Religión en Libertad

En el pretorio, Jesús se sometió al pragmatismo, la codicia, la demagogia y la voluntad de los hombres... para redimirlos.'Ecce Homo' de Antonio Ciseri (1871, detalle), Galería de Arte Moderno, Palazio Pitti, Florencia

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Las aspiraciones de la democracia siempre fueron metapolíticas. Sus abanderados, corifeos y adoradores siempre entrañaron decidir el signo de los tiempos, apoyados en la creencia de haber encontrado el elixir de la humanidad, un oráculo para su peregrinar. El sueño del vox populi, vox dei hecho realidad. Una realidad más operante y aparente que bella y eficaz. Una forma sacramentalizadora de entender la política. El enloquecido intento de dar un vuelco al orden del ser y hacer de la política la madre de la teología

Ni que decir tiene que este juicio de la democracia es considerado una herejía en nuestros tiempos. Si los hombres actuales no tuvieran tan mala memoria, recordarían que esa herejía fue la que condenó hace aproximadamente unos dos mil años al único Rey posible de la Historia.

Para quien todavía tenga el convencimiento de que la democracia nada tiene que ver con aquello que ocurrió en el Pretorio, urge regresar a un pasado que está más presente que nunca y refrescarle la memoria. En los momentos críticos de la Pasión de Jesucristo, en el Pretorio se daban cita los principales lastres de la democracia mundana y fundamentalista que hoy padecemos: 

  • el pragmatismo de Poncio Pilatos;
  • la codicia del discípulo felón Judas Iscariote;
  • la demagogia de Caifás; y
  • la voluntad soberana de las muchedumbres. 

Son las inconfundibles señas de identidad de la democracia efectivamente existente a día de hoy: 

  • el pragmatismo de los advenedizos;
  • la codicia de los que se venden al mejor partido;
  • la demagogia de las élites ávidas de poder; y 
  • la voluntad ciega de las multitudes que, enfermas de ingenuidad y soberbia, se creen soberanas.

Paradójicamente, de esos cuatro lastres se valió el Señor de la Historia para redimir la parte más amada de toda Su creación, porque escrito está, la gracia había de sobreabundar en medio del pecado de muchos, ora pragmatismo, ora codicia, ora embaucamiento, ora voluntad soberana. Fue el espíritu del Pretorio, alma de la democracia vigente, el que ha calado con lastimosa mundanidad para elevar al demiurgo democrático al altar de los desvaríos. 

Las cinco manifestaciones del altar de los desvaríos son las cinco grandes maldiciones de la democracia efectivamente asistente que a continuación pasamos a significar:

En primer lugar, el error teológico: la demo-gracia o divinización del pueblo, santificadora de las pasiones individuales, con la ya consabida fe (estúpida fe) en sus deliberaciones taumatúrgicas.

En segundo lugar, el sin-dios social: la demo-gresca, terminó acuñado por el padre Leonardo Castellani y difundido y desarrollado por el ilustre Juan Manuel De Prada. El bazar de ideales y anhelos que divide las comunidades humanas en turbamultas lleva por el camino de la turbación que enfrenta constantemente a los hombres haciéndoles vivir en una discordia permanente.

En tercer lugar, el fraude político: la demagogia, o la capacidad de unos pocos poderosos para enardecer a los muchos con consignas populares que nublan las mentes y la erotización los corazones hasta los niveles de abducción más deplorables.

En cuarto lugar, la antifilosofía al poder, o sea, la demodoxia, el reinado de la opinión de las gentes como camino hacia el saber, la opinión en masa como teoría validada para el conocimiento. Gnoseología de manicomio. De semejante locura ya alertó en su día el gran Parménides de Elea y más tarde el mismísimo Platón cuando observaron que las opiniones estaban basadas en apariencias, ilusiones y embelecos y no en juicios rigurosos que orientaban al hombre hacia la verdad.

En quinto lugar, el error científico: la demoscopia, o democracia de los hechos, según la cual la verdad depende de la frecuencia con la que ocurran las cosas o de su peso estadístico, y en especial de la frecuencia con la que los hombres frecuenten sus conductas. La impostura de las matemáticas.

Estas cinco maldiciones representativas del demiurgo democrático que han llevado al hombre a su perdición actual derivan de las miserias mundanas de las que se valió Dios para hacer efectivos sus designios con la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo amado. Pero el hombre moderno decidió regresar al pasado por el mal camino en lugar de quedarse con la Cruz y postrarse ante ella. Buscó la luz asintiendo a la sórdida actuación de los parias del Pretorio. Abrazó sus desmanes, aplaudió sus sandeces y sacralizó sus pecados. Tomó así a los verdugos por redentores. Hizo algo más: consiguió la abdicación de la persona temerosa de Dios en favor del veredicto de las masas reclutadas para funcionar como seres inerciales.

Cuando Cristo les dijo a sus discípulos “si fuerais del mundo, el mundo os odiaría como me odia a mí", contemplaba por supuesto la posibilidad de una mundanidad concentrada políticamente en la sustitución de los derechos de Dios y su Ley por una esperpéntica política santificadora de todo tipo de vicios y pecados. Una democracia definida en términos de fundamento de la verdad es precisamente constitutiva de su total socavación. Es la democracia que sustituye el reino de Dios por el pueblo dios. Pero ese engendro político empecinado en sacramentalizar abortos, matrimonios homosexuales, eutanasias, profanaciones de tumbas y otras barbaridades, jamás entenderá que son muchos los llamados y pocos los elegidos.

“Hay que adaptarse a los tiempos" dirán los objetores que creen estar a la altura de las circunstancias sumándose a las circunstancias de la altura, alumnos del maestro viento, discípulos del demiurgo democrático, tarados por el pragmatismo de Pilatos, la demagogia de Caifás, la codicia de Judas, y abdicando de sí mismos en favor de la soberanía del gentío y sus sentencias lapidarias. Es la pasión democrática que, rabiosa con la Cruz y envidiosa de Redención, tiene que soportar cada año la celebración de la Semana Santa y la Resurrección de Nuestro Señor. Que así sea. 

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