Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

Gádor Joya, esa joya de mujer


Cualquier persona opuesta al genocidio del aborto, no puede dejar de admirar a esta valerosa mujer, verdadero icono de la lucha por el derecho a vivir que, además, si se tercia, no tiene reparo en envolverse con la bandera nacional

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

No conozco directamente a la doctora Gádor Joya. Nunca he tenido la oportunidad de saludarla personalmente. Sé de ella más o menos lo que pueda saber cualquier lector u oyente de noticias, pero entiendo que es lo suficiente para admirar su incansable lucha por la vida.

He logrado averiguar, buceando en Internet, que es médico pediatra en Madrid, está casada, tiene tres hijos, ignoro si varones o hembras, y nacida en la provincia de Almería. Con este nombre de pila resultaría raro que fuese de otro lugar. Pero a lo que importa, es la portavoz o abanderada de la plataforma Derecho a Vivir, verdadera fuerza de choque contra los partidarios de la cultura de la muerte... de otros; esa legión de la parca empeñada en eliminar a todo ser viviente (personitas en camino, ancianos, discapacitados, enfermos incurables, etc.) que moleste a los instalados en los goces irresponsables de este mundo.

Cualquier persona opuesta al genocidio del aborto, no puede dejar de admirar a esta valerosa mujer, verdadero icono de la lucha por el derecho a vivir que, además, si se tercia, no tiene reparo en envolverse con la bandera nacional y españolear en las manifestaciones internacionales por esta causa tan grandiosa, como hizo en París el pasado domingo, 14 de enero, a pesar del tiempecito que hacía.

Una de las notas más notables de esta heroína de nuestro tiempo, es que con su aspecto de mujer frágil pero muy femenina, defiende sus puntos de vista sin aspavientos, sin gruñidos, ni levantar la voz, si no únicamente con argumentos científicos, racionales, veraces, humanos, frente a la demagogia, falacias y embustes de sus oponentes, que ya rehuyen enfrentarse dialécticamente con ella.

Mi difunta esposa, inquebrantable antiabortista y fiel seguidora de la doctora Joya, no se perdió ninguna manifestación –y yo y alguno de nuestros hijos con ella- a favor de la vida, la familia y el matrimonio vitalicio, aunque cayeran chuzos de punta. Sé que hay otras personas y asociaciones a favor de estos mismos objetivos, como el Foro Español de la Familia, que preside el abogado Benigno Blanco; la Federación Española de Asociaciones Pro-vida, presidida por Alicia Latorre; el doctor Poveda, rescatador de mujeres en trance de abortar, hasta el obispo de Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Pla, presidente de la subcomisión episcopal de la Familia y la Vida, que no se esconde, como otros prelados, a la hora de dar la cara en esta clase de demandas públicas. Mi admiración y apoyo la hago extensiva a todos ellos, y a los cientos de miles, acaso millones, de personas de todas las edades y lugares que están en el bando de los “buenos”, de la vida y contra la muerte provocada, que nunca deja de ser un asesinato.

Se anuncia la ley Gallardón que, al menos, mitiga el alcance del genocidio, pero personalmente no me hago ilusiones de que llegue a buen puerto. Hay demasiados acomplejados en el PP, empezando por el propio jefe de filas. Sin embargo, esa incertidumbre no tiene que desanimarnos. La lucha por la abolición de la esclavitud fue larga y dramática. En Estados Unidos provocó una guerra civil. Pero al fin triunfó la justicia y la razón, aunque todavía queden rescoldos esclavistas en ciertos lugares musulmanes, además de la marginación social de sus mujeres, reducidas casi a la condición de “muñecas hinchables” y sirvientas domésticas. La pena de muerte, otra sinrazón humana, está perdiendo terreno hasta su rechazo total en cada vez más países. No desesperemos, aunque se malogre la ley Gallardón o quede en agua de borrajas. La razón, la ciencia, la ética y el bien, están de nuestra parte. Llegará, por tanto, el día, en que el ser humano será respetado y protegido desde su concepción hasta su muerte natural. Dios así lo quiere.
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