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El amor de Dios quiere hacerse presente en tu vida. Su amor es un misterio, solo se revela a aquellos que lo pueden recibir con un corazón agradecido por ese don. La gratitud al misterio se hace necesaria como respuesta a un don que hemos recibido gratis. El amor lo llena todo, lo penetra todo, lo invade todo. Pero, ¿Cómo puedes hacer presente su amor en tu vida?, ¿sería posible vivir de ese amor, poder comunicarte con él, relacionarte con él?

Tu vida y la mía son un misterio, que se revela a quien queremos mostrar nuestra intimidad. Por eso ese misterio se desvela con mayor plenitud ante Aquel que nos ha dado la vida, y nos ha regalado una existencia para vivir con nosotros. En Él nuestra vida se ilumina y se pone en verdad. Nuestro misterio se mira en el espejo de quien es el Gran Misterio de Dios para el hombre: el Verbo encarnado (cf. GS 22). El Hijo de Dios nos ayuda a vivir como hombres y mujeres la grandeza y el misterio de nuestra existencia. Jesús se dio a conocer como el Hijo amado de Dios, que le llama Padre. Nosotros también en Él somos hijos amados, y reconocemos nuestra dignidad para vivir desde esa paternidad de Dios, que nos hace suyos.

Pero hoy el hombre y la mujer en su historia pueden vivir de otro misterio que ha entrado en su corazón, dentro de ellos, pero que se ha manifestado de modo progresivo en la historia de la salvación. En el Génesis, cuando Dios crea al hombre, no lo expresa de modo singular, sino que utiliza la expresión: Hagamos (cf. Gn 1, 26). Con ello, el autor sagrado quiere expresar que la creación del hombre, se hizo conjunta. Quizás por personas, que todavía no se habían manifestado. Si seguimos leyendo la Sagrada Escritura, nos encontramos con el hermoso pasaje que relata como Abraham recibe la visita de Dios. Tres hombres se le hicieron presentes en su vida. Abraham se postro como signo de adoración, y se puso a su servicio (cf. Gn 18, 26). En esos tres hombres la gran tradición de la Iglesia ha señalado a las tres personas divinas, ante las cuales Abraham se postra. Pero la manifestación de la Trinidad en plenitud solo se podría dar en la economía de la salvación, con la Encarnación del Verbo, la Palabra de Dios. Con Jesús los hombres pueden llamar a Dios Padre, por la acción del Espíritu que viene a sus corazones (cf. Rm 8).

Hay dos momentos en los que esta manifestación de las personas se hace patente. En el Bautismo de Jesús, y en su Transfiguración (cf. Lc 3, 21-22; Lc 9, 28-36). En ambos momentos se escucha la voz del Padre, y el Espíritu se manifiesta como Paloma, o en la nube que cubre con su presencia. Son dos iconos de la revelación plena de Dios, donde se manifiesta con poder, para la misión del Hijo, o para fortalecer la fe de los discípulos.

Pero el hombre y la mujer, en el siglo XXI, ¿puede acoger y recibir esta presencia de las personas divinas en su vida? La respuesta es afirmativa. En el Bautismo, somos habitados por la presencia trinitaria que viene a llenar toda nuestra persona, y nos hace hijos de Dios en Cristo. Pero, se hace necesario que su presencia sea renovada en nuestra vida. En la Confirmación se nos sella con el Espíritu para ser testigos del amor de Dios. Pero, se hace urgente que tengamos y seamos conscientes de esta presencia en nuestra existencia. Solo desde ella el hombre y la mujer en su día a día pueden vivir desde la entrega y la donación para ser libres.

¿Cómo se manifiesta esta presencia del Dios Trino en nuestro vivir cotidiano? Pues al igual que en Jesús, pero desde nuestra identidad y carisma personal. El Padre te llama a ser hijo. Siempre te acoge, pero sobre todo en tu debilidad, y aquello que tu vida no te gusta, en tu pecado. Es un Padre con los brazos abiertos. En la oración puedes llenarte de su amor, para poder darte. Él es el Padre que te da la vida. Puedes vivir de su providencia. Te lleva a ser como él. Le alabas porque es grande, fuerte y bueno. Ello se transforma para vivir tu vida desde la alabanza a Dios.

El Hijo de Dios te ayuda a vivir como hermano. Jesús viene a ti en todo momento. Te regala el don del Padre. Te ayuda a vivir como hijo amado de Dios. A su vez, él es el Esposo fiel que quiere hacer contigo una alianza nueva que se selló con su entrega en la cruz. Jesús como Dios y Hombre a la vez, siente celos de ti. (cf. Zac 8, 2). Porque quiere tu persona de manera exclusiva. Eres todo para él. El Señor desea tu entrega, y tu amor hacia él sin reservarte nada.

El Espíritu, don del Padre y del Hijo, quiere entrar en tu vida, en tus entrañas, en todas tus venas, para que tu existencia sea tomada por él, y él lleve el control. Solo si te dejas llenar de él, puedes ser libre. Así, el amor será la guía de tu vida. La vida eterna el fin de tu existencia.

En este día de la Trinidad, deja que sea Dios quien entre dentro de ti, para llenarte por completo y darte su bendición.

Belén Sotos Rodríguez

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