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El Principito y su rosa, una enseñanza para quien quiere ser hombre que ama de verdad

El Principito y su rosa

El Principito y su rosa

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Vamos a hablar otra vez de El Principito, esta vez con una bonita y práctica enseñanza para los noviazgos y los matrimonios. Especialmente para todos los que queréis ser hombres de verdad, lo cual tiene más que ver con amar mucho y entregarse hasta el extremo que con el pavoneo del “basadismo” y la testosterona.

Para poneros en contexto, el principito en su planeta tiene una rosa la cual es única y especial. Así la trató él, la protegió de las corrientes de aire, la regó, la quitó las orugas, la escuchó y comprendió. “Qué bella es usted”, le dijo cuando la vio. “Tendría la bondad de pensar en mí”, le reclamaba ella. Parece que las rosas piden ser únicas y amadas en exclusiva.

Tiempo después el principito emprende su viaje por un montón de planetas del universo, y termina visitando la Tierra y entrando en un jardín lleno de rosas. Todas se parecían a su flor y por ello se sintió muy desdichado: “Yo me creía rico por tener una flor única y no poseía más que una rosa común”. Menos mal que su rosa no le oyó, ¿qué hubiera pensado?

Nuestro principito tiene mucho que madurar en esto del amor por su rosa y va a ser un zorro quien le haga ver que no todo es lo mismo. Se pueden crear lazos: “Tu serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo”. Y le anima a ir de nuevo a ver el jardín de rosas a ver si siente lo mismo que la otra vez. Así lo hace y, después de contemplarlas de nuevo, se da cuenta de que todas hermosas pero todas iguales y ninguna era su rosa. “No son para nada parecidas a mi rosa, ustedes todavía no son nada. Son bellas pero están vacías”. Cuando les dicen esto como buenas rosas que son se enfadan. Y él, como buen Principito que es, continúa: “No es posible morir por ustedes. Ella sola es más importante que todas ustedes, porque ella es a quien regué. Porque ella es a quien puse bajo un globo. Porque ella es a quien abrigue con el biombo. Porque ella es a quien le mate las orugas. Porque ella es a quien escuche quejarse o jactarse o incluso, a veces, callarse. Porque ella es mi rosa”. No es el hombre con más inteligencia emocional del mundo pero por lo menos lo ha entendido.

¿Tu también te has dado cuenta de la metáfora de que el principito es el hombre y la rosa la mujer? Al hombre, que normalmente se entera de poco, le encanta hablar y hacer saber a los otros que sabe cosas. A la mujer ser amada de manera única y exclusiva, ser tratada bien, mimada, custodiada, escuchada, comprendida, acompañada. Algo fundamental que aprender en el noviazgo y vivir en el matrimonio a salir de uno mismo, el hombre comprender que la mujer no es un hombre, no piensa como un hombre, no actúa como un hombre, no tiene las prioridades de un hombre. Y lo mismo la mujer, descubrir que el hombre no piensa ni actúa como lo haría ella. Comprender y trabajar esto es señal de que se va por muy buen camino.

Chicos, el amor necesita maduración. Y madurar es vivir a cada momento sabiendo que no todas las rosas son iguales y que tienes una rosa que es única y especial, que cuidar y mimar por encima de todo como la tarea más importante en la vida. Una rosa es delicada. falta de tacto la puede hacer mucho daño. Y estando bien cuidada hará tu vida mejor y más bella. El amor verdadero no nace de la emoción del momento, sino del cuidado constante. La fidelidad es regar el mismo corazón una y otra vez para que florezca en plenitud. El compromiso por el que vivimos da sentido a la existencia. Nunca el tiempo que das a la rosa y la paciencia con que la cuidas es un tiempo perdido. Tu mujer no es única porque nadie más exista como ella. Es única porque decidiste responder con tu fidelidad a ese anhelo orondo de exclusividad que hay en su corazón. Y cuando un hombre cuida así a su esposa, ella se vuelve vida: refugio, belleza, alegría. El amor fiel multiplica lo entregado.

Sólo la fidelidad da raíces al amor. Fidelidad no es “no traicionar” sino que es “estar”. En las alegrías, en las quejas, en las tristezas, en los orgullos, en los silencios. Como aprendió El Principito que necesitaba su rosa. El matrimonio es entregarse a una sola rosa. Y renovar esa elección con firmeza cada día. Solo tú puedes hacer sentir a tu rosa como lo que es. Queriéndola y cuidándola como nadie más lo hará.

El Principito finalmente lo entendió: “No es posible morir por todas… pero sí por mi rosa”. El amor fiel no te quita libertad: le da sentido a tu vida. Por eso decía que un hombre de verdad es quien se entrega y ama, el que da la vida hasta el final.

La paz.

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