Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Signos de los tiempos


por Albert Cortina

Opinión

El Reloj del Apocalipsis marca 100 segundos para la medianoche, una decisión tomada por The Bulletin of Atomic Scientists durante un anuncio en el National Press Club en Washington el 23 de enero de 2020. Según los expertos, estamos en el momento más cercano al final de la humanidad desde la creación de este “reloj” en 1947.

Riesgos existenciales

Para este año, el boletín afirma que la humanidad continúa enfrentándose a dos peligros existenciales simultáneos: la guerra nuclear y el cambio climático, que se ven agravados por una multitud de amenazas como por ejemplo, la guerra de información cibernética, que socavan la capacidad de respuesta de la sociedad.

También es relevante la amenaza que se cierne sobre la naturaleza y condición humana si se llevan a cabo los postulados radicales de la ideología del transhumanismo en sus planteamientos utópicos/distópicos de hibridación del ser humano con la inteligencia artificial y con la máquina. Igualmente, la libertad sin límites en el diseño morfológico y genético de la persona hasta alcanzar una supuesta condición posthumana, supone un grave riesgo existencial para los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

No obstante, sin disminuir la importancia de los anteriores desafíos a los que se enfrenta la humanidad, yo añadiría al Reloj del Apocalipsis un riesgo existencial más profundo en relación a los que señalan los científicos y filósofos del siglo XXI. En mi opinión, la causa fundamental de la degradación del planeta y de la humanidad es la creciente apostasía en el mundo, es decir, el rechazo a la Salvación que nos ofrece Jesucristo. Son muchos los que abrazando el globalismo imperante hacen infructuosa la Palabra de Dios en ellos y en los demás a causa de sus afanes por el mundo.

“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios" (1 Tim, 4:1-2).

Y es que un mundo sin Dios está perdido ya que la corrupción universal tiene su raíz en el pecado. De este modo, el diagnostico de San Pablo de hace veinte siglos es hoy perfectamente válido: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la verdad prisionera de la injusticia […] Pues habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas. Alardeando de sabios, se hicieron necios […] Por eso Dios los entregó a los deseos de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos. Es decir, cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, que es bendito por siempre. Amén” (Rom 1,18-32).

Los hombres y los pueblos, rechazando a Dios, caen bajo el influjo de Satanás, el antagonista de Cristo, contribuyendo, de este modo, en la construcción del reino del Anticristo. Por ello la Escritura y la Tradición de la Iglesia Católica no cesan de recordar la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre.

“Y lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas” (Vaticano II, Gaudium et Spes 13).

Conversión integral

Si bien los científicos tienen sus propios indicadores para advertir a la humanidad de los riesgos existenciales a los que nos podemos ver abocados si no realizamos una autentica conversión ecológica (término acuñado por el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’), los creyentes cristianos tenemos otras señales y avisos que nos interpelan a emprender una autentica conversión personal.

Convertirse supone cambiar de vida, tomar un rumbo diferente del que se venía siguiendo.

En efecto, convertirse significa “salir de una situación materialista, naturalista y humana, para adoptar una actitud angélica, sobrenatural y divina. Olvidar los problemas banales para ponerse en una nueva perspectiva, no más la del tiempo, sino la de la eternidad, es decir, la del Reino de Dios” señala monseñor João Scognamiglio Ciá Dias EP en su libro Lo inédito sobre los Evangelios.

Ciertamente lo humano es el pecado, que tiende al materialismo y al naturalismo, o sea, al olvido de Dios y al olvido del recurso a Dios para enfrentar los problemas de nuestra vida y del mundo. Puede ser un ateísmo profeso, explicito, o mucho más comúnmente un ateísmo práctico y un neopelagianismo que siguen, en ocasiones, muchos cristianos.

Lo contrario de esta situación humana es la actitud de los ángeles que están en el Cielo, siempre en presencia de Dios, adorándole y glorificando su santo Nombre, actuando poderosamente aquí en la Tierra o rigiendo el Cosmos, pero siempre con el pensamiento y el corazón vuelto hacia el Creador, viviendo de su gracia y de sus dones.

Asumir esa posición del espíritu en relación a Dios es a lo que solemos denominar conversión.

Pues bien, nuestro mundo necesita de esa conversión integral (ecológica y personal), de esa mentalidad abierta a Dios, implorando de Él esa fuerza para ser auténticos custodios de su Creación.

Tenemos ante nosotros el gozo de profundizar en nuestra espiritualidad cristiana para saber leer la vida, todo lo que pasa en nuestro mundo y los grandes retos medioambientales y sociales que se nos plantean a la luz del Evangelio, profundamente enraizados en Cristo, que es nuestra luz y nuestra fuerza para afrontar el camino de conversión integral que nos conviene emprender.

Ante la emergencia ambiental debemos adoptar el concepto de desarrollo regenerativo, que va más allá de la sostenibilidad al implicar una ingeniería reconstructiva y un proceso de maduración y concienciación de nuestra propia especie humana para ser miembros responsables de la comunidad de la vida. Y todo ello desde el cambio en nuestro estilo de vida para hacer realidad una autentica ecología integral.

Frente al riesgo para la paz mundial de las armas nucleares, de la inteligencia artificial puesta al servicio del armamento de destrucción masiva y de las nuevas modalidades de guerra híbrida, debemos pacificar nuestros propios corazones y extender el mandamiento del amor, amándonos los unos a los otros como Dios ama a cada persona.

Ante los intentos de cambiar biotecnológicamente la condición humana debemos avanzar en la libertad, en la singularidad y en la dignidad de la persona ya que cada uno de nosotros es hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza.

Frente a los riesgos existenciales a los que se enfrenta el mundo, la solución es poner a Cristo en el centro de todo y adorarle.

Y es que, como señaló el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa que presidió en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el pasado 6 de enero de 2020: “Al adorar, descubrimos que la vida cristiana es una historia de amor con Dios, donde las buenas ideas no son suficientes, sino que se necesita ponerlo en primer lugar, como lo hace un enamorado con la persona que ama”.

Publicado en español en Frontiere. Rivista di Geocultura.

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