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Viva el vino!!!

Viva el vino!!!

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Ayer por medio de la liturgia éramos introducidos en un banquete de bodas. Unos novios celebran una boda, y en medio de la fiesta y el alborozo, cuando la celebración había llegado a su punto más alegre, los novios se quedan sin vino para poder ofrecer a todos los invitados. El vino que da alegría al corazón y que es signo de bendición a la mesa, falta de repente en la boda. Parece que todo iba a terminar en desgracia, pero estaba por llegar lo mejor.

En esa boda había varios invitados muy especiales. Todos los amigos del novio y de la novia estaban en la celebración, como muchos de sus familiares. Pero también había dos invitados que se convertirían en los que iba a dar sentido a esa boda. María y Jesús fueron invitados a la boda. La Madre y el Hijo con sus discípulos estaban en la boda disfrutando de la fiesta y el baile. María como buena Madre estaría pendiente de todos los detalles de la celebración. Por eso, quería que en esos momentos no faltara nada. Jesús con sus discípulos también estaba en la boda disfrutando del momento festivo con todos los que la estaban celebrando. Pero María se percata de un detalle que para ella no pasa desapercibido. Los novios se quedan sin vino. La alegría y la fiesta dan paso a la preocupación y el desasosiego. Parece que con ello la boda va a llegar a su fin.

Pero Dios siempre levanta la esperanza de los novios que quieren celebrar su boda con el vino de los esponsales. María se da cuenta y sin dudarlo acude a Jesús. Parece que Jesús se desentiende. Da una respuesta desconcertante. Llama a su Madre, no por su nombre sino la dice: Mujer. María es la Mujer, la Nueva Eva. Así, como Eva desobedeció a Dios, y trajo la muerte y el pecado. María es la Mujer, la Nueva Eva, que con su sí a Dios, nos trae vida y salvación. Jesús está llamando a su Madre: Nueva Eva, porque con ella llega el vino nuevo de la boda. Por ello, intercede ante su Hijo: el Nuevo Adán, que es el Salvador para todos los hombres. Por eso, aunque todavía no había llegado la hora decisiva de la cruz y la muerte redentora para todos, ante su Madre, Jesús no puede negar el signo. Manda llenar las tinajas de agua. El agua se convierte en vino. El agua de las tinajas para la purificación se convierte en el vino de la bendición, que lo será para la entrega.

El vino entra de nuevo en la boda. Un vino nuevo y mejor. El vino de la entrega y el gozo. María intercede y Jesús hace el signo. María acoge el don del Hijo, y el Hijo se entrega en el signo para la salvación de todos. De esta manera, los discípulos creen en Él. ¿Porque los discípulos pueden creer en Jesús? Ellos saben y pueden llegar a conocer que los verdaderos esposos de esta boda en Caná son Jesús y María. La Mujer y el Nuevo Adán son los que pueden dar el vino de la boda para todos. Jesús es el Esposo que se entrega por cada uno para darnos el vino nuevo, que es su sangre derramada por toda la humanidad, que se entrega en la cruz; es el Esposo que viene a ofrecerse por cada uno para que el hombre pueda beber el vino nuevo de la boda definitiva del Hijo, en el tálamo de la cruz. En la Eucaristía el hombre puede beber el vino que por la acción del Espíritu se convierte en la sangre del Señor, que es el Esposo que se entrega por la Iglesia, su esposa, que nace de su costado abierto en la cruz. María es la Esposa en esta boda, porque ella acoge la entrega del Hijo, y ofrece su vida a Dios junto con la de Él. Esta Mujer, María, es Esposa por su acogida del plan de salvación de Dios, que la llevo a la donación de Aquel que había sido llamado Hijo de Dios. La Iglesia es también esposa porque acoge la entrega de Jesús para que los hijos puedan beber el cáliz de la bendición, que el Hijo de Dios ofrece a los hombres.

En este sentido, hoy también somos invitados a beber un vino nuevo. Hoy el Señor nos dice que es el Esposo que viene a nuestro encuentro para que hagamos de nuestra vida una fiesta en la que podemos celebrar y disfrutar. Una vida que está llamada a entregarse por los demás para dar a cada uno lo que necesita; una vida que ha de ser llenada con el vino nuevo que recibimos en la Eucaristía y en el altar. Jesús es el Esposo que nos ofrece el vino de la esperanza y el consuelo. Él nos invita a donarnos para ofrecer al otro el consuelo y la acogida que necesita para hacer de su vida una fiesta. Jesús nos llama a hacer de nuestra existencia una ofrenda a Dios para darle el vino que él Espíritu transforma en su sangre. Con la sangre del Señor somos embriagados para vivir de la alegría y el gozo que nos ofrece el Espíritu; nos podemos emborrachar del Señor para hacer de nuestra vida una alabanza a Dios.

Somos invitados a la boda del cántico del júbilo y de la fiesta. Pero para ello nosotros nos tenemos que convertir en odres nuevos que puedan recibir este vino. El Señor te llama a que tengas un corazón nuevo que se deja llenar de la gracia de Dios. Te invita a una existencia nueva llena de alegría. Te propone desechar de tu vida la amargura y la tristeza para vivir de la alegría del Espíritu. Él quiere que seas una criatura nueva en la que puede derramarse el vino de bodas, para que puedas ser una alabanza que da gloria a Dios con su vida.

Belén Sotos Rodríguez

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