La vida y la Iglesia no terminan con la muerte
Una reflexión a raíz del entierro de Francisco.

Los 'sediari' pontificios, portadores del féretro de Francisco, lo expusieron brevemente ante los fieles al final de la misa de exequias.
La Iglesia está viva, y seguirá viva también después de los funerales del Papa. Todavía no triunfante, entiéndase bien: para eso falta algún tiempo. Más exactamente, el final del tiempo: el gran final del Apocalipsis, que por algo era considerado por Ermanno Olmi, un creyente inquieto y sincero, como un perfecto final feliz. Hablaba como cristiano, pero también como narrador, dos dimensiones que -como Francisco ha demostrado hasta el final- no se contradicen, más bien se realzan mutuamente.
También a Jesús le gustaba contar historias, historias magníficas o sencillas, inagotables en su esencialidad. Pero una historia no puede existir sin un final, y la curiosidad de saber cómo va a terminar es quizá la primera chispa de esperanza que los cristianos están llamados a difundir por el mundo. Terminará con que no termina, de ahí su belleza. El gran final es siempre un final feliz.
“En mi final está mi principio”, escribía T.S. Eliot en los Cuatro Cuartetos. Pensándolo bien, para Jorge Mario Bergoglio fue justo así. El cónclave de 2013 se fue a elegirlo “casi al fin del mundo”, expresión que al Papa recién elegido pareció brotarle espontáneamente y que sin embargo -como sucedería a menudo durante su pontificado- escondía una profunda sabiduría espiritual.
La clave interpretativa está en ese “casi”, que sugiere un límite y al mismo tiempo lo desmiente. Marca una frontera y enseguida la cruza. Mientras estamos en la historia, todo final es siempre "casi" un final. Se aproxima a un cumplimiento, pero no lo lleva a cabo. ¿Acaso las fábulas no concluyen con la promesa de que los protagonistas vivirán felices y contentos?
Ése es el motivo por el cual nos apasionan tanto: el final feliz, que la mayor parte de las veces coincide con la famosa moraleja de la fábula. Saber cómo va a terminar no nos basta, queremos estar seguros de haber aprendido algo.
Queremos estar seguros de que la fábula realmente nos concierne. De te fabula narratur [La historia habla de ti] es, en el fondo, la moraleja de toda fábula: esta historia te concierne, seas quien seas. Esta historia nos concierne, a todos y cada uno.
¿Cuál es el significado de ese “casi” del que dan hoy testimonio los funerales de Francisco? Que la vida no concluye con la muerte. Y que la muerte del Papa no es la muerte de la Iglesia.
No es cuestión de números, aunque tienen su utilidad. Los números son un signo... y necesitamos signos. Jesús era consciente de ello y por eso recomendaba presar atención al “signo de Jonás” (Lc 11, 29), que es figura de la Resurrección, el gran final por excelencia: la vida que no muere, el cuerpo glorioso, el mundo futuro.
Sinceramente: ¿qué otra cosa se podría desear de la vida, si no precisamente que la vida no acabe? Sí, hay muchos interrogantes en este razonamiento, pero fue el Papa Francisco quien insistió en la importancia de las preguntas.
Junto con el relato, la pregunta es el instrumento del que Jesús se sirve con mayor frecuencia.
- “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?” (Mt 11, 7), pregunta a la multitud congregada en torno a Él.
- En otro momento, cuando la multitud se ha dispersado, se vuelve a los Doce con el perentorio y dulcísimo “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6, 67).
- Y también, en explícita referencia al gran final del Apocalipsis: “Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Jn 18, 8).
En ninguno de estos casos la respuesta corresponde a un número. Qué buscáis, qué estáis dispuestos a arriesgar, en qué creéis... son las palabras de una experiencia, no las cifras de un balance. Son los elementos de un relato, no los datos de un informe. En la contabilidad, por lo demás, no hay lugar para el “casi”.
Pero es el “casi” lo que realmente nos interesa. Es gracias a ese “casi” que la Iglesia está viva incluso cuando muere el Papa.
- Publicado en Avvenire.