Sobre los abusos espirituales en la Iglesia
“Quien abusa de alguien es al mismo Jesús a quien está abusando”
No confundir dirección espiritual con teledirección espiritual
Los abusos en la Iglesia no empiezan en una cama. Empiezan en el alma. Comienza cuando alguien con poder olvida que está ahí para ayudar y se pone a controlar y manipular. De ese primer abuso, que es de autoridad, se puede pasar al de conciencia. Y, de ahí, al abuso sexual.
Nadie abusa de la noche a la mañana. Antes se ha perdido la vergüenza. Y antes de eso, la humildad. Y aún antes, el santo temor de dañar a otro. Se deja de ver el alma de la persona como un Templo sagrado en el que habita Dios. El abusador espiritual suele empezar creyendo que hace el bien. El grado de corrupción que se puede llegar a alcanzar es una enormidad.
El abuso de autoridad, el primero, es silencioso. Una mirada que impone. Una corrección humillante. Un “Dios quiere esto para ti” cuando en realidad es el propio abusador espiritual el que lo quiere. O un “no hables con otras personas, hazlo solo conmigo”, para ir aislando a la persona y envolviéndola de culpa para que no lo haga. Es un control disfrazado de dirección espiritual. Yo digo que no es dirigir, sino teledirigir.
El abuso de conciencia, el segundo, se aprovecha de lo más íntimo que hay en la persona: las culpas, las heridas, los miedos, los anhelos de ser feliz y de agradar a Dios. Utiliza eso para manipular y conseguir sus fines en vez de para ayudar a la sanación y a la plena realización de la persona.
Quien acompaña debe hacerlo con temor y temblor porque está pisando la tierra sagrada qué es el alma del otro. Cuando alguien fuerza esto lo rompe y entonces el alma ya está herida. Ya han quebrado la libertad, la voluntad, la confianza. Forzar la intimidad es como una violación al corazón, cuya puerta solamente puede abrirse desde dentro.
El cuerpo es lo siguiente. El abuso sexual, si tristemente se dio, fue después de todo lo anterior.
Muchos de los que han sufrido abusos en los tres grados señalados eran personas especialmente frágiles, heridas y rotas. Chicos y chicas muy sensibles y confiados. Son las que más necesitaban de ayuda y consuelo, pero recibieron daño.
Un abusador, de forma más o menos consciente, busca este perfil, como un lobo busca una oveja.
Por supuesto no todos los que tratan de ayudar, sanar, guiar y acompañar al alma son abusadores. Gracias a Dios vemos como un buen acompañamiento hace un bien inmenso a la persona. Dios con su amor y misericordia cura los corazones destrozados. Pero todos debemos estar vigilantes. Porque donde hay autoridad, aunque sea espiritual, todo puede corromperse.
La Iglesia no es el refugio para encubrir abusadores. Ha de ser un lugar seguro, sobre todo para los más frágiles, los más pequeños, los más rotos y los que ya no pueden más.
También para quienes han recibido abusos en sus familias u otros ámbitos sociales, las cifras de esto son heladoras y escalofriantes. Se dice que una de cada cuatro personas en el mundo han sufrido abuso sexual.
Jesús no abusó de nadie. No manipuló. No controló. No forzó. Las palabras más duras que pronunció fueron precisamente aquellas de «Ay de aquel que escandalice: Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar». Él lloró con los que sufrían. Dio su vida en la cruz por ellos. Quien abusa de alguien es al mismo Jesús a quien está abusando.
Que nunca más un lugar sagrado se convierta en trampa. Porque el Dios que nos llama es Amor y justo lo contrario de amar es utilizar. El amor jamás humilla, ni destruye. Nunca la Iglesia, la esposa, es más Iglesia que cuando se parece a Él, el esposo.
La paz.
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P. J. G. /ReL