Asciende por nosotros

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El Salmo 46 nos introduce en la Solemnidad que vamos a celebrar. Con el Salmo podemos decir que Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas. El cielo se alegra, la tierra goza ante la Ascensión del Hijo de Dios.
El Hijo de Dios deja a sus Apóstoles. Con ellos ha compartido tres años de su vida en la tierra, un tiempo de alegría y sufrimiento, de esperanza y de tristeza. Muchas veces sus discípulos no entienden lo que Jesús les decía. No comprende su muerte, ni su resurrección. Cuando les dice que se va al Padre, les entra miedo y angustia. Piensa todavía al modo humano, y piensan que Jesús va a instaurar un reino que destruya la opresión romana, e Israel viva libre. Pero una cosa es clara Jesús se va desde esta tierra, y piensan que se quedan solos. Pero lo mejor estaba por llegar.
El Señor asciende, sube al cielo, dejando para todos el camino abierto al Padre. Para que nosotros podamos vivir cada día de este misterio que nos sobrecoge y no entendemos. Muchas veces tenemos cierta envidia de los Apóstoles porque ellos han vivido con Jesús, le han tocado y han escuchado sus palabras. A veces podemos sentir añoranza de esos momentos tan especiales que vivió el Señor. Pero si Jesús sube al cielo, entonces podemos estar llenos de gozo, y esperanza. Pero sabemos que ese es también nuestro destino final. Pero, ¿Por qué Jesús asciende al cielo? ¿Es quizás un gusto personal? ¿Una ilusión que llevaba pensando desde hacía tiempo? ¿Un deseo de dejar a aquellos que quizás en su vida terrena no le entendieron? ¿Quería volver con el Padre de dónde salió? Si estas cosas no son del todo ciertas, ¿Por qué entonces el Señor se va, nos deja, y asciende al cielo?
No es un gusto personal, porque él asciende al cielo por nosotros, para que podamos vivir en la tierra ya del cielo, y porque él nos devuelve la comunión con el Padre, y podemos, estar en pie ante él, viviendo en su presencia. El Señor quiere que estemos con él de un modo nuevo. Jesús viene a quedarse con nosotros, de una manera distinta pero quizás más plena de estar con nosotros. Se hace presente en su cuerpo glorioso, que no podemos ver con los ojos de la carne, porque se hace presente en el pan, y nos está velado. Pero si podemos tocarle, y comerle. Él nos da su alimento, se da a sí mismo. Recibirlo cada día llena el alma de gozo, un gran consuelo, y una gran esperanza. Te sabes amado, porque está dentro de ti. Jesús está siempre contigo, porque ha querido descansar en tu corazón. Lo recibes en el pan, donde se te da a sí mismo, y puedes estar siempre en su presencia porque ha venido a morar dentro de ti.
Jesús no puede pensar en estar en el cielo, ya que él está siempre unido al Padre, y por ello, vive ya en cielo. Él sube al cielo, porque Jesús se va a hacer presente de una manera distinta. Él quiere, va a estar también como hombre. Y tú que eres carne, débil y frágil, puedes ir al cielo, y vivir el cielo ya en la tierra. Jesús como hombre nos invita a todos a poner la esperanza en la resurrección, para de modo definitivo, desde una humanidad renovada, ascender con él, para dejarnos amar por el Padre, por siempre.
Jesús deja a los suyos, pero no porque los quiera abandonar por no entenderle. Se va con la promesa de algo mejor que les va abrir el entendimiento, su corazón y su mente para que le puedan entender y hacer memoria de todo lo que les ha dicho. Solo desde el envío del Espíritu los apóstoles pueden identificarse con el Maestro, y hacer suya su misma vida. También nosotros que hemos recibido el Espíritu, podemos reconocer en sus palabras el mensaje de alegría que nos quiere comunicar. Pueden correr en nuestras entrañas la vida del Espíritu que resucitó a Jesús y nos levanta a nosotros cada día. El Espíritu nos viene a unir a Cristo para que disfrutemos de él.
Jesús siempre está unido al Padre. Pero la vuelta a él tiene un carácter nuevo. Jesús se presenta ante el Padre, con las señales de la entrega por nosotros, para que ante el Padre, nos sepamos amados, perdonados y redimidos. Ya nuestra vida tiene una mirada de amor y alegría, porque nos sabemos mirados por Dios. Él no nos juzga sino nos quiere, y quiere que vivamos siempre con él. Jesús sube al cielo para interceder por nosotros, para que nos sepamos salvados. Jesús no mira con juicio nuestro pecado, sino la misericordia que ante el Padre quiere derramar para cada uno de nosotros.
Jesús asciende al cielo. Tú puedes unirte a él, y vivir de ese gozo que él te quiere regalar.
Belén Sotos Rodríguez