Religión en Libertad

Un perro, los calcetines y la prueba de fe nivel madre

A las 6:00 a.m. sonó el despertador. No porque lo necesitara, sino porque soy madre, y las madres no dormimos: hibernamos por minutos y despertamos con ansiedad existencial. Ya llevaba media hora revisando mentalmente mi lista del día: desayuno, niños, correos, no morir.
Y entonces, desde el cuarto contiguo, una voz infantil grita con entusiasmo casi bíblico:
— ¡Mamá! ¡El perro tiene calcetines!
Spoiler: era cierto. Calcetines. Pegados con cinta adhesiva. Al perro. Mis hijos, orgullosos, me explicaron que lo habían vestido “porque hace frío y es Navidad en el corazón”. Ahí entendí dos cosas:
1. Mis hijos necesitan estar supervisados por un Marine.
2. Dios me está entrenando para el cielo (o para un retiro espiritual en zona de conflicto).
Me reí. Y lloré. A la vez. Es un talento que adquirí en el segundo embarazo. Y mientras secaba las lágrimas con el trapo de la cocina (que también sirve para limpiar mocos, leche y dignidad), me vino a la mente San Felipe Neri:
"La alegría es un don de Dios..."
En mi caso, ese don venía con pelo de perro.
Porque sí, la fe es importante, pero el sentido del humor es absolutamente vital. ¿O acaso creen ustedes, que Jesús multiplicó los panes sin soltar una sonrisa al ver la cara de los discípulos?
Una vez intenté salir de casa a tiempo. Solo eso: vestirme, vestir a los niños y salir. Fácil, ¿no? Ja. El pantalón que tenía planchado desapareció misteriosamente, y la lavadora empezó a hacer un ruido que claramente era una súplica de auxilio.
El mayor no encontraba su camiseta favorita y lloraba como si hubiera perdido a su alma gemela. El bebé se quitó el pañal y corrió desnudo con una galleta en la mano, como si estuviera huyendo de la policía.
Yo buscaba las llaves con desesperación — que estaban en la nevera. No pregunten. Cuando por fin logré que todos estuvieran en el coche, me miré en el espejo retrovisor… tenía pegatinas en la frente y aún llevaba las zapatillas de andar por casa.
Y, sin embargo, ahí estaba yo, sudando, desbordada… pero viva, con todos los míos a bordo. No fue un milagro de los grandes, como los de los evangelios, pero fue el mío. Porque a veces, la fe no se demuestra con grandes gestos heroicos, sino simplemente subiendo al coche sin perder la cabeza ni el alma. A veces, el acto más sagrado del día es no rendirse y seguir adelante... aunque lleves zapatillas.

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