituciones y los fines sociales desde una lógica de bien común, virtud compartida y participación significativa.

Una brújula para el siglo XXI

El florecimiento humano, leído desde Aristóteles, Tomás de Aquino, MacIntyre y la Doctrina Social de la Iglesia, no es un ideal utópico ni una nostalgia medieval. Es una propuesta radicalmente nueva que se alza desde el pasado, responde al presente para construir un futuro mejor, capaz de responder a las crisis de sentido, de cohesión y de justicia que atraviesan nuestras sociedades.

Nos invita a mirar a la persona no como un problema a gestionar, sino como un misterio a acompañar. A construir comunidades que no marginen, sino que integren. A hacer política desde el servicio y la compresión de las causas que hacen florecer las dimensiones humanas.

Como reza el Deuteronomio (30, 14): “Muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas”. Y es esa palabra -la del bien, la virtud, la comunidad y el sentido- la que debe guiar hoy nuestras políticas.

La cuestión, la exigencia, es concretar en un proyecto, en unos programas, las realizaciones necesarias. Ese es el inicio de la ruta.