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Las víctimas en el centro

Las víctimas en el centro

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Introducción

Hoy quiero abordar uno de los temas más dolorosos y más serios de nuestro tiempo: los abusos sexuales a menores, tanto a niños como a adolescentes, y su presencia en la Iglesia católica.

Hablaré de tres realidades relacionadas y, al mismo tiempo, distintas: pedofilia, pederastia y efebofilia. Me interesa ofrecer una mirada integral al problema y, dentro de esa mirada global, detenerme de manera especial en lo que ha ocurrido dentro de la Iglesia, donde la mayoría de casos documentados afectan a adolescentes, es decir, tienen un carácter efebófilo.

El objetivo de este artículo consiste en mirar de frente el mal, comprender mejor sus raíces, entender en qué ambientes aparece con más facilidad, discernir de qué manera algunos agresores han llegado a la Iglesia e identificar las responsabilidades y los caminos de conversión. Y sobre todo contribuir a que salgan definitivamente a la luz todos los casos que se hayan dado para proteger a las víctimas y devolver la credibilidad a los sacerdotes. 

Las víctimas ocupan el centro de todo este discurso. El sufrimiento de cada una de ellas merece la máxima seriedad, la máxima verdad y el máximo respeto.

Pedofilia, pederastia y efebofilia: de qué hablamos

En primer lugar, conviene aclarar términos:

• Pedofilia: inclinación sexual persistente hacia menores aún en etapa infantil, es decir, hacia niños prepúberes. Describe una tendencia interior, una orientación del deseo que apunta a personas que todavía no han entrado en la adolescencia.

• Pederastia: realización de actos de abuso sexual sobre menores en esa misma etapa infantil. Se trata de un crimen y de un pecado gravísimo. Mientras la pedofilia alude sobre todo a la inclinación, la pederastia se refiere al abuso consumado.

• Efebofilia: atracción sexual hacia adolescentes que ya han iniciado el desarrollo puberal, normalmente entre los 13 y los 17 años, y que puede culminar también en abusos. La víctima ya no es un niño en sentido estricto, pero sigue siendo menor y sigue existiendo un desbalance total de poder, de madurez y de responsabilidad. Los abusos a adolescentes son también un crimen y un pecado gravísimo.

Desde un punto de vista moral, legal y espiritual, cualquier abuso sexual contra un menor, ya sea niño o adolescente, constituye un crimen gravísimo contra su dignidad y contra el plan de Dios sobre esa vida.

La distinción resulta importante por un motivo: en la Iglesia, la mayor parte de los casos documentados han sido abusos a adolescentes, muchas veces varones, en contextos de internados, seminarios menores y grupos juveniles. Es decir, se trata sobre todo de un problema con un fuerte componente efebófilo, además de casos de pederastia en sentido estricto.

Un trastorno multicausal en el interior del agresor

Tanto la pedofilia como la efebofilia se entienden hoy como patrones psicosexuales profundamente desordenados que surgen en el interior del agresor. La ciencia habla de multicausalidad: varias capas se entrelazan.

Entre los factores que se repiten con frecuencia aparecen:

• heridas afectivas en la infancia, carencias de cuidado, falta de vínculos sanos y estables;

• experiencias traumáticas tempranas, incluidos abusos sufridos en la niñez o adolescencia;

• fijación del deseo en etapas tempranas del desarrollo, con dificultad para madurar hacia vínculos igualitarios entre adultos;

• distorsiones cognitivas en la cabeza del agresor, que intenta justificarse, minimizar el daño o interpretar el abuso como gesto de cariño;

• impulsividad sexual unida a una conciencia moral deteriorada;

• soledad profunda, aislamiento y vida afectiva empobrecida;

• pérdida de una vida espiritual y ética ordenada.

Que un trastorno tenga causas psicológicas no justifica una actuación de abuso. La tendencia hay que sanarla, y en ningún caso justifica un crimen. Una persona con esta tendencia debe buscar ayuda y en ningún caso dejarse llevar por ella. 

Es importante subrayar algo: la raíz del abuso aparece dentro del agresor, no dentro de la institución. La escuela, el club deportivo o la parroquia no generan por sí mismas la pedofilia o la efebofilia. Lo que sí pueden hacer es detectarlas o ignorarlas, frenarlas o facilitar que actúen.

Dónde aparecen con más frecuencia estos abusos

Los estudios coinciden en que la mayor parte de abusos a menores, tanto de tipo pedófilo como efebófilo, surge en ambientes de fuerte proximidad y asimetría de poder.

Podemos señalar varios contextos:

1. Entorno familiar

La mayoría de los casos se dan dentro de la propia familia: padres, padrastros, tíos, hermanos mayores, primos o parejas de la madre. El agresor se beneficia de la confianza, del silencio doméstico y de la dificultad de la víctima para pedir ayuda.

2. Ámbitos educativos, deportivos y de ocio

Profesores, entrenadores, monitores, responsables de actividades extraescolares y grupos juveniles. El agresor ocupa un lugar de autoridad y se gana la admiración del menor, sea niño o adolescente.

3. Internet y redes digitales

A través del grooming, el agresor establece un vínculo con el menor, crea confianza, utiliza imágenes y mensajes, y poco a poco lo va atrapando.

4. Instituciones religiosas

Los casos en ambientes eclesiales constituyen una inmensa minoría en el total de abusos, pero tienen una gravedad extrema debido a los principios y la misión de la Iglesia. Según la fundación ANAR un máximo de un 0,2% de los abusos han sucedido en un ambiente eclesial. En este contexto, aparece tanto la pederastia como la efebofilia. Sin embargo, en el caso de la Iglesia católica, los informes señalan un peso muy fuerte de los abusos a adolescentes, muchas veces varones, dentro de ambientes educativos o pastorales. El agresor se aprovecha de su rol espiritual y de la confianza de las familias.

Redes y grupos organizados

Más allá de agresores aislados, en las últimas décadas se han descubierto redes organizadas de personas que comparten material, consejos y estrategias.

En el ámbito de la pedofilia, estas redes funcionan a través de internet, especialmente en zonas ocultas de la red. Allí se intercambian imágenes y vídeos, se dan instrucciones para captar menores, se recomiendan formas de evitar a la policía y se refuerzan mutuamente en su desviación. Muchos miembros se centran en niños pequeños y comparten un lenguaje que intenta normalizar el crimen.

En el caso de la efebofilia, el patrón muchas veces resulta más individual y centrado en el contacto directo con adolescentes. Aun así, algunos agresores también buscan espacios donde compartir experiencias, justificarse y apoyarse.

Un elemento clave consiste en la búsqueda de instituciones que ofrezcan acceso privilegiado a menores. Quien quiere abusar de niños o adolescentes mira hacia lugares donde aparecen esas tres características:

• presencia habitual de menores;

• prestigio social del adulto que se acerca a ellos;

• posibilidad de contacto continuado y relativamente íntimo.

Dentro de esta lógica entran clubes deportivos, asociaciones juveniles, residencias, casas de acogida y, también, instituciones religiosas.

¿Por qué la Iglesia resulta atractiva para algunos agresores?

Desde la perspectiva de ciertos agresores, la Iglesia ofrece elementos que pueden resultar muy útiles para su estrategia:

Confianza de las familias: un sacerdote o un religioso se percibe como figura moralmente fiable, al menos en principio.

Acceso a niños y, sobre todo, a adolescentes: monaguillos, grupos de confirmación, movimientos juveniles, internados, seminarios menores.

Relación espiritual y afectiva intensa: confesión, dirección espiritual, acompañamiento personal y espacios de conversación íntima.

Una tradición de discreción: durante mucho tiempo muchos asuntos internos se manejaban con gran reserva y poca transparencia hacia fuera.

Un agresor de tipo pedófilo puede ver en la Iglesia un camino para acercarse a niños. Un agresor de tipo efebófilo puede sentirse aún más atraído por la posibilidad de acceder a adolescentes varones, admirados, necesitados de guía, sensibles a la figura del sacerdote como referente.

En algunos casos, esto llega a un nivel de cálculo frío: personas que deciden entrar en el seminario o buscar un empleo eclesial porque perciben que así obtendrán acceso a menores. Allí aparece la idea de infiltración deliberada, quizá incluso de grupos concretos de pederastas. Solo esto explicaría la existencia en algunas diócesis de grupos desproporcionadamente grandes de curas abusadores. 

Pederastia y efebofilia dentro de la Iglesia

Cuando se estudian los casos documentados dentro de la Iglesia católica, aparece un dato muy significativo:

• existen abusos pedófilos sobre niños,

• y al mismo tiempo una proporción muy alta de abusos efebófilos sobre adolescentes, con especial presencia de chicos.

 Los agresores han sido con frecuencia sacerdotes, religiosos o laicos con tareas pastorales que trabajaban y convivían con adolescentes.

Las dinámicas suelen repetirse:

• el sacerdote se convierte en figura de confianza, guía espiritual y referente moral;

• el adolescente lo admira, busca consejos, se abre en confesión o en dirección espiritual;

• el agresor utiliza esa confianza y empieza a introducir gestos ambiguos, acercamientos físicos, conversaciones cargadas de contenido sexual;

• la víctima se siente confundida, porque mezcla respeto, cariño, admiración, dependencia afectiva, miedo y vergüenza.

Este tipo de abuso hiere de manera especial la identidad sexual, la imagen de Dios, la confianza en la Iglesia y la capacidad del joven para establecer relaciones sanas en el futuro.

Dos niveles: el agresor y la institución

Llegados a este punto, conviene distinguir bien dos niveles:

1. El nivel del agresor

La pedofilia y la efebofilia surgen en el interior de la persona, en su historia, en su psicología y en su vida moral. La institución donde ejerce su función no produce el trastorno; el agresor llega con esa inclinación, con esas heridas y con esa corrupción moral ya presentes.

2. El nivel de la institución

La Iglesia, como cualquier institución, puede reaccionar de dos maneras:

- filtrar, discernir, supervisar y proteger,

- o, por el contrario, ofrecer un ecosistema donde el agresor entra, se mantiene y actúa con relativa impunidad.

En la historia reciente han influido varios fallos internos:

procesos vocacionales débiles en ciertos periodos, con poca atención a la madurez afectiva;

escasa evaluación psicológica de candidatos con heridas profundas;

formación insuficiente en afectividad, sexualidad y límites;

• tendencia a evitar el escándalo público, con traslados y silencios;

confusión entre perdón y ausencia de consecuencias penales o pastorales;

• ambientes clericales marcados por vidas dobles y por lealtades que dificultaban la denuncia.

Estos factores no crean la pedofilia o la efebofilia, aunque sí pueden abrir puertas a la infiltración de agresores y favorecer la repetición de abusos.

Las víctimas: heridas específicas

Las víctimas de abusos pedófilos arrastran heridas muy profundas en la percepción de su propio cuerpo, de la seguridad básica y de la confianza en los adultos. El niño agredido carece de instrumentos para interpretar lo que ocurre, vive el abuso como algo incomprensible y siente miedo y vergüenza.

Las víctimas de abusos efebófilos en la Iglesia sufren además un tipo de herida muy específica:

• confusión entre afecto, dependencia y sexualidad;

• distorsión de la identidad sexual y de la imagen de sí mismos;

• sentimiento de culpa mezclado con la idea de haber colaborado;

• hundimiento de la confianza en Dios y en la Iglesia;

• dificultad para establecer después vínculos de amistad, de pareja y de escucha espiritual.

Ante estas heridas, la Iglesia está llamada a ofrecer escucha profunda, acompañamiento psicológico especializado, acompañamiento espiritual respetuoso y, cuando corresponde, reparación económica y pública.

Los agresores: justicia y acompañamiento

Frente a los agresores, la respuesta adecuada implica varios niveles:

Justicia civil: colaboración plena con las autoridades, denuncia cuando la ley lo exige y respeto a los procesos judiciales.

Justicia canónica: investigación rigurosa, procesos eclesiales, posibles penas como la expulsión del estado clerical y limitaciones estrictas al ejercicio del ministerio.

• Prevención inmediata: desde la primera acusación verosímil, retirada de cualquier función con menores mientras se investiga.

• Acompañamiento espiritual: cuidado del alma del agresor nunca puede usarse como excusa para eludir la justicia. El acompañamiento lleva unido el reconocimiento del delito, el arrepentimiento verdadero y la aceptación de las consecuencias.

El encubrimiento: un pecado estructural

Durante muchos años, bastantes responsables eligieron fórmulas como el traslado silencioso, la reprensión privada o la simple invitación a cambiar de vida, sin informar a la comunidad ni a las autoridades civiles. De este modo, algunos agresores siguieron en contacto con menores y repitieron los abusos en otros lugares.

Ese modo de proceder supuso una traición gravísima a las víctimas y a las comunidades cristianas. Reconocer este pecado estructural forma parte de la conversión de la Iglesia.

Hoy se avanza hacia protocolos claros, oficinas de escucha, comisiones externas y una cultura de transparencia mucho mayor, aunque todavía queda camino por recorrer.

Líneas de acción: infancia y adolescencia al centro

Una respuesta seria afronta tanto la pederastia como la efebofilia.

Algunas líneas clave:

• selección rigurosa de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, con especial atención a la madurez afectiva;

• formación profunda en afectividad, sexualidad humana, celibato vivido de manera sana y límites en las relaciones;

• ambientes seguros en parroquias y movimientos, con normas claras sobre contacto físico, espacios cerrados y acompañamiento;

• supervisión constante de quienes trabajan con menores, tanto niños como adolescentes;

• protocolos para denuncias accesibles, conocidos por las familias y por los propios menores;

• auditorías externas y colaboración real con instituciones civiles.

En el plano espiritual, todo esto se apoya en una verdadera conversión del corazón: humildad, sinceridad, reparación, deseo de purificación y voluntad firme de colocar siempre a los más pequeños en el lugar central.

La pedofilia y la efebofilia representan heridas profundísimas en nuestra sociedad y en la Iglesia. En el interior de la Iglesia, la mayor parte de los casos han afectado a adolescentes, con un fuerte componente efebófilo, junto con otros casos dolorosísimos de abusos pedófilos sobre niños pequeños. Mirar este dato con valentía y con rigor permite entender mejor los mecanismos, los ambientes y las dinámicas que exigen vigilancia, formación y purificación.

Esta purificación demanda un paso más: que salga a la luz toda la verdad.

Cada caso escondido, cada archivo cerrado, cada silencio impuesto, cada traslado silencioso, prolonga el sufrimiento de las víctimas y corroe la credibilidad de la Iglesia. Las sombras protegen únicamente al agresor, jamás al inocente. La verdad protege siempre al pequeño.

La Iglesia necesita un acto de valentía histórica:

abrir todas las puertas,

desbloquear todos los archivos,

escuchar todas las voces,

permitir que se conozcan los hechos con total transparencia,

y ofrecer justicia real a cada persona herida.

La justicia hacia las víctimas constituye una exigencia innegociable. Muchas de ellas han esperado décadas. Algunas han cargado con culpas que nunca les pertenecieron. Otras han tenido que reconstruir la fe desde las ruinas. El reconocimiento pleno del daño, unido a la reparación moral y material, forma parte esencial del camino de sanación.

La Iglesia ha comenzado este proceso, pero el camino invita a ir más profundamente: hacia un saneamiento que toque todos los niveles, incluidas las esferas más altas de responsabilidad, sin excepciones.

Cuando un ministro ordenado utiliza su autoridad espiritual para manipular, abusar o destruir la vida de un menor, quiebra la estructura misma del Evangelio. Por eso, cualquier forma de encubrimiento desde puestos de gobierno, cualquier decisión que anteponga la imagen pública al sufrimiento de una víctima, cualquier intento de frenar investigaciones, constituye un atentado moral que exige una corrección inmediata.

La renovación auténtica implica una purificación que alcance todo:

la vida personal de los ministros,

las estructuras institucionales,

la selección y formación de futuros sacerdotes,

la cultura interna que rodea al ejercicio del poder,

y también la administración eclesial en sus niveles superiores.

Una Iglesia que entrega a la luz todos sus pecados y que entrega a la justicia a todos sus agresores avanza hacia la verdad del Evangelio. Una Iglesia que se deja purificar desde lo más profundo recupera su credibilidad ante los jóvenes, ante las familias y ante el mundo.

Servir a Cristo implica proteger con todas las fuerzas a los niños, a los adolescentes y a cualquier persona vulnerable. Solo una Iglesia transparente, humilde, valiente y sincera podrá anunciar de verdad la misericordia y la santidad de Dios.

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