Religión en Libertad

Lo natural vs. lo sobrenatural en la política

Este año es el centenario de la encíclica «Quas Primas».

Pío XI (1922-1939) publicó la encíclica 'Quas Primas' un año antes de que en México estallase la Guerra Cristera por el principio que proclamaba el Papa, la Realeza Social de Cristo.

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En 2025 se cumplirán cien años de la publicación de la carta encíclica Quas primas (11 de diciembre de 1925) de Pío XI en la cual se proclama la Realeza Social de Cristo. Se trata de una ocasión propicia para reflexionar sobre la vigencia de sus enseñanzas.

Conviene partir del estado actual de la vida social en nuestros días. El relevo correspondiente ofrece el siguiente panorama: ausencia de justicia y, por lo tanto, de paz. Ausencia de justicia, en primer lugar, dado que lo que prima es la “verdad factual” de los intereses antes que el bien común. Hace tiempo que “lo común” ha desaparecido del horizonte de la vida de los países. Es cierto que antes de la modernidad se obraban injusticias, pero también lo es que, al menos, entonces tenía vigencia cultural la primacía de “lo común” sobre lo individual.

De la ausencia de justicia se sigue, con coherencia, la de la paz, dado que, según la enseñanza clásica, la paz es la obra de la justicia (pax opus iustitiae), en razón de que la primera es la tranquilidad en el orden y lo justo, al fin de cuentas, consiste en “dar a cada uno lo suyo”.

Este diagnóstico sobre la actualidad –podrían proporcionarse innumerables ejemplos ilustrativos– lleva a preguntarse por la raíz de los males presentes, del mismo modo que lo hizo Pío XI en la Quas primas hace cien años. Aquí conviene recurrir a la aplicación del esquema expositivo que adopta Santo Tomás en su Suma de Teología: Dios es Principio (I parte) y Fin (II parte) de la vida humana –incluida la sociabilidad natural– y a Él se retorna por Jesucristo como Camino (III parte). El problema del mundo moderno es que ha excluido a Dios y, por lo tanto, a Jesucristo no solamente de la vida individual sino, todavía más, de la social, en particular, de la política. Dicho de otra manera, uno de los males radicales de nuestros días –caracterizados por sucesivas metamorfosis ideológicas– es el liberalismo que, al fin de cuentas, no es más que una manifestación del naturalismo como separación entre lo sobrenatural y lo natural. Sobre este punto es obligado recordar las enseñanzas de León XIII.

Con todo, la situación actual es todavía peor que la de hace cien años. Una explicación puede ser la siguiente: en los años de la publicación de la Quas primas de Pío XI, la verdad de fe de la Realeza de Cristo con influjo en la vida social era algo profesado por todo el cuerpo eclesial. Es decir, la Iglesia creía en el Realeza Social de Cristo. En la actualidad, lamentablemente no sucede, al menos, por parte de la que podría denominarse la “Iglesia de la publicidad”, para utilizar una expresión del padre Julio R. Meinvielle.

En este sentido, conviene recordar que la misión evangelizadora de la Iglesia, antes que en cuestiones relacionadas con lo económico (¡la pobreza!) o lo político (¡la democracia!), debe enfocarse en la cultura. La experiencia revela que la configuración del orden social se juega, en primer lugar, en la formación –o deformación– de la conciencia de los hombres mediante la educación –o sus sucedáneos–. No alcanza –más bien son un impedimento para la restauración del orden social según el derecho natural y cristiano– con “pastorales sociales” paupérrimas y democratistas. Hacen faltas auténticas pastorales sociales que profesen, con la Iglesia de siempre, lo que enseña el Apóstol San Pablo en Ef 1, 10: Omnia instaurare in Christo [Instaurarlo todo en Cristo].

Por lo dicho, a la cuestión social de la separación entre lo natural y sobrenatural en la vida social en general y, en particular, en la política, debe responderse, como lo hizo Pío XI hace cien años con toda la Iglesia con la profesión de fe de la Realeza Social de Cristo.

De otra manera se cumplirán las palabras del Salmo 127, 1: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el centinela”.