En el Metro
Gracias, Katerina, por enseñarme tanto.

Gracias, Katerina, por existir y por enseñarme tantas cosas en pocos minutos.(Foto contextual.)
Esta mañana he conocido en el metro a Katerina. Se ha sentado a mi lado y antes de nada me ha preguntado si podía poner su mochila entre las dos. Me miraba con sus ojos inocentes de síndrome de Down y con una expresión dulce y cariñosa. ¡Por supuesto que podía poner su mochila en el asiento! No estorbaba nada y además así no se le manchaba porque, aunque el metro está muy limpio, el suelo es el suelo y todo en Katerina rezumaba pulcritud.
Me ha contado que iba al médico, no conseguí entender muy bien el plan, pero ella iba tranquila porque había quedado con su madre que sabía dónde era la cita. Durante el trayecto me ha enseñado sus uñas rosa pálido y muy bien cuidadas, me contó que no se las había pintado ella sino alguna otra persona. Después ha sacado su móvil y ha buscado unos dibujos geométricos que le gusta colorear para que yo los viera y la verdad es que son muy bonitos.
Katerina iba muy mona, modernita como corresponde a una chica joven (le calculo en torno a 20 años) pero no llamativa. Con sus pantalones y su chaqueta vaquera, que se nota que le encanta. Al llegar a una determinada parada se ha puesto alerta y ha mirado quién entraba en el vagón y entonces me ha dicho que había llegado su madre y se ha levantado para ir a sentarse con ella, aunque antes se ha despedido de mí y me ha mirado con cariño como disculpándose por dejarme sola.
La madre de Katerina también tiene la expresión de dulzura de su hija. Es una madre joven y guapa y comprendo que a Katerina le debe dar mucha confianza y alegría. En ningún momento la ha llamado o presionado para que fuera con ella, simplemente le ha sonreído desde su asiento y ha esperado a que se acercara libremente. No dudo que Katerina también le da mucha alegría y felicidad a su madre.
Katerina destacaba entre la gente del vagón. Enfrente de nosotras se sentaban dos mujeres de mediana edad, de aspecto desaliñado y con los brazos llenos de enormes tatuajes. En otros asientos un público variopinto absorbido por sus móviles, pendientes de juegos tontos que no les permiten pensar ni tampoco atender a lo que pasa a su alrededor, algo que por otra parte está claro que no les interesa nada.
Recuerdo la primera vez que fui a Londres siendo muy joven, me llamó mucho la atención que en el metro nadie hablaba con nadie. En aquellos años en España el metro era un bullicio de conversaciones y risas, ahora es un lugar silencioso de personas aisladas y si hay algún sonido, quizá no sea buena señal.
Gracias, Katerina, por el buen rato que me has regalado, gracias por tu delicadeza y tu inocencia. Gracias a tu madre por lo bien que lo hace contigo, por su sonrisa y su paz. Gracias por existir y por enseñarme tantas cosas en pocos minutos.