Falso misticismo y abuso espiritual

Lo que el dirigido entendía primero como algo benéfico, después, resulta ser una verdadera trampa esclavizante.
Una realidad lacerante y angustiosa
A la Iglesia, cuerpo místico, le duele en especial una llaga infringida como en su cuerpo humano (cf. 1Co 12,12). Por haber sido una herida ignorada o deliberadamente oculta nos parece ahora “nueva” y, por ello, es aún más sangrante. Estamos ante el pecado más vil y en el terreno más exclusivo de la “vida en el Espíritu”, allí donde pensamos que la santidad de un hijo de Dios está a salvo.
Clama al cielo que sea en esta sede de la interioridad -en la que hay que estar autorizado para transitar con delicadeza- donde se tergiverse y hasta pervierta el sagrario inviolable de la conciencia habitada solo por Dios. Creíamos que la capacidad de escandalizar quedaba circunscrita a ámbitos más materiales, institucionales u organizativos y que el maltrato, en sí mismo, no podía adentrarse en la intimidad que acoge y convive con la presencia divina. El coraje de unos pocos ha puesto al descubierto diversos tipos de abusos, una gran lacra social sufrida por muchos.
En este sentido, las reflexiones sobre la temática por parte de Samuel Sueiro (Consideraciones teológicas acerca del falso misticismo: para una fundamentación de su gravedad canónica) y Francisco José Campos-Martínez (Falso misticismo y abuso espiritual [descarga PDF]) serán el marco y fondo de nuestro argumento.
Como comunidad eclesial, además de sanar y poner remedio en lo propio y ajeno, no podemos ignorar la vertiente diabólica del abuso espiritual: una violación del alma, un dolor que no se ve. Para diagnosticar y prevenir es mejor constatar hasta donde hemos llegado para luego proteger, con más cuidado si cabe, la inhabitación trinitaria en el alma por la que somos introducidos en la intimidad de la vida divina.
El falso misticismo
Es utilizado por personas consagradas o con autoridad espiritual y, normalmente, sucede entre adultos. Junto a unos casos más llamativos por su estructura delictiva, coexisten otros más anónimos, menos mediáticos y muy ordinarios.
De ahí los trabajos actuales para incluir el “falso misticismo” en el derecho penal canónico (Dicasterio para la Doctrina de la Fe, 22 de noviembre de 2024).
Es verdad que ante los hechos más escabrosos descubrimos crudamente que la imaginación no tiene límites por lo que respecta al engaño, la manipulación y el sometimiento espiritual. Pero es, precisamente, en las relaciones nada sospechosas y más habituales de paternidad o acompañamiento espiritual donde el sufrimiento del abusado puede ser grande.
Todo consiste en invadir y coaccionar hasta aislar en un estado de dependencia total: lo que el dirigido entendía primero como algo benéfico, después, resulta ser una verdadera trampa esclavizante.
El dato sociológico nos cuenta que estos peligros están al acecho, por su misma naturaleza, en grupos sectarios. Sus líderes aprovechan tanto el alto índice social de ansiedades como el gran interés por la espiritualidad para atribuirse la pretensión de ver lo que el discípulo nunca verá. Las técnicas utilizadas provocan -sutil o abiertamente- el aislamiento y la culpabilización, un dominio mental sin posible escapatoria, la persuasión coercitiva y la dependencia que obtiene los puntos débiles para presionar sobre las propias heridas.
Pero en nuestro caso, todo es más doloroso cuando dichas estrategias se dan en el espacio vital de la Iglesia, en aquellos que hablan en nombre de Dios y hasta lo representan. Éstos son los que, bajo diversos grados, participan de la autoridad de Cristo, ejerciendo este servicio con su mismo espíritu y sujetos a su verdad. Se les encarga asegurar la comunión sacramental con Dios, enseñar la fe y guiar hacia el amor unitivo con el Resucitado; han sido llamados a proteger la comunidad, a defenderla del Maligno y a mantener abierta para ella la fuente de todo consuelo con el perdón y la paz divinas. En principio, nada que temer. Pero si lo destinado a ser luz no lo es, la oscuridad será grande (cf. Mt 6,19).
Atraer para manipular
Pueden servirse del falso misticismo tanto los que gozan de reconocimiento público en el ámbito de la espiritualidad (mediante libros, conferencias, cursos, acompañamiento espiritual, liderazgo comunitario, predicación de ejercicios o retiros) como los que tienen algún tipo de autoridad espiritual ordinaria (en diócesis, seminarios, parroquias, monasterios, comunidades o movimientos).
El falso misticismo fascina por un determinado estilo de vida o unas capacidades de mando, por un rigorismo desmesurado o una impactante dedicación a los más excluidos; pero también puede seducir mediante la creación artística, unas propuestas evangelizadoras fuera de lo común o por un mundo espiritual novedoso. Pero el falso misticismo sobresale -como cauce hacia el abuso espiritual- por su gran capacidad de manipulación. Sin respetar la conciencia de la víctima, lo hace también en el campo doctrinal burlando la veracidad y la objetividad de la fe desde una posición de poder.
Suplantar a Dios
El abusador espiritual despliega pacientemente todas sus armas con el objetivo de anular y someter cualquier capacidad crítica. No solo se propone legitimar moralmente un acto en sí mismo inmoral, sino que recurre a toda una serie de fundamentos teológicos para que lo perverso sea percibido como signo de elección particular o de una gracia reservada a unos pocos.
El común denominador es servirse, sin ningún pudor, de Dios y de su doctrina para arruinar, oprimir y humillar. Por medio del abuso se destierra a Dios de la conciencia de la víctima. Entonces, lo que la liturgia dice únicamente a Dios y de Él se lo atribuye el victimario.
Así, una vez manipulada la dimensión espiritual en lo más sagrado, la posibilidad de abusar de la corporeidad -no menos sagrada- de la sexualidad humana está servida. El abusador, identificado inmediatamente con Dios, relativiza a su antojo el modo y las mediaciones establecidas por Él; consolida una relación esencialmente autorreferencial y toma unas decisiones para las que no tiene potestad alguna.
Lo sorprendente es que el abusado consiente y cumple -por un tiempo indeterminado- indicaciones del tipo: “No podrás comulgar durante dos meses por los errores de tu discernimiento” o “Entrar en ese noviciado sería desobedecer a Dios además de tu perdición”. Falseando y desnaturalizándolo todo, la vida espiritual cristiana -llamada y capacitada para vivir en libertad, no en sumisión (cf. Ga 5,1)- acaba sin ninguna determinación libre.
Dios no nos llama “amigos” para convertirnos luego en “siervos”. Si fuera así, resultaría violentada la sagrada dignidad filial de cada uno. Al contrario, es Dios el que haciéndose “siervo” establece una relación de amistad y comunión, no de sometimiento y servidumbre.
En el abismo de la perversión
La justificación teológico-espiritual del falso misticismo persigue que ningún abuso espiritual sea identificado como tal. Las víctimas se creen objeto de un privilegio imposible de rechazar.
El relato de sus testimonios es impactante: se les invita o persuade a realizar los gestos más impúdicos u obscenos en referencia directa a la Trinidad, al Corazón de Jesús, a la Virgen María, a la presencia de demonios, al altar, a la santa unción, a la sanación o al Espíritu Santo. También se hacen proposiciones durante la confesión de los pecados, se sugiere el matrimonio místico por medio de la violación ritual durante la Eucaristía, se aplican castigos humillantes para obtener una mayor rectitud interior o se cambia la misma identidad del abusado de acuerdo con alguna fantasía espiritual.
Las víctimas
La mayoría de los abusados, junto a algún tipo de vulnerabilidad, desearon sinceramente fundamentar su vocación, alcanzar la madurez espiritual o encontrar su lugar en la Iglesia. Y aunque la primera víctima del falso misticismo pueda ser el mismo abusador, el hecho es que determinadas personalidades, desestructuradas e inmaduras además de propicias a entrar en fenómenos de control y dependencia, se han cruzado con quien estaba dispuesto -progresiva y hábilmente- a ejercer este tipo de poder sobre ellas.
Quizá algunas víctimas, en silencio y sujetas a la autoridad legítima, han vivido una sumisión iluminada, amorosa y confiada con el abusador espiritual. Pero no hay víctimas “menores” por el hecho de no haber sufrido abuso sexual. Por lo general, todas se han visto interpretadas en un clima de espiritualización omnipresente y han sido llevadas a una personalización absoluta del poder mientras confiaban en la mediación pastoral de la Iglesia.
Las preguntas esenciales
Para formar en la prevención del abuso espiritual hay que plantearse y responder cuestiones como éstas:
- ¿Por qué una lícita búsqueda de orientación acaba aceptando un liderazgo depravado o la tutela absoluta de una institución?
- ¿Existe la suficiente madurez como para evitar una actitud crédula e impedir la pérdida de libertad?
- ¿Cómo proteger el único espacio interior desde el cual tomar decisiones por uno mismo y a solas con Cristo?
- ¿Qué hacer cuando ese espacio ha sido violado y aquella madurez quebrada?
Y por parte de los que acompañan:
- ¿Qué medidas tomar para no buscar el apego de los aduladores ni utilizar el falso misticismo para los vulnerables?
- ¿Hemos creído que por ser ministros ordenados o laicos formados o que por haber recibido algún tipo de encargo-autoridad-responsabilidad ya somos aptos para acompañar la vida íntima de cualquiera? No es una capacitación automática. Tiene que ver con la gratuidad, los dones recibidos y la autentificación de la Iglesia. Además, es una relación entre iguales y desiguales. Iguales, porque ambos obedecen al Espíritu Santo que instruye y gobierna; y desiguales ya que el director atrae hacia Cristo -que es quien libera-, mientras que el dirigido solo progresa si reconoce el sello de la libertad cristiana en cada uno de sus pasos. Otra cosa es la debilidad y las desviaciones que puedan aparecer por ambas partes y que conducen a perder de vista la ansiada plenitud de vida en el Espíritu a cambio de unas pocas algarrobas (cf. Lc 15, 16-31).
Mediaciones privilegiadas
La dirección espiritual personal, la amistad espiritual o las fraternidades constituidas en torno a una afinidad espiritual pertenecen al patrimonio de la Iglesia sin otro objetivo que el de facilitar un mayor progreso. Ninguno de nuestros pecados conseguirá liquidar estas realidades extraordinarias de santificación como fuentes de sabiduría y puertos en los que amarrar e interiorizar el triunfo pascual de Cristo.
Dejemos, pues, que arda nuestro corazón y salvaguardemos la pureza de lo que la Providencia hace sirviéndose de lo más humano y limitado en el seno de la Iglesia. Nadie tiene derecho a estropear la obra más delicada de Dios; todos merecemos mediaciones verdaderas, un camino cierto y una casa segura.