Religión en Libertad

León XIII trazó, por medio de sus encíclicas, un completo plan de reconstrucción de la sociedad cristiana, devastada por la Revolución francesa y sus consecuencias.

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León. ¿Por qué este nombre después de más de un siglo? Ciertamente ha habido importantes pontífices que han llevado el nombre de León. Recuerdo sólo a León Magno, que en el siglo V combatió desde dentro las herejías que socavaban la unidad de la Iglesia, tras el fin de las persecuciones externas, o al papa León que en la noche de Navidad del año 800 puso la corona imperial sobre la cabeza de Carlomagno, resucitando así el Imperio de Occidente, que duraría mil años. 

Pero es sin duda León XIII el pontífice que más recordamos los contemporáneos. El riesgo es pretender conocerlo y decir cosas al azar, como "el papa de la Rerum novarum" o "el Papa de los trabajadores" y acabar ahí, como si se pudiera limitar un pontificado tan largo y fecundo a unas pocas definiciones, que son ciertas, pero demasiado limitantes.

León XIII dirigió la Iglesia durante un largo período, de 1878 a 1903, y produjo un magisterio extraordinario de más de ochenta encíclicas, a las que hay que añadir innumerables exhortaciones y cartas apostólicas.

Contra las Luces y la Masonería

En su carta apostólica Vigesimo quinto anno, escrita en el vigesimoquinto aniversario del inicio de su pontificado, León XIII reconstruyó su proyecto, que un importante filósofo católico como Augusto Del Noce llamaría Corpus Leoninum. En realidad, como explica el propio Papa, su objetivo era ofrecer a los católicos de su tiempo un itinerario para la reconstrucción de la sociedad devastada por la Revolución de 1789 y sus consecuencias. Cada encíclica era una tesela del mosaico que pretendía proponer para que los católicos no se limitaran a denunciar el mal actual, sino que propusieran un remedio para cada sector de la sociedad que se había visto afectado.

El propio León XIII explica lo que había sucedido. La Reforma protestante había desgarrado la unidad de la Iglesia y, en consecuencia, de Europa, ensangrentando esta última con las terribles "guerras de religión" que enfrentaron a reformados y fieles al Papa en la segunda mitad del siglo XVI y durante casi todo el siglo siguiente. 

Luego vino el Siglo de las Luces y de la Diosa Razón, el siglo XVIII, con el racionalismo y el deísmo, que marginaron la religión revelada, considerada una superstición peligrosa porque conducía al fanatismo, como habían demostrado las guerras de religión. 

Por último, la Gran Revolución, el auge de las ideologías y la descristianización de los países europeos. A finales del siglo XIX, Europa estaba gobernada por hombres alejados del cristianismo y a menudo afiliados a la masonería, a la que León XIII dedicó dos encíclicas, Humanum genus (1884) e Inimica vis (1892). En aquella época, era necesario un proyecto de reconstrucción, ya no bastaban las intervenciones puntuales, sino que era necesario un proyecto global, porque la Revolución había penetrado demasiado profundamente en la cultura y las costumbres como para pensar que se podía restaurar la justicia solo con alguna intervención parcial.

La doctrina social de la Iglesia

Nació así su grandioso proyecto. La Rerum novarum era una parte de ese proyecto. Una pieza importante, sin duda, pero que no debe leerse aislada del resto si se quiere entender a León.

Del Noce escribió que los políticos católicos cometieron el error de leer la Rerum novarum fuera de contexto y redujeron así la doctrina social a la cuestión obrera. 

Pero León XIII escribió también la Immortale Dei (1885) para definir lo que debe ser un Estado, la Libertas (1888) para explicar lo que es la libertad, que es un don de Dios y no significa hacer lo que uno quiere, la Aeterni Patris (1879) sobre la filosofía cristiana, la Quod apostolici muneris (1878) sobre el social-comunismo, la Sapientiae christianae (1890) sobre los deberes del ciudadano cristiano, y muchos otros, incluso sobre temas marianos y espirituales, como la devoción al Sagrado Corazón, a la que consagró solemnemente el mundo en 1900, a principios del siglo XX.

La consecuencia de que los políticos católicos leyeran la Rerum novarum aislada del Corpus Leoninum fue que sus sucesores también dejaron de leer la propia encíclica, es decir, dejaron de lado la doctrina social de la Iglesia. Lo explica muy bien Del Noce, que ya en 1977 anunciaba el colapso de la presencia pública de los católicos, cuando se crearía un partido de inspiración cristiana que renunciaría "al adjetivo 'cristiano' para resolverse en un partido 'democrático', orientado a garantizar las mejores condiciones para el desarrollo productivo y la 'realización' temporal de cada persona, asumiendo una pura posición de 'neutralidad' en el campo cultural y religioso" (La época de la secularización). Esto es exactamente lo que ocurrió: la profecía se ha hecho realidad.