Religión en Libertad

Buen Pastor, Luz del mundo

Creado:

Actualizado:

xml.err

¿De dónde parte la fortaleza del Buen Pastor? Porque, tal como el Obispo Basilio indica, “No son para él obstáculo alguno ni los montes ni los bosques; corre por «cañadas oscuras»”. Cristo atraviesa todo obstáculo para llegar a nosotros y tender su mano. Nosotros no somos así ni de lejos. Somos indignos pecadores que nada merecemos por nosotros mismos. Si buscamos algo con ansia, es nuestro propio provecho y bienestar. Nos duele que nos desprecien y nos maltraten, porque nuestro orgullo se siente herido. Incluso nos llena de temor dejarnos llevar por Dios, ya que eso evidenciaría nuestra debilidad y limitaciones.

Seguimos en Pascua y todavía no hemos celebrado la Solemnidad de la Ascensión. Cristo sigue con nosotros, guiándonos y su presencia nos reconforta. Cristo se hace presente y nos descubre muchos aspectos que ignorábamos. Aspectos que nos ayudan a dar sentido a nuestra vida y no perder nunca la Esperanza.

San Agustín nos recuerda que Cristo se presenta ante nosotros como Pastor bueno. También se presenta como Puerta, que asegura que nadie vendrá a hacer daño a sus ovejas. La fortaleza del Buen Pastor es justamente su presencia entre nosotros. Su mano que se ofrece de manera constante y paciente. Como a los obreros de la hora undécima, nos espera hasta el último segundo. Como a la Hemorroisa, Cristo espera que seamos valientes y toquemos su mando llenos de confianza y esperanza. Como en la curación del ciego de nacimiento, espera que le llamemos y que humildemente aceptemos ser curados por Él. Nada podemos sin Cristo e incluso si nos escondemos detrás de convencionalismo, ideologías o costumbres, sólo Él tiene palabras de vida eterna. Todas las maravillosas palabras humanas terminan por secarse y desaparece. Cristo nos ha prometido mucho más que palabras secas que son arrastradas por el viento de cada época. Nos ha prometido el Espíritu Santo, que nos permitirá convertirnos y vivir fraternalmente unos con otros. Nos permitirá aceptar la Voluntad de Dios y verle en toda persona de buena voluntad.