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Virgen rezando (Sassoferrato)

Virgen rezando (Sassoferrato)

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Quiero decir algunas cosas desde lo profundo del corazón, y lo hago con mansedumbre: he observado que muchos pastores de la Iglesia hoy enseñan el magisterio cuando les conviene, y lo dejan de lado cuando les resulta incómodo. En materia de moral, en cuestiones como la homosexualidad, el divorcio en nueva unión, la comunión para quienes viven en esos estados, parece haber a veces vacíos, silencios o giros que no se explican. Lo que llama la atención es que se salten enseñanzas del Magisterio que son definitivas, continuas e irrevocables; al mismo tiempo, esos mismos pastores piden sumisión incondicional a un Magisterio que no es de ese calibre, simplemente porque quieren quedar bien con quienes ahora gobiernan la Iglesia, quienes merecen amor y respeto filial, por supuesto, siempre. Surge entonces la pregunta: ¿en qué se diferencia un magisterio que obliga con carácter definitivo de otro que ofrece indicaciones prácticas, disciplinares o pastorales y que, por tanto, admite matizaciones?

Para explicarlo, me apoyo en dos documentos recientes del Dicasterio para la Doctrina de la fe (DDF): el primero es Fiducia Supplicans (“Sobre el sentido pastoral de las bendiciones”), de diciembre de 2023. En él se introduce —o al menos se abre la posibilidad a— “bendiciones” para parejas en situaciones irregulares, incluso de personas del mismo sexo. El texto dice que la Iglesia “no tiene el poder de conferir un rito litúrgico de bendición” para esas uniones, pero abre el camino a bendiciones pastorales diferenciadas. Ese tipo de documento, aunque es oficial, no tiene el carácter de enseñanza doctrinal definitiva que, por ejemplo, define la fe de la Iglesia con carácter dogmático.

El segundo documento es Mater Populi Fidelis (“La Madre del Pueblo fiel”), publicado en noviembre de 2025, en el que la DDF aclara el significado de ciertos títulos marianos y afirma que algunos ya no deben usarse —como “Corredentora” o “Mediadora de todas las gracias” — porque corren el riesgo de oscurecer la mediación única del Señor Jesucristo. Este documento tampoco tiene carácter de dogma nuevo, pero sí es una nota doctrinal con autoridad.

Con base en esto, mi reflexión es la siguiente: cuando decimos que “hay un Magisterio que no es definitivo e incontestable”, me refiero a precisamente estos documentos de tipo disciplinar o doctrinal que admiten aplicación prudencial, matizaciones, implementación diferida por los obispos. De hecho, muchos obispos se levantaron contra Fiducia Supplicans, y hubo que matizarla, explicarla y corregirla desde el Vaticano, y aún así muchos obispos dijeron que no sería de aplicación en sus diócesis. En contraste, cuando afirmo que “hay magisterio que sí es definitivo e incontestable”, me refiero a las enseñanzas de la Iglesia sobre moral sexual, sacramentos, fe, que se han mantenido durante siglos — por ejemplo, que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, que la unión del hombre y la mujer es el único matrimonio sacramental conforme al orden natural revelado, que la comunión sólo puede darse en estado de gracia conforme al orden que la Iglesia contempla.

Ahora bien, observo con preocupación que algunos pastores, que en otros momentos exigen obediencia estricta al Magisterio — cuando se trata de lo “menos importante” o de títulos marianos — luego son laxos, silenciosos o tibios frente a las grandes leyes morales que la Iglesia afirma como definitivas. Por ejemplo: no se puede afirmar que los actos homosexuales sean ordenados; no se puede dar la comunión a divorciados en nueva unión salvo que se cumplan los requisitos que la Iglesia ha señalado; no se puede bendecir como unión matrimonial lo que no es matrimonio. Y sin embargo veo que algunos clérigos o teólogos piden que no haya disensión respecto a la nota mariana Mater Populi Fidelis (cuando se discuten los títulos de María) al mismo tiempo que se omite o suaviza toda disensión sobre las enseñanzas morales que son objetivamente más graves.

Entonces me pregunto: ¿realmente el problema es obediencia? ¿O es ideología? Creo que la línea de fractura no pasa por la sumisión al papa o a un obispo, sino por aquello que subyace: un intento, consciente o inconsciente, de cambiar la fe para adaptarla al pensamiento mundano, de perseguir lo “tradicional” o de aparentar fidelidad mientras se introduce en la práctica una desviación moral o doctrinal. No se trata de obediencia ciega, pues esa tampoco es la propuesta genuina de la Iglesia, sino de adhesión filial, de transparencia, de sinceridad, de autenticidad. Si un pastor esta dispuesto a seguir al sucesor de Pedro, al papa, al colegio episcopal, lo hará desde el conocimiento de qué enseña la Iglesia, por qué lo enseña, y con libertad consciente de obrar en la fe, no simplemente por quedar bien o para evitar conflictos.

La sinodalidad o sirve o no sirve. Si se convierte en sinodalidad de consenso a toda costa, o en sinodalidad de complacencia, deja de tener sentido. ¿Escuchamos o no escuchamos a TODO el pueblo de Dios? Si la verdad se negocia o se diluye para agradar al momento, entonces la sinodalidad se puede convertir en una excusa para el relativismo. Por eso digo que la polarización a veces es inevitable cuando lo que está en juego es la verdad. La división que vemos en estos días, duele, pero no es en torno al título “Corredentora” o la disputa teológica sobre María — es por ese intento ideológico de cambiar la fe y la moral que muchos, por desgracia, llevan adelante. Este cambio se hace ya en la práctica, pero ahora quieren cambiar la doctrina.

La Virgen, si es “Corredentora”, lo será aunque no lo definamos; y si decidimos no usar ese título, su maternidad sigue intacta. Pero el contenido de la fe y de la moral no puede cambiar, por mucha incomodidad que genere en quienes desean introducir nuevas visiones. Cuando digo que hay magisterio que sí es definitivo, lo reafirmo: la Iglesia ha enseñado que el matrimonio es la unión exclusiva entre un hombre y una mujer, abierta a la transmisión de vida y permanente; que los actos homosexuales son moralmente gravemente desordenados. Así lo expresan los documentos de la Iglesia, como el Catecismo en sus párrafos 2357-2359. Esto sí forma parte del depósito de la fe y de la ley moral natural de un modo definitivo e irrevocable. ¿Por que no se defiende con tanta ferocidad como el que no llamemos a María "Corredentora"?

Para concluir: lo mínimo que se puede pedir es sinceridad. Que nadie disuelva su actitud hacia el papa, hacia el Cardenal Fernández u otros pastores en una disensión que se disfraza de “obediencia legítima” cuando en el fondo es desacato o mutación doctrinal. Y que, del mismo modo, nadie vista de “acto de rebeldía” un simple cuestionamiento cuando lo que se pone sobre la mesa es la fidelidad al Evangelio, a la Tradición y al Magisterio auténtico de la Iglesia. Que haya transparencia, sinceridad, autenticidad. Que haya adhesión filial y respeto, siempre, pero no obediencia ciega. Si se defiende la sinodalidad, que sea con sentido, que implique corresponsabilidad, verdad y comunión, no solo una excusa para imponer un cambio doctrinal. Y que, en definitiva, se ame la Iglesia con mansedumbre de corazón, pero también con valentía de espíritu.

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